Carta de una (ex) lectora
Hugo L. del Río
Monterrey.- Mi exlectora me disparó a quemarropa: “tal parece que (a) usted le pagaron también para que escribiera en contra de Ernesto Canales”. En los genes de la dama se combinan el primitivismo con el maniqueísmo. Y, claro, una generosa porción de intolerancia. Eso sí: me asegura que no tuvo la intención de ofenderme.
El mensaje es muy interesante. Enfoca poderosos reflectores en espacios negativos de la sociedad regiomontana. Si lo insertamos en el Cercano Oriente, Siria y algunos países musulmanes donde se interpreta el Corán como una directiva para matar a los seis mil 500 millones de seres humanos que somos ajenos al Islam, tendríamos derecho a decir que el correo lo pudieron firmar igual la Yihad que Al Qaeda.
La damita en cuestión me regaña porque piensa que no leo las páginas editoriales de El Norte y, me pone orejas de burro porque, según ella, no soy leyente de Rosaura Barahona y Felipe Díaz Garza. No sólo soy su leedor desde hace muchos años: puedo presumir de una relación de amisted y respeto con ellos. El problema que aquí enfrentamos es que Rosaura y Felipe son personas muy inteligentes y tratan con consideración a quienes que le dan a la realidad una interpretación diferente a la de ellos. Nunca he leído en sus columnas un insulto o un ataque personal contra nadie.
Mis dos amigos, colaboradores editoriales del diario de los Junco de la Vega entienden perfectamente que el hecho de criticar a Ernesto Canales no significa que uno aplauda las pillerías de los diputados. En mi opinión, son tan dignos de censura el suprocurador o fiscal anticorrupción como los legisladores, cuyas vilezas he condenado muchas veces en este espacio.
Pero, ¿cómo voy a discutir con un ser humano quien de entrada me dice: si no estás conmigo estás en mi contra y esto último significa que eres un corrupto porque los puros de alma nos formamos de este lado.
Naturalmente que textos como este que comento –y otros peores– los recibo a diario desde hace muchos años. Son gajes del oficio, como dijo Alfonso XIII de España cuando le tiraron una bomba.
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