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2043 24 Febrero 2016

 

 

Recordando a Samuel Noyola
Eligio Coronado

 

Monterrey.- El poeta nos da la visión de su realidad. Puede que no coincida con la nuestra, pero es su visión y eso la vuelve valiosa. También la nuestra lo es, pero si no la escribimos no trascenderá.

Samuel Noyola nos da su visión en El cuchillo y la luna*, poemario que reúne sus únicos tres libros: Nadar sabe mi llama (SEP, 1986), Tequila con calavera (Edit. Vuelta, 1993) y Palomanegra productions (Conarte, 2003).

La visión de Samuel es crítica, con tendencia a lo sarcástico, pero enmarcada en un estilo influenciado por los poetas clásicos españoles (Quevedo, Lope, Garcilaso, etcétera) y en lo moderno por Octavio Paz: “Nunca me siento solo en el oleaje de la escritura. / Nadar quiere mi llama hacia la otra orilla” (p. 116), “las semanas se dejan caer como una red / para ver cuántos de nosotros salimos vivos. / Jamás pensé que la muerte nos esperara a tantos” (p. 74), “Asombrada la luz del día estalla / ebria de resplandor contra el asfalto” (p. 55).

La voz de cada poeta es única, aunque matizada, en mayor o menor medida, por las influencias o similitudes con otros autores, lo cual es inevitable pues sería impensable atravesar el mar de la lectura sin consecuencias. Eso hace que a veces menospreciemos los hallazgos o posibles originalidades sólo porque el autor es joven, nuevo o desconocido.

Claro que Samuel (Monterrey, N.L., 1965) no es ni uno ni lo otro. Ya en los años ochenta era considerado como muy brillante y muy pronto entró en la órbita de Octavio Paz, quien le publicaría su segundo poemario en la prestigiosa Editorial Vuelta.

Hoy desconocemos su paradero, pero su obra sigue resplandeciendo como cuando la escribió: “me desvelo puliendo tu nombre / que empieza a brillar como un arma / (…) / me desvelo bronceando tu cuerpo / que empieza a brillar como un alma” (p. 54), “Soñé con un amigo que está muerto. / No sé si por furia o alegría / nos empezamos a golpear. / Yo no sé si le pegaba a la muerte / o al amigo” (p. 146), “la sábana / (…) ilumina / al afiebrado beso de dos cuerpos / el más alto momento de la espuma” (p. 31).

No esperemos que los poetas jóvenes, nuevos o desconocidos ejerzan el oficio con la misma lucidez o eficacia. Otorguémosles el beneficio de nuestra credulidad mientras afinan la pluma y aprenden a sacudir conciencias en el tendedero de la humanidad: “hacia la soledad (…) / caí (…) hasta que el vértigo me hizo mártir” (p. 30), “en la sombra (…) / (…) respira (…) la miserable luz del día” (p. 28), “Entre las llamas frías de la tarde azulada (…) / mi sangre entró de golpe a la escritura” (p. 113).

 

* Samuel Noyola. El cuchillo y la luna. Poesía reunida. Monterrey, N.L.: Conarte / Ediciones El Tucán de Virginia, 2015. 226 pp. (Colec. Ráfagas de Poesía.)

 

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