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2053 9 Marzo 2016

 

 

“Cinco esquinas” perdidas de Vargas Llosa
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Pocas veces una novela de Mario Vargas Llosa pasa desapercibida. Por supuesto, como todos los narradores, sufre sus recaídas en su trayectoria, sobre todo si esta es larga y profusa. Pero su obra, en general, es sólida en imaginación y estructura.

Además la publicación de cada una de ellas es un fenómeno literario global. Sin embargo, no es el caso de la novela “Cinco esquinas”. Su creatividad decae conforme avanza el lector en los capítulos. Uno termina de leerla y no le queda sedimento en la memoria: fluye como agua y se nos va de las manos como agua.

Inicia la trama con el costón lésbico de dos amigas. Como si esta escena fuera escandalosa para el lector actual, tan habituado hasta la saciedad con semejantes excesos de creador libidinoso. Ya este tipo de literatura llena de 50 sombras nos aburre, sobre todo si está bien contada, pero sin aportación novedosa. Recuerdan mucho al novelista español Camilo José Cela queriendo escandalizar a los jóvenes lectores de los años 80, soltando groserías y frases soeces en televisión que a nadie enrojecían ya para aquel entonces.

Luego, la trama que campea sobre los últimos meses del régimen de Alberto Fujimori huele a venganza muy postergada: que el gobernante con trazas de dictador se asoció con la mafia y eso generó una violencia social, es tesis sabida y sobada. También aborda el tema del periodismo amarillista como si fuera descubrimiento original, cuando Umberto Eco ya nos contó la misma cosa, en otro escenario pero con los mismos efectos, en su novela (también mediana) “Número Cero”.

Nada sale en este libro del lugar común: el thriller de segunda categoría, el escándalo con connotaciones sexuales, los políticos corruptos, la prensa que se salva del escarnio en el último momento. El ensamble de voces de los personajes que pretende repetir los viejos números de prestidigitador de palabras que es el autor peruano. Un mosaico de clases sociales que no está bien pegado, ni bien urdido, ni bien pensado. Producto más comercial que literario en busca de la aprobación de gayola, más que del análisis de fondo del crítico literario.

El problema es que nos referimos a una novela de un Premio Nobel, de un consumado narrador octogenario, del supuestamente mejor exponente vivo de la narrativa hispanoamericana. De un creador de personajes inolvidables en sus obras superiores, que no se comparan en calidad ni profundidad psicológica con el etéreo Rolando Garro, periodista cochupero, ni con Chabela y Marisa, que juegan a ser las renovadas “niñas malas” del género erótico que tanto gusta practicar Vargas Llosa justo en el ocaso de su vida. ¿Por qué no decir abiertamente que el perverso Doctor de la trama no es otro sino Vladimiro Montesinos, el testaferro de Fujimori?

Todas estas criaturas del aire (como las llamaría Fernando Savater) se quedan volando, sin el mínimo asidero real. Son personajes del montón: no trascienden. Sus vidas son didácticas y elementales. Meros clichés. Ni siquiera las descripciones eróticas son efectivas: no excitan al lector ni tomando Viagra. Una lástima para la pléyade de admiradores del peruano que nos quedamos con un palmo de narices.

O quizá “Cinco esquinas” merece una segunda lectura, no tanto para comprender sus entrañas, sino para darle otra oportunidad a la impresión de mediocridad que suscita en el lector.


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