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1861 15 Junio 2015

 

 

MALDITOS HIPSTERS
Los indeseables
Luis Valdez

 

Monterrey.-  El ambiente cultural de provincia nunca ha estado preparado para tolerar a quienes cuestionan su producción artística. Corral lleno de vanidades, becados, publicados y premiados por las instituciones públicas.

Semillero también, de artistas emergentes y promotores culturales instantáneos.

Ante el discurso de que es mejor tener poca cultura que poca, y que hay que estar agradecidos con los que promueven la cultura con buenas intenciones (aunque no haya una evaluación de lecturas o conocimientos básicos que le dé seriedad al asunto), también hay quienes cuestionan hacia quiénes van dirigidos en realidad los eventos públicos. Seamos claros: El consejo para la cultura acepta propuestas para eventos y esto ha provocado que promotores culturales sin cultura hayan dejado de buscar un trabajo formal para dedicarse a organizar eventos con tal de arrancar mínimo 5 mil pesos de las arcas públicas cada mes, que a menudo recurran a terceros que pueden recomendarles a quiénes traer (porque por supuesto, estos organizadores son promotores culturales que ni siquiera tienen conocimiento de personalidades a traer)… y lo más patético: los promotores, con miras a seguir sacando lana del consejo de cultura, buscan lucirse ellos a costa de sus invitados al evento. Pretenden ser los rockstars de los eventos culturales donde la cantidad de público no importa y al artista o ponente en cuestión se le ningunea.

¿Qué le espera al que cuestiona o exhibe estas cuestiones? Ser un indeseable. No importa si es un artista, un cinéfilo o un lector. ¡Mucho peor si sólo es un lector! Porque a la primera opinión se le aclara: tú sólo eres un lector, y los lectores no pueden opinar porque no saben.

¿Entonces en las gestiones culturales no importa el público, el consumidor, el lector? ¿El lector también es un indeseable? Por supuesto que lo es. Y no lo digo yo. Lo dicen los escritores emergentes (los que llevan dos meses escribiendo poemas sin comprometerse a entender la estructura de un soneto), los editores de libros artesanales y revistas literarias escolares (sí, aunque se hagan a mano, con fotocopias y sin ISBN), los promotores culturales a los que les afecta que les cuestionen sus conocimientos sobre cine, literatura, teatro, artes plásticas o música. El lector y el público que piensa y sobre todo que opina, se ha convertido en el enemigo no de la cultura, sino de quienes luchan por la cultura. Más bien, de quienes luchan porque la cultura les lleve unas migajas de pan y gloria pública a los bolsillos. 

¿Pero qué tanto importa el lector? Los mismos escritores han llegado a decir que cuando escriben no piensan en el lector. Borges recomendaba que el lector maravillado por las letras de un autor, no conociera al tipo en cuestión. Alguna vez Eduardo Parra declaró que su generación fue la primera en pensar en los lectores. ¿Vale la pena pensar en los lectores? En mi caso al menos pretendo que no se aburran. Pero supongo que en algún rincón del mundo hay lectores que no se aburren ni con Proust.

¿Y si los lectores se han convertido en unos indeseables? ¿Entonces para quién escribe un autor? ¿Para los que dentro de 200 años lo entenderán? No sucede lo mismo con los promotores culturales, que si no tienen la capacidad de captar la atención de los actuales consumidores de cultura, deberían estar perdidos. Por ineptos, por incapaces, por ignorantes e ingenuos.

No se trata de ver películas de acción con efectos especiales para considerarse un escritor de ciencia ficción. No se trata de tomar un par de talleres literarios para ya sentirse con la capacidad para coordinar uno, porque eso es meramente un fraude. Porque en el territorio de la cultura, lo que nos falta de manera urgente, es aprender a cuestionar nuestras capacidades, objetivos y justificaciones.

Si estamos ciegos ante nosotros mismos, sólo nos convertiremos en las patéticas víctimas de nuestra película barata. La culpa será de los malitos, de los demás, de los indeseables.

 

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