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1247 5 Febrero 2013

 

Rubén Bonifaz Nuño, se ha adelantado
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Aquella tarde del otoño de 1982 la esperábamos expectantes y algo nerviosos. Una semana antes René Avilés Fabila, quien nos daba un curso de literatura en el posgrado de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos había concertado una cita con el poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño.

Sería en su cubículo de investigaciones estéticas en la Torre de Ciencias de Ciudad Universitaria. Cruzamos los patios hasta llegar al edificio y subimos al piso donde estaba su oficina llena de libros y papeles. Antes de llegar, el escritor Avilés Fabila nos dijo “van a conocer al mejor poeta de México”, y alguien le preguntó provocadoramente, ¿mejor que Octavio Paz? Sí, respondió decididamente la impertinencia.

Cruzamos la puerta de su cubículo y se desplegó el escenario de la cita. Al fondo estaba parado un hombre con traje y chaleco oscuro, además de un escritorio donde brotaban como hongos pequeñas figuras simpáticas de plástico. ¿Ustedes no coleccionan pitufos?, pregunto, mientras abría sus brazos para mostrar esa variedad de figuras, colores y sombreros medievales. La respuesta fue un no silencioso salpicado de miradas entre sorprendidas e incrédulas. En ese momento voltee a ver su rostro sonrosado y encontré a un Santo Clos sin barba, pero con un bello bigote blanco de cosaco. Su sonrisa amplia y melena blanca creó inmediatamente un ambiente displicente y bonhomía.

¿Leen prosa?, pregunto mirándonos de frente. Porque les voy a leer algo. Abrió un pequeño libro blanco al que se le alcanzaba a ver el anagrama de la UNAM y llevaba por título As de Oros. Nada de gallos y palenques. O a lo mejor sí, sabiendo de su culto inteligente por los símbolos, la ironía y la risa. Exacto lo describió el también poeta Hugo Gutiérrez Vega, quien dijo que con la partida de este creador alejado de escaparates y foros mediáticos “se pierde también una parte de la risa del país, eso es una pena en este país con tan pocas sonrisas, con tanta solemnidad, tan hueco, tan violento, tan sangriento. Era un poeta con una sonrisa y con un amor por la carne y por la belleza del amor en sí”.

No es poca cosa. Esa tarde de otoño fue inolvidable, el poeta nos cantó su poesía y nos animó a leer más. Seleccionar y dejar de lado lo mediocre. Y, sobre todo, escribir bien, pues es uno de los mayores ejercicios de libertad. Hoy se va el poeta dejando una huella larga e imperecedera, pero igual poco difundida y menos conocida. Así que la tarea de quienes hoy lo homenajean desde las instituciones de cultura, debe ser llevar sus traducciones y poesía a los grandes públicos.

Quienes tuvimos el honor de estrechar su mano, escuchar su palabra en esos labios siempre sonrientes y fuimos objeto de sus motivaciones intelectuales, nos quedamos con la imagen limpia de ese hombre sabio y generoso que aún ciego y cansado en el ocaso de su vida, nunca dejo de ir a su oficina de la Biblioteca Central, donde se cultivaba pacientemente entre estudiantes, libros y poemas. Descanse en paz, el poeta y el maestro.

 

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