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2053 9 Marzo 2016

 

 

Frutos de sal
Eligio Coronado

 

Monterrey.- A veces el poema está ahí, frente a nosotros, y no lo vemos, pero el poeta sí. ¿Es que somos incapaces de apreciar la belleza alrededor? ¿Hemos perdido el sentido de la estética, ese que debería orientar nuestra brújula existencial?

Hugo Padilla (Ciudad de  México, 1935) formó parte del grupo Kátharsis que, en 1955, renovó la escritura poética en nuestra ciudad, inmersa entonces en el romanticismo decimonónico, estancada en la repetición temática y estilística y con un gran temor de abordar la nueva poesía imperante, acaudillada por figuras emblemáticas como Paz, Neruda y Borges, entre otros.

Concluida la revista, en 1961, la producción de Padilla pareció disminuir por el trabajo magisterial e institucional y la realización de tres libros sobre filosofía. El presente volumen (Frutos de sal*) es apenas su segundo poemario. El primero (Los días deshabitados, 1993), publicado por el Gobierno de Nuevo León, alimenta éste junto con otros textos de revistas y uno inédito.

Sus mejores poemas son los breves. En los extensos su intensidad es menor y la temática se dispersa. Pero en los breves la concentración guarda muchos hallazgos para el lector. Renace en ellos la intención de asombrar y lo consigue: “El vuelo del pájaro tiene pico amarillo y cola verde” (p. 55), “Sale un pezón de piedra / desde el pecho el mar” (p. 40), “El tiempo cuando se aleja / vaporosa huella deja” (p. 31).

Al ojo atento del poeta corresponde el lenguaje montando los andamios necesarios para construir en la página el poema percibido en el entorno. Tal vez a nadie le interese, pero Padilla quiere contribuir con su grano de luz a incrementar el patrimonio espiritual de la época. ¿Lo logrará?

La falta de lectores no detendrá la pluma de ningún autor, pero sí podría detener a la industria editorial, dado que los intereses difieren. Pero si no hubiera libros, revistas o periódicos, ¿en dónde encontraríamos poemas como estos: “Ropa en los tendederos: / encadenados pájaros / que aletean / y nunca alzan el vuelo” (p. 62), “Para atrapar el pez / en el agua del mar se hunde la gaviota. / Se la traga la ola: / luego llega a la playa / como una espuma sola” (p. 41), “En el bosque de espinos casi secos / se apaga, / herido, el ciervo. / Su cabeza de ramas / es casi otro árbol muerto” (p. 35).   

 

* Hugo Padilla. Frutos de sal. Carlos Lejaim Gómez, comp.Monterrey, N.L.: Conarte / Ediciones El Tucán de Virginia, 2015. 68 pp. (Colec. Ráfagas de Poesía.)

 


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