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2053 9 Marzo 2016

 

 

El mundo de Svetlana Alexiévich
Gerson Gómez

 

Monterrey.- Recuerdo cada una de las clases del doctor Esquivel en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Había que estar alerta a sus demandas, de puntualidad y pulcritud casi de asceta.

Cuando el único camino es la educación pública no te puedes dar el gusto de dejar materias pendientes. Esas cuestan y minan el magro estipendio semanal de un estudiante de tiempo completo.

Debíamos de leer, por lo menos de hacernos de títulos necesarios para el ejercicio de nuestra carrera.

En la biblioteca de la FCC descubrimos la donación magnifica de títulos. Todos sellados con tinta azul y la leyenda de González, el donante.
Nélida o Deyanira, jamás lo tuve en claro cuál de las dos, se hizo de un estupendo ejemplar de “El Marqués de Sade” ilustrado.

En mi acto de resistencia revolucionaria, entre las cajas aún sin clasificar encontré La Noche de Tlatelolco; Nada nadie, las voces del temblor; y  Fuerte es el silencio.

Los leí detenidamente, subrayados y con ideas para desarrollar en el futuro. De cómo irle dando formas a la entrevista, entremezclarlo con el reportaje de investigación y la crónica.

Hasta los reportajes de Martha Gellhorn, hace algunos años, me dejaron con marcadas experiencias de quienes los escribieron.

Cuando comencé a leer sus dos trabajos traducidos al castellano (La guerra no tiene rostro de mujer y Voces de Chérnobil) se vino a mi mente de inmediato el trabajo de Poniatowska.

En el recurso minucioso de la recuperación de las experiencias vitales, Svetlana Alexiévich usa muchos de los recursos añejos de Elena Poniatowska, en su faceta de cronista, entrevistadora y reportera.

Svetlana luego los va soltando como pequeñas postales, en donde el lector se va clavando.

Los libros de Svetlana Alexiévich reúnen los recuerdos y cuentan la parte no heroica de la guerra o del desastre nuclear. Sino los hechos reales de los sobrevivientes.

Los párrafos de Svetlana Alexiévich describen la suciedad y del frío, el hambre y de la violencia sexual, de la angustia y de la sombra omnipresente de la muerte, de manera casi idéntica a las páginas de Elena Poniatowska, quien ya rebasa los 84 años y que en su magnífica obra ha obtenido todos los logros en lengua castellana, quedando solo pendiente el Nobel de Literatura, que cada año parece alejarse de su existencia.


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