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1842 19 Mayo 2015

 

 

La Uanl en tiempos electorales
Luis Lauro Garza

 

Monterrey.- La respetable escritora Rosaura Barahona ha puesto en días pasados [El Norte, 12 de mayo de 2015] un tema polémico a discusión: el acarreo (evidente y puntual para ella) de estudiantes de la Uanl a un acto político de Ivonne Álvarez, candidata priista a la gubernatura. Desde luego que siendo así el evento es a todas luces reprobable, pero a mi parecer los jucios que emite merecen desmenuzarse por partes.

En primer lugar, creo que nuestras instituciones (cuasi todas) dejan mucho qué desear en cuanto a la libre expresión y ejercicio democrático de sus prácticas entre sus integrantes; generalmente vemos al cura, empleador, jefe, director, licenciado, doctor, papá, mamá, policía, militar, diputado, capataz, maestro, activista social, escritor, vecino, pariente, empresario, periodista... jugar el rol impositivo sin que el resto de nosotros (como sociedad) reaccione con presteza.

Cierto que en los últimos años hemos asistido a la conformación de pequeños reductos aquí y allá de organismos civiles que nos sirven de ejemplo-contrapeso a la cultura jerárquica avasallante, y acaso por ello observamos con atención su desarrollo (y hasta nos entusiasmamos), pensando que en alguno de ellos (o en la sumatoria de varios) se está gestando el germen liberador de una sociedad realmente horizontalizada. Pero este proceso a veces es lento, o se tuerce, o se diluye y terminamos amargados y desencantados.

Para mí, el acarreo político es una práctica generalizada que (lamentablemente) abarca entidades tanto públicas como privadas: iglesias, asociaciones profesionales, clubs deportivos, ong's, universidades, redes sociales, etcétera. La organización de debates, por ejemplo, son hasta ahora más ejercicio de apoyo a un candidato en particular, según el criterio de cada organizador, que confrontación de ideas y propuestas en un cuadrilátero parejo y equitativo.

Así, el diario El Norte no tiene empacho en organizar un intercambio de propuestas, o dichos-acusaciones entre aspirantes, donde el ganador resulta ser [por obra y magia de los votantes seleccionados] el ex consuegro del dueño del periódico, a pesar de que tal candidato ocupa un lejano cuarto lugar en las preferencias de la mayoría de las encuestas. ¿Hubieran cambiado los momios si el formato de debate (con invitados exclusivos incluidos) lo hubiera impuesto otro medio de comunicación, digamos Multimedios, El Horizonte, o El Regio? ¿No es abuso de parte de este diario querer influir en el proceso electoral de esta forma? ¿Sus invitados no fueron manipulados-acarreados al participar bajo esta metodología?

En su texto, Rosaura va por más: 1) los alumnos [acarreados] fueron engañados (no les explicaron a dónde iban); 2) se extraña de que los directores de las escuelas involucradas, los maestros, o los ex rectores no se hayan pronunciado al respecto (“¿Por qué ese silencio cómplice? ¡Son los líderes pensantes de esta sociedad!”); 3) que su esposo la enseñó a querer y respetar a una Uni que –entonces– no era un brazo del PRI; y, 4) que ya no son los tiempos de Raúl Rangel Frías.

Yo imparto clases en la Facultad de Filosofía y Letras y no me cabe en la cabeza cómo pueden “acarrear” o “engañar” a alguno de mis alumnos; menos aún si éstos van a ser traslados en “bola”, como al decir de Rosaura (según sus fuentes disponibles) ocurrieron los acontecimientos. Y no es que dude de su versión, pero en todo caso los alumnos –así sean de 17 años, cuando menos– creo que ya tienen capacidad de discernimiento como para olfatear las intenciones cuasi perversas de su entorno magisterial y directivo. Si asistieron fue porque algo vieron de atractivo en dispensarse tal actividad, así fuera por el simple deleite de andar de recreo (no dudo que haya habido algún acto de coerción magisterial o proveniente del funcionariato universitario obtuso, pero esto sería la excepción, no la regla), o pensando en verse beneficiados con un  mayor puntaje a la hora de las calificaciones (aunque reconozco que ya me estoy enredando en puras imaginerías de tantas posibles).

