Suscribete
 
1206 7 Diciembre 2012

 

COTIDIANAS
Encuentro con el arado
Margarita Hernández Contreras

Dallas.- En mi casa la música era la ranchera: desde Lucha Villa hasta Las Jilguerillas. En estas canciones siempre se hablaba de mujeres de ojos negros, orgullosas y bonitas que se hacen del rogar. Los hombres se consuelan en el tequila, hablan de su caballo y de su pistola, y de ese amor que se les niega.

En mi casa, la gente es gente de campo. Campesinos de poca instrucción, de una cultura del trabajo duro, de asumirlo y de distinguirse en su ejecución. Es una actitud de no quejarse y de sentirse orgulloso de tener un trabajo pesado pero honrado; de no tener que recurrir a nadie para cubrir sus necesidades.

En mi casa, pues, había música, alegría y mucho trabajo. Humilde todo, pero nada esencial faltaba. Mi papá cultivaba en el jardín tomates y chiles; adentro, las plantas de mi madre florecían y reverdecían casi alucinantes en su esplendor. Así era mi cotidianeidad en la infancia.

Siendo ya estudiante de prepa, recuerdo un círculo de estudios en el Sector Reforma de Guadalajara. Se reunían muchachos que querían estudiar con mayor profundidad textos de filosofía. Un día, antes de iniciar la discusión, un muchacho, Enrique, tomó su guitarra y empezó a cantar. La canción no era de las rancheras que se oían en mi casa, pero tampoco eran las comerciales de la radio: no era Julio Iglesias, ni Juan Gabriel, ni Emmanuel, ni Raphael. Esta canción nunca la había escuchado. Cuánto me estremeció su letra. Fue una especie de revelación escuchar hablar de mi gente con aquella dulzura y con aquel profundo entendimiento.

El sencillo guitarreo sostenía las palabras que yo sentía como propias: Aprieto firme mi mano,/ y hundo el arado en la tierra./ Hace años que llevo en ella,/ cómo no estar agotado./ Vuelan mariposas, cantan grillos,/ la piel se me pone negra,/ y el sol brilla, brilla, brilla./ El sudor me hace surcos,/ yo hago surcos en la tierra/ sin parar.

Ésta fue la primera canción que escuché de Víctor Jara. Desde entonces, Víctor forma parte de todos los iconos, símbolos y experiencias que se aglutinan como mi norte: lo que me orienta y lo que me define.

Víctor nació en Lonquén, Chile (a menos de 80 km de las afueras de Santiago) en septiembre del ’32 y murió unos días antes de cumplir los 41, en el septiembre del ’73 en la capital. Antes de morir fue torturado por varios días; los militares le rompieron las manos para que ya no tocara la guitarra y luego lo acribillaron.

Víctor fue simpatizante del presidente Salvador Allende y cuando el golpe de estado, entre tanto muerto, quedó también Víctor. Víctor vivió su pobreza con dignidad y esfuerzo, nunca la olvidó. De hecho su vida y su obra las dedicó a enaltecer y celebrar las labores más humildes, la gente más sencilla, la que con sus manos curtidas por el sol siguen construyendo el mundo con su cotidiana labor.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 


15diario.com