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1245 1 Febrero 2013

 

Barrenderos del burdel
Hugo L. del Río

Monterrey.- Los empleados públicos corresponsables de la tragedia del Royale deben estar temblando de miedo. Doña Minerva Martínez, quien cobra como si algo entendiera, así fuera un adarme, de derechos humanos y su importancia en una sociedad sana, se tomó su tiempo pero, al fin, emitió su fallo: hay que investigar.

Tardó dieciocho meses, año y medio, en concluir que los burócratas encargados de garantizar que hubiera condiciones mínimas de seguridad para los clientes del casino, tal vez –sólo tal vez– no hicieron su trabajo con el celo que se esperaba de ellos.

Hay que aplaudir a doña Minerva. Podría darles cátedra de paciencia a los chinos, de cinismo a Natividad y, a nuestro joven Rodriguito, bien le podría enseñar dos que tres cosas relacionadas con vivir de espaldas a la realidad.  

Año y medio para rematar que a la autoridad que le corresponda le compete averiguar si había o no salidas de emergencia, extintores de incendios, hachas para romper puertas o ventanas y aspersores que funcionan automáticamente al detectar capas de humo y temperaturas elevadas sobre lo normal.

Por supuesto que no había nada de eso y a la burocracia le importaba un pito. ¿Por qué tan criminal indiferencia? La corrupción, desde luego. De doña Minerva, no sé si recibirá dineros mal habidos o favores de esos que no se dan a conocer. Lo que sí sabemos todos es que quedó manchada. Decía un viejo maestro que en la vida pública, la ineptitud es una manifestación de corruptela. Ella no mató a nadie, pero solapó el holocausto.

Los burócratas tal vez visitaron el desplumadero. Habrán ido a jugar, a beber un par de copas, a comer algo y, quizá, a recibir mordida. A ellos nunca les importó que estaban dando los toques finales al escenario de una tragedia. Y es que, duele, duele mucho, pero hay que decirlo: los mexicanos somos muy baratos.

Cuesta más instalar una salida de emergencia que pagar una misa por el alma de medio centenar de víctimas. Un par de hachas, otros tantos extintores. Vamos: es mucho dinero. ¿Para qué gastarlo si ya bastante billete se eroga en sobornos?

Son tantos los culpables. Desde Larrazabal, su hermano Jonás y Miguel Ángel García, hasta los de Protección Civil del estado y el municipio.

Escribí líneas arriba que están temblando de miedo. Claro, quienes aún están en funciones pueden recibir un apercibimiento y los más modestos quizás pierdan el empleo. Y a los Larrazabal tal vez ya no les comprarán quesos. ¿Y doña Minerva? Oh, está muy bien, gracias. 

La Comisión Nacional de Derechos Humanos tuvo que jalarle las orejas para que la dama le mostrara al mundo que sí: ocupa un lugar en el espacio, respira y consume oxígeno. Sin duda, vive en mansión de lujo y se desplaza en auto de lujo. Tendrá sus joyas, sus ahorritos.

Lo más importante: sin duda está satisfecha de sí misma. ¿Porque hace bien su trabajo? No, eso ni ella se lo cree. Está contenta consigo misma porque cumple las órdenes que le da Rodrigo Medina, alfa y omega de su existencia. Algo nos tiene que enseñar la tragedia. No basta con desfilar vestidos de blanco.

De entrada, hay que presionar al Congreso local para que cambie la ley, de suerte que al titular de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos no lo designe el gober sino que lo elija la sociedad. Mandato de dos años, sugiero, con derecho a por lo menos seis reelecciones. De esta manera tal vez, sólo tal vez, se sientan obligados ante la sociedad y se animen a hacer bien su tarea.

Doña Minerva me lleva de la mano a la otra aberración. No les han pagado la indemnización a los deudos de las víctimas. Estas cosas sólo pasan en México. Y ocurren porque somos un pueblo infantil, blandengue, autocomplaciente y acrítico. Nuestra justicia es una puta y somos los barrenderos del burdel.

 

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