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1993 16 Diciembre 2015

 

 

Espartaco en Monterrey
Eloy Garza González

 

Monterrey.- La película “Espartaco” llegó a las salas de Monterrey en 1961, un año después de su estreno en EUA. A diferencia del resto del mundo, no fue un éxito en el norte de México como “Ben Hur”, estrenada un año antes, o “Cleopatra”, estrenada dos años después.

Las causas de que un film sobre la rebelión de un esclavo no fuera éxito de taquilla local van de la explicación moral (el regiomontano de aquellos años era muy conservador para ver cine y muy liberal para ver teatro) a lo poco atractivo del reparto: a la gente le gustaba más Elizabeth Taylor, por razones obvias, que Kirk Douglas, un rostro duro sin el aura bíblica de Charlton Heston.

Quienes asistieron al estreno de “Espartaco”, sabían que la película condenaba la esclavitud. Así lo aceptan también las generaciones siguientes que la vimos sin censura y remasterizada. Pero los espectadores de una y otra época dejamos de lado la otra condena de la película: el ataque a los excesos del Estado. Si uno canjea la palabra Roma por la palabra gobierno a lo largo del guión, queda exacto. Estábamos tan metidos en el milagro proteccionista del gobierno mexicano, que nos pasó de largo la acusación en contra de la clase gobernante. Cualquiera que ésta sea.

Este dato no sorprende a nadie, porque es bien sabido que Kirk Douglas compró los derechos de la novela a Howard Fast, comunista norteamericano para mayores señas, novelista hoy injustamente olvidado. Y el guión lo escribió en tiempo record Dalton Trumbo, perseguido por sus ideas radicales. Pero menos se comenta que la película es también un canto a la libertad de la migración humana. Los esclavos no querían combatir a Roma sino emprender el éxodo por el puerto de Brindisi. El Estado, o sea el Imperio, o sea Roma, no quería que escaparan de su dominio. ¿Por qué? Simple: sin esclavos no hay reino.

Los fans de la película recuerdan la escena en la que el ejército de sublevados declara al unísono el lema de guerra: “Yo soy Espartaco”.  O cuando el protagonista dice: “rezo al Dios de los esclavos por un hijo que nazca libre”. O cuando Kirk Douglas mata por necesidad a Antonino (Tony Curtis) y exclama al viento: “Volverá y será legión”. Pero a pocos se les grabó la escena en la que el malvado de Craso (un villano peor que Darth Vader) pontifica con su voz de burócrata ambicioso y de altos vuelos: “Hay una sola manera de lidiar con Roma: debes prestarle servicio, debes humillarte ante ella, debes arrastrarte a sus pies, debes amarla”.

Este cuarteto de deberes es lo que todo gobierno quisiera demandar a sus gobernados: que le prestaran servicio, que se humillaran ante él, que se arrastraran a sus pies y (por irónico que parezca), que lo amaran. La dictadura perfecta que fue el gobierno de México consiguió que los mexicanos le cumplieran esos cuatro deberes. Hasta que, como Kirk Douglas en la película, se hartó de tanto amor mal correspondido.

Y es que nuestro gobierno era muy bueno para hacer realidad el consejo de Graco, otro personaje del film: “la política es una profesión práctica, si un criminal tiene lo que quieres, negocias con él”.

O sea, los políticos negocian con todos, menos con el ciudadano. De ahí parte la injusticia, la explosión social y el pequeño Espartaco que todos llevamos dentro.    

 

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