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1991 14 Diciembre 2015

 

 

América Latina, ¿gira a la derecha?
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Monterrey.- Las derrotas electorales que recientemente sufrieron el kirchnerismo y el chavismo, donde uno perdió la Presidencia de la República Argentina, y el otro la mayoría parlamentaria, ha servido para que muchos analistas sentencien una derrota de la izquierda latinoamericana.

Estos reforzarían su postura, señalando que coincide además con el cambio completo en el gabinete de la Presidenta chilena, la socialista Michelle Bachelet, o el juicio político en marcha contra de la petista Dilma Rousseff, Presidenta de la República de Brasil.

Sin embargo, habría que matizar esa visión concluyente, señalando que está firme la izquierda en Uruguay, con el gobierno que encabeza por segunda vez Tabaré Vázquez del Frente Amplio Progresista, que además lo inicia con el gran capital político y ético que le heredó José Mújica; está, además, Bolivia con un gobierno de corte nacional-indigenista en manos de Evo Morales, lo mismo en Ecuador, donde Rafael Correa impulsa la llamada “Revolución ciudadana”, Perú con el gobierno de Ollanta Humala, que promueve políticas sociales destinadas a favorecer a los más débiles; y cómo olvidar, los gobiernos de izquierda en Centroamérica, tanto en Nicaragua, como en El Salvador, con el gobierno que tutelan los ex guerrilleros: Daniel Ortega y Salvador Sánchez Cerén.

çY, es imposible no considerar, que en Brasil para las elecciones presidenciales de 2018, o antes si el juicio político en marcha destituye a Rousseff, podría estar de nuevo Luis Inácio Lula da Silva en la papeleta electoral, y en México, Andrés Manuel López Obrador, quien con todo y sus negativos, sigue siendo el candidato más conocido y con la mayor intención de voto (Reforma, dixit).

Este matiz sobre las izquierdas institucionales es necesario destacarlo para evitar caer en posiciones reduccionistas, no obstante, resulta prudente la pregunta sobre lo qué está pasando en los cuatro grandes de Sudamérica.

Todos ellos gobernados por una izquierda variopinta, cuando hace una década todo indicaba que era inevitable el  triunfo de las políticas de izquierda, como el fracaso de las derechas políticas que veían como sus candidatos y partidos eran derrotados y, ahora contra aquel pronóstico, está el repunte que parece avanzar inexorablemente.

Recuerdo una entrevista al entonces Presidente Lula da Silva hace unos años. Se le preguntaba, ¿dónde radicaba el éxito de su primer mandato en un contexto de capitalismo salvaje? No dudó en dar la respuesta. Respondió que los gobiernos siempre tendrán un margen para implementar su programa electoral y ese espacio, con sus recursos, la izquierda debería siempre manejarlo con eficiencia y eficacia en beneficio de los gobernados, y con especial énfasis, entre los que menos tienen.

Lula, con ese principio ético y criterio impecable de política púbica, logró sacar de la pobreza a decenas de millones de brasileños para convertirlos en clase media. Y hoy, paradójicamente, una franja de esos clasemedieros de nueva hornada son los más activos críticos de Dilma Rousseff. Ven en ella el riesgo de volver a la pobreza, por la corrupción en el gobierno petista.

Sin embargo, aquella enseñanza política sigue siendo válida, la izquierda puede hacer las cosas bien incluso por ello reelegirse, si sabe cuál es su margen de actuación y lo utiliza en beneficio de las mayorías.

El problema radica cuando es un gobierno de fachada de izquierda, sin ideas para implementar políticas públicas, con incapacidad de establecer alianzas con otros actores especialmente empresariales o le resulta imposible sostener un programa justiciero o está impedido para contener la corrupción de sus agentes institucionales.

Aunque no hay qué pecar de ingenuos, en muchos de los casos latinoamericanos la corrupción económica se sobredimensiona con el ánimo de debilitar a los  gobiernos de cualquier signo político. Es el ABC que Manuel Castells describe con muchos ejemplos de escándalos políticos en su obra Comunicación y poder (Alianza Editorial, 2009).

Creo que en mayor o menor grado, la izquierda latinoamericana ha puesto la justicia en el centro de sus gobiernos pero, en varios casos, ha sido incapaz de aprovechar eficazmente sus márgenes de actuación institucional o evitar la corrupción en sus filas o tener una buena política de comunicación pública para quitarse golpes de sus adversarios políticos y los poderes facticos.

Menos, todavía, cuando se ve involucrado en escándalos políticos el primer círculo del gobierno o miembros de las familias de sus gobernantes. Que, dicho de paso, no es privativo de las izquierdas, sino es una práctica frecuente hasta en países más institucionalizados con mecanismos de control de la corrupción.

Véase, por ejemplo, el caso de la corrupción en Petrobras que alcanza miles de millones de dólares y qué ha llevado a la cárcel a altos dirigentes del PT, la supuesta contratación ilegal de servicios a un hotel propiedad de la familia Kirchner en el exclusivo balneario de Bariloche o el tráfico de influencias del hijo y la nuera de la Presidenta Bachelet, pero también la Casa Blanca del Presidente Peña Nieto o el caso Gurtell en España que pone en entredicho la ética del gobierno conservador de Mariano Rajoy. Y no se diga Daniel Ortega, que vulgarmente se apropió desde el gobierno de bienes privados confiscados a miembros de la dictadura somocista. No menos importantes, son aquellos casos de corrupción, en gobiernos de izquierda en México que los medios de comunicación han difundido a lo largo de años.

Esta atmosfera de corrupción sumados a las mayores o menores dotes para moverse bajo un ambiente de amenazas neoliberales que, como en el caso de Venezuela, ha llevado a una gran estridencia y a conculcar, en lugar de ampliar derechos a los ciudadanos. Esto ha provocado reacciones sociales en contra de quienes las impulsan. Y eso, se encuentra detrás de esa combinación de políticas insuficientes o equivocadas, con decisiones sociales insostenibles, que han llevado al triunfo parlamentario de la oposición venezolana.

Hay que recordar, la izquierda institucional, apareció en varios de los países sudamericanos y  centroamericanos, como una opción de gobierno que buscaba mejorar las condiciones de vida de millones de personas además de ampliar libertades y derechos. Aquellas que fueron desapareciendo en el largo ciclo de los autoritarismos militares. Las izquierdas sin sostener políticas anticapitalistas, como lo marcaba el viejo credo marxista, se tradujo en el mejor de los casos en buenos gobiernos, pero igual malos, que no le sirvieron ni siquiera para permanecer a sus propias elites.

En definitiva, las derrotas electorales de nuestra singular izquierda en Argentina y Venezuela, no debe servir para hacer generalizaciones y menos sostener tesis expansivas, porque es la lógica de la competencia electoral. Algunas veces se gana, otras se pierde. Este vuelco de izquierda a derecha debe llevar a la reflexión sobre cómo fortalecer la democracia desde la oposición garantizando el bienestar de las mayorías, libertades y derechos sociales.

Ahí, está la enseñanza de Lula, pero también la de Mujica.

 

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