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1258 20 Febrero 2013

 

La vendedora de ilusiones
Tomás Corona

Yo vendo unos ojos negros… quién me los quiere comprar…
Lucho Gatica, se supone

Monterrey.- Fidelia, bruja moderna, luciendo un exuberante trasero cubierto por una llamativa falda multicolor y una ajustada blusa que casi revienta sus enormes “bubis”, se sienta plácidamente en el rodete de la fuente mágica repleta de tesoros ocultos bajo el fango del descuido y extiende su mesilla de aglomerado y la cubre con un floreado mantel.

De una caja de cartón va extrayendo las ricuras que piensa vender y en unos pocos minutos la desvencijada mesa se trastoca en un colorido mostrador pletórico de manjares que a fuerza de su vistosidad atraen las miradas de los enajenados transeúntes.

Siente cierto temorcillo porque bien sabe que no tiene el permiso del municipio para vender en la vía pública y lo caro y engorroso que cuesta sacarlo. Es ese miedo que se siente, que percibe la mayoría de la gente cuando se acerca alguien investido de autoridad, un “guardián del orden”, aunque no se haya cometido ningún delito. Por si las moscas, ella trae escondido en la enagua el billete de 200 pesos que piensa desembolsar como “mordida”, no sin antes regatearle, en caso de que aparezca un inspector gorroso.

La especialidad de Fidelia son los corazones y se esmera mucho en reelaborarlos para que no se les note el sufrimiento que padecieron. Hay de pan, chocolate, bombón, nuez, cajeta, amaranto, muégano, aljófar, y cada uno tiene una historia diferente. Los colecciona durante todo el año y luego mágicamente los transforma para venderlos el 14 de febrero. Parte de una premisa lógica: en estos tiempos es muy fácil vender el corazón, y lo más triste de todo es que tiene toda la razón. ¿Cuántos de nosotros no hemos estado dispuestos a entregar el corazón por una causa totalmente perdida?

En el anfiteatro regularmente encuentra una diversidad de estos melodramáticos y otrora palpitantes órganos; de asesinos, asesinados, narcotraficantes, policías, civiles inocentes, niños abandonados que murieron de tristeza, mujeres inmoladas por su propio marido, pordioseros, en fin, gente que nadie reclama. Algunos los recolecta en la calle, son de “prostis” amargadas, gente con mucha prisa que muere atropellada y de indigentes que han perdido la fe; los más chiquitos alguna vez pertenecieron a niños de la calle. Y cubre los corazones con una mezcla de misteriosos ingredientes y misterioso polvos, luego les aplica los materiales por todos conocidos (chocolate, azúcar) hasta transformarlos en auténticas delicias para el paladar.

Con los que batalla más para que le queden ricos son los de los suicidas que se matan sin saber por qué. A veces tiene que lidiar una tremenda batalla con los negros corazones de brujas chismosas, suegras metiches y viejitas regañonas; también utiliza los de madres abnegadas, de monjas vírgenes y de curas pederastas… Opss!, estos últimos son los más caros y quién sabe por qué casi no se le venden. ¿Los clientes se olerán algo de lo que hace aquella enigmática vendedora de ilusiones? Cabe decir que las lágrimas de Fidelia por tanto corazón roto, por tanto sufrimiento, son un aderezo insustituible en la elaboración de sus productos.

La tipología de los corazones devastados por traiciones, envidias, decepciones amorosas, herencias, olvidos, injusticias, odios, enfermedades, tristezas, pero sobre todo desamor, es abundante. Y para el regocijo de la vendedora, parecen multiplicarse cuando los va sacando presurosa de su asombrosa caja y le brillan los ojos al ver la interminable fila dispuesta a comprárselos. Curiosamente y sin saber por qué, los niños adquieren corazones que pertenecieron a madres desvalidas; los jóvenes, aquellos que eran de radiantes adolescentes que acabaron mal su vida; y las ancianas también compran corazones juveniles quizá con la falsa esperanza de recuperar sus años mozos. Los varones maduros son los más reacios para adquirirlos aunque no falta alguno que paga lo que sea por el corazón que perteneció a una voluptuosa muchacha. Un tipo de corazón, de los más vendidos, es el de los amores platónicos, ¿por qué será?

Lamentablemente, Fidelia sólo puede ejercer y hacer realidad, una vez al año, su próspero negocio. Así lo marca la inexorable ley de su oficio como vendedora de ilusiones porque, ¿saben?, se supone que cada cliente redime, al adquirirlo y devorarlo, el dolor y desconsuelo de aquel corazón roto, desahuciado, seco, amorfo, al principio y luego transformado en un dulce exquisito. Sin embargo, si las personas supieran de dónde saca Fidelia los corazones que vende, se asustaría al saber que aquella deliciosa golosina que están degustando es realmente un corazón humano disfrazado con chocolate y azúcar. Por cierto, no les diré qué sucedió, pero pienso, para el próximo año, venderle mi destrozado corazón a esta sin par mujer.

 

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