Si los directores no se han pronunciado es porque “respetan a la institución”, están a favor de tal tipo de actos, o no cuentan con la información expedita correspondiente para aventurar un juicio; entre los maestros pueden imperar los criterios anteriores, aunque hay de todo, desde quienes ven con gusto que desde afuera del campus haya quien se rasgue las vestiduras por ellos, hasta quienes ejercen su individualista indiferencia hacia todo lo que ocurre a su alrededor (mientras ellos no sean molestados); de los ex rectores sería de quienes menos podríamos esperar algún pronunciamiento, pues lo que ocurre hoy es algo que de seguro también se manifestó en sus respectivos desempeños. Y eso de que “¡Son los líderes pensantes de esta sociedad!”, me suena a broma-desproporción, pues hace ya varias décadas que machacona y reiteradamente entre el empresariado y el ámbito gubernamental (medios de comunicación adscritos con atingencia a tal perorata) lo genuino, brillante y magistral empieza, suge y se cotiza mejor si proviene, se gesta, planifica y ejecuta por un egresado o adscrito a una universidad privada (empezando por el Tec de Monterrey).

Qué bueno (y encomiable) que su esposo [Roberto] la haya enseñado a “querer y respetar” a la Uanl (quién no quiere a su alma mater, a sus maestros, a sus amigos, a su etapa clave de formación intelectual, así sea poblada de excrecencias y adversidades que nunca faltan); pero qué raro que asevere que “entonces no era un brazo del PRI” (para mí que la Uanl, en mayor o menor medida, siempre ha sido apéndice del partido oficial; y contimás en la época del presidencialismo más descarnado, cuando la universidad pública era la escuela de cuadros partidarios por excelencia, cuando muchos se desvivían por ser reconocidos como “jilgueros del PRI”).

Raúl Rangel Frías fue rector (según leo en wikipedia) de 1949 a 1955 (e inmediatamente –de 1955 a 1961– gobernador por... ¡el PRI!). Que era más decente y volcado hacia la reflexión intelectual que el promedio de empresarios y políticos locales, no me cabe duda. Pero de allí a querer volverlo una referencia de la cultura democrática o justiciera en la entidad, hay una distancia considerable. No soy experto ni mucho menos en su biografía, pero su obra mayor la realizó desde el poder: primero como rector, y luego como gobernador. Nunca –que yo sepa– encabezó un movimiento importante desde la oposición (la leyenda urbana de que se negó, siendo rector, a que Adolfo Ruiz Cortines –candidato a la presidencia– hiciera campaña dentro de la Uni, está plagada de asegunes). ¿Alguna declaración de Rangel sobre la masacre del 2 de Octubre?; ¿marchó por las calles en alguna manifestación de apoyo a la autonomía de su universidad en 1969?; ¿algo que haya escrito sobre el movimiento estudiantil de la época, la guerrilla, el movimento urbano-popular, las luchas sindicales, los desaparecidos, la reforma política de finales de los setentas?; ¿alguna firma solidaria contra las dictaduras del cono sur?; y por último: ¿algún reparo de Rangel por el uso indebido de recursos universitarios, y el abierto acarreo de estudiantes y maestros en las campañas por la gubernatura de Pedro Zorrilla Martínez (1973) y Alfonso Martínez Domínguez (1979)? Incluso, tengo la impresión de que quienes más enarbolan a Rangel Frías como paladín de esto y de lo otro, son aquellos que más les gusta actuar bajo los designios institucionales [traducción: “lo que el jefe-rector, director, o gobernador en turno ordene”].

La Uanl es un surtidero de recursos humanos, económicos, intelectuales, culturales... Y por ello es un terreno en disputa perenne. Grupos se asientan, generaciones terminan, unos van a lo que van, otros se quedan con las ganas, los fracasos y éxitos se cruzan a cada rato... en fin.

A mi parecer, la historia de la universidad es tan rica, tan aleccionadora, que desenmarañarla significa aclararnos mucho de lo que hoy somos como sociedad nuevoleonesa. Recrear lo que hemos visto en ella, experimentado, refexionado, es en sí mismo una empresa apetecible.

 

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