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1861 15 Junio 2015

 

 

Nuevo mapa municipal en España
Joan del Alcázar

 

Valencia.- Hace treinta y seis años, el 3 de abril de 1979, la UCD de Adolfo Suárez obtuvo la victoria (30.6 por ciento) en las elecciones municipales, pero seguida muy de cerca por el PSOE de Felipe González (28.2 por ciento) y el PCE de Santiago Carrillo (13.1 por ciento).

Gracias a un pacto de las izquierdas, la alianza PSOE/PCE se hizo con el gobierno de la inmensa mayoría de las ciudades grandes y medianas del país, y ese fue el prólogo de la victoria rotunda del Cambio propuesto por el Partido Socialista capitaneado por el tándem F. González y A. Guerra en 1982.

Tras las elecciones del 24 de mayo de 2015, a las tres semanas, el 13 de junio, se han constituido los gobiernos municipales de toda España y la alegría vivida en calles y plazas de capitales, ciudades y pueblos ha recordado a muchos aquel día de la primavera de 1979. Ha resultado que si el penúltimo domingo de mayo se extendió el certificado de defunción del bipartidismo casi perfecto que ensombrecía el escenario político peninsular, el segundo sábado de junio lo ha iluminado de manera radiante: miles de personas han salido a las calles a celebrar la nueva realidad, y alcaldes y alcaldesas de identidad progresista han salido de los edificios consistoriales para hacer evidente y explícita su voluntad de mantener abierta y fluida la conexión con la gente. De hecho, el mapa que colorea cada provincia según el del partido que ha obtenido la alcaldía en su capital es más multicolor que nunca.

De hecho, si alguna cosa se puede afirmar a la vista de ese mapa es que la España real ―plural a más no poder―, y la España política local están más cerca que nunca. España no es ni bipartidista ni sencilla, es compleja y contradictoria; como España son las Españas, ni una ni dos, sino diversas Españas que desde siempre han sido así aunque muchos prefieran ignorarlo hasta el absurdo.

El resultado de las elecciones evidenció que los ciudadanos exigían cambios en profundidad, y no solo epidérmicos en la gestión política de los ayuntamientos. Donde había dos grandes partidos a repartir (PP y PSOE) se convirtieron en un mínimo de cuatro (con Podemos y Ciudadanos), lo que hace casi imposible las mayorías absolutas que los dos grandes partidos han aplicado como apisonadoras de gobierno según la época en la que les tocó disfrutarla. Tanto más porque han surgido con una fuerza inusitada, inesperada, extraordinaria y dando noticia de una reconfortante vitalidad cívica, las plataformas ciudadanas que han alcanzado resultados electorales que, en muchas ocasiones, han conseguido doblegar incluso a los grandes partidos sistémicos: dos casos notabilísimos son Ahora Madrid, que ha hecho alcaldesa de la capital a Manuela Carmena, y Barcelona en Comú, que ha dado la alcaldía de Barcelona a Ada Colau. 

En este último período, el PP ha huido hacia el abismo, ensimismado en su soberbia y dirigido por un incapaz que lo ha mostrado ante los ciudadanos como una máquina aplanadora, sorda, ciega, corrupta e insensible ante los estragos de la crisis; el PSOE no ha podido recobrar su maltrecha credibilidad de forma efectiva, y las nuevas fuerzas no han hecho sino responder a un deseo muy extendido de abrir una nueva época política. Una nueva etapa en la que todo ha de ser distinto: desde la transparencia a la honestidad en la gestión, desde la participación ciudadana al abandono de las servidumbres irrestrictas ante los grandes tinglados empresariales y financieros. Veremos en qué medida ese cambio en la cultura política está al alcance de los macropartidos sistémicos; ni el PP ni el PSOE lo van a saber llevar sin dificultades notables. También habrá que ver como lo gestionan los nuevos y cómo se comportan las plataformas que han alcanzado cuotas de poder municipal

El reto de los nuevos ejecutivos locales es, en este escenario, tremendo. Se ha abierto el tiempo de la nueva política, y aquellos que no estén atentos a las nuevas exigencias serán, simplemente, arrastrados por los vientos de los cambios que de ellos se esperan. Haber constituido mayorías de progreso que han relegado al PP a la oposición es solo el principio, y casi un juego de niños comparado con lo que viene ahora.

En España no existe la cultura del pacto, entendida a la forma y manera en la que se conoce en las democracias más avanzadas de la Unión Europea. Aquí el pacto político ha sido tradicionalmente concebido como un simple reparto del poder; es decir, repartir cuotas de gobierno, cargos, sillones y presupuesto para que cada partido coaligado lo gestionara según su leal saber y entender y, por supuesto, procurando arañar lo posible a sus socios e intentando rentabilizar de manera partidista su actuación política. Más que pactos de gobierno han sido repartos de gobierno, y eso ahora no va a servir.

Es tanta la pluralidad, son tantas las urgencias y tan evidentes las estrecheces presupuestarias, que las distintas administraciones locales no tienen otra baza a jugar que la de la eficacia social de su gestión, la cooperación entre las fuerzas políticas de gobierno, la generosidad y el estar cerca de la ciudadanía. Y tendrán que salir a la plaza pública a explicar que los problemas complejos nunca tienen soluciones sencillas, ni rápidas. Pero que son conscientes de que hay problemas que, complejos en mayor o menor medida, son urgentes.

Como escribiera Joan Subirats, a un alcalde lo que no le compete le incumbe. Es decir, que no puede dar la espalda a ninguno de los problemas, de las necesidades o las preocupaciones de los ciudadanos a los que gobierna. Esos ciudadanos han dado muestras claras de que han dicho basta al viejo modelo del reparto bipartidista y exigen una dinámica distinta. Han pedido pluralidad y colaboración, y esperan constatarla ―cuanto menos― en todo aquello que no cuesta dinero. Mejor atención al ciudadano, mayor conexión entre cargos políticos y administrados, transparencia y acierto en la gestión de los recursos, manos impolutas de los responsables, cero canonjías y sinecuras, efectividad y eficacia social de su acción de gobierno.

Eso deberán hacerlo todos los gobiernos progresistas conformados el 13 de junio. Plurales, multicolores y cortos de presupuesto. Con un Partido Popular que les pondrá desde Madrid ―de la mano de la potente derecha mediática― todos los palos que pueda en las ruedas. Además, con un escenario de elecciones legislativas a cinco meses vista que les llevará a competir de nuevo entre ellos por el electorado afín. De cómo se desarrolle este próximo período dependerá qué, ―como ocurriera tras las elecciones municipales de 1979―, la victoria de los partidos progresistas desemboque otra vez en la derrota de la derecha, como en 1982 ocurrió con la UCD de Suárez. No, no va a ser nada fácil. No obstante, si esos nuevos gobiernos no olvidan el impresionante apoyo popular recibido en las calles y plazas el 13 de junio, todo será posible.

 

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