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1315 10 Mayo 2013

 

La guerra destruye la mente
Hugo L. del Río

Monterrey.- La balacera en el palacio de gobierno de Saltillo obliga a hacer algunas reflexiones. Para empezar, el episodio nos recuerda que los hombres y mujeres quienes forman la élite de la riqueza económica y el poder político son vulnerables. Los guardias que protegen a gobernantes y empresarios son fácilmente neutralizados, en esta ocasión por un hombre solo. Otro sí: se perdió en el oleaje de la vida real la noción de que las sedes del poder político si no eran inexpugnables, por lo menos imponían respeto. Y cuarta, pero no menor en importancia: siempre se supo, pero no está de más recordarlo: las guerras afectan la salud mental de combatientes y civiles.

Un desertor del Ejército, José María Gutiérrez, de 36 años, obviamente con desórdenes mentales y nerviosos causados, al parecer, por la desaparición de algunos familiares, llegó a la casa de gobierno antes de las nueve de la mañana y exigió al grupo de seguridad informes sobre sus seres amados. Desde luego estos gendarmes no podían saber nada del asunto ni les era posible orientar al ex soldado, toda vez que las oficinas públicas todavía no abrían. El señor Gutiérrez perdió la compostura, desarmó a uno de los uniformados y derribó a tiros a cinco. El gobernador Rubén Moreira no estaba en el edificio: de hecho es muy raro que un funcionario importante llegue a esa hora. Pero el evento enciende las luces de alarma: una sola persona, quien además llegó sin armas, puso fuera de combate a cinco agentes dotados del armamento reglamentario.

Cierto, el agresor, aunque bien a bien no sé si el calificativo es justo, tuvo adiestramiento y, quizá, experiencia profesional. Pero hay decenas o cientos de miles como él. Obregón dijo que “cualquier hombre dispuesto a perder la vida
me puede matar”. En el México del Tercer Milenio sobran hombres, mujeres e incluso niños dispuestos a realizar atentados suicidas. El evento de Saltillo es muy aleccionador. Y para darle un tono más oscuro al cuadro, recordemos que los guardaespaldas son sobornables.

El señor Gutiérrez parece no ser narco, sino una de las víctimas de este conflicto que ha desestabilizado al Estado mexicano.

 

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