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lidiceDIÁLOGO ENTRE UN MAESTRO DE NUEVO LEÓN Y OTRO DE COAHUILA / Lídice Ramos Ruiz

El pasado 16 de abril del presente año, en el auditorio Ciro R. Cantú, de la Escuela Normal Superior del Estado, un selecto grupo de amigos y familiares del maestro Humberto Ramos Lozano nos reunimos para conmemorar el noveno aniversario de su partida. En esta ocasión, los miembros de las academias de la educación de Nuevo León y Coahuila, acordaron, de antemano, aprovechar el momento para destacar las similitudes de vida profesional, de ideales y emociones del maestro Ramos Lozano y de su gran amigo, el maestro Federico Berrueto Ramón.
Más allá de los finos protocolos que aún se conservan en el medio magisterial, de la fortuna de pisar la escuela Normal, de saludar a personas de grata estima y de escuchar las sentidas palabras de los oradores, percibí  un diálogo entre los homenajeados, el cual comparto.
Federico, un poco mayor que Humberto, inicia preguntando. ¿Te acuerdas Humberto de Campo Redondo? Claro, –contesta con enorme sonrisa Humberto– fue una secundaria muy formativa. Teníamos, los internos, que trabajar la tierra y cultivarle así como cultivábamos nuestras mentes. Desde entonces he tenido claro que el término cultura es derivado de cultivo. Y de la misma manera que para que una planta florezca y dé fruto, también los humanos necesitamos medios adecuados para desarrollarnos y cultivarnos. Toda conducta, actitud o expresión humana constituye un acto de cultura.
Prosigue: ambos le apostamos a la educación mediante la instrucción de las escuelas públicas. Creímos que mediante la educación, los seres humanos nos construimos a nosotros mismos tanto como ciudadanos como colectivo de nación. Buscamos la formación del “hombre del porvenir”, como decía don Jaime, sin perder nuestras raíces, nuestro nacionalismo, pretendíamos un desarrollo armónico y cabal de la personalidad, de la formación de un sujeto. Había que forjar humanos y no sabios o enciclopedistas.
Ahora, Federico, ¿para qué se educa? Bueno, –responde– se dice que para la eficiencia, para la competitividad, para ser emprendedores y para lograr la comodidad personal, o calidad de vida individual. Ya no hay necesidad de interrogarse, de ir más allá, como si los otros no existieran. La educación ha dejado de ser un instrumento de cohesión social, de solidaridad humana, revolucionaria por desmistificadora y libertaria. Hoy, el proceso de enseñanza aprendizaje, busca la responsabilidad de los educandos, para alcanzar esa competitividad, con poco rumbo y para el hoy.
En el recinto, los oradores seguían, hablaban con enorme conocimiento de las actividades y situaciones de vida social y profesional de los homenajeados. Ambos personajes estudiaron su preparatoria en el Ateneo Fuente, de Saltillo. Ramos fue un empedernido aficionado del básquetbol; Federico, de los libros. Ambos, jóvenes revolucionarios, admiradores de los sucesos de la Revolución Mexicana y de los hombres que aplicaron sus sueños a la realidad del país. Ramos, con una capacidad para dominar el idioma inglés y las actividades manuales. Ambos soñadores y forjadores de escuelas normales.
Tenían los dos, una férrea convicción en la formación normalista de los y las docentes. Ramos decía en un trabajo que tiene sobre el Normalismo: “Si en verdad queremos cambiar lo malo que la educación tenga, si deseamos formar maestros críticos, jóvenes valientes que no les atemorice el futuro, comencemos nuestro trabajo en las escuelas normales”.
Entre estos discursos continúa el diálogo de los amigos. Federico comentaba que se sentía cansado y que le habían faltado fuerzas para solicitar, en el contexto histórico social de los ochenta en México, que no se tirara por la borda todo el esfuerzo de construcción del futuro de México. La base del ideal colectivo de independencia, soberanía y desarrollo, desde y para dentro de la nación, que con tanto cariño y desvelos habían realizado esos jóvenes de los años treinta y cuarenta de México, se estaba desdibujando.
Humberto interrumpe y expone: ¡Qué bueno que te fuiste antes que yo de este mundo llamado posmoderno! Acá sólo interesan resultados, productos de la acción humana. La educación como proceso en que se construye lo humano, tal vez llama la atención de unos cuantos o cuantas. Si vieras cómo se han “alebrestado” las mujeres. Ellas sí que han pretendido su liberación, buscando la legitimación de sus saberes y contribuciones al desarrollo del país.
La educación básica sigue siendo considerada necesaria para el pueblo, ahora lo elemental es manejar una computadora, saber dos o tres programas, conectarse a la Internet, tener principios básicos de inglés, aunque no sepas leer ni escribir en español. La educación universitaria sigue siendo para la élite, aunque ya no asociada a una ciencia que busca la verdad en el sentido de la modernidad, sino como una fuerza productiva fundamental, como una mercancía de información.
Pero sabes, lo que me molesta es que nos enredan con discursos, congresos o mesas de trabajo; se nos quiere hacer pensar que haciendo más eficientes los servicios educativos, y preparando mejor al magisterio, la educación se trasforma. Tendríamos que convenir en que resulta necesario también modificar a la sociedad.
En la práctica, el famoso eslogan de “aprender a aprender” como objetivo del acto educativo del momento, no se valora como un proyecto del humano, ni se piensa como tal, creo que más bien se percibe con un criterio de realización del sujeto poseedor de saberes y habilidades, competitivo y eficiente. No atino más que a verle con criterio de operatividad, ligado a la tecnología y desarticulado de la historia y el futuro.
Está por terminar el evento, hay caras pensativas pero no por el diálogo que yo he escuchado, sino por la crisis que vive el magisterio, por su devaluación económica y moral. Por la devaluación del saber manejado en forma tradicional, por la devaluación sindical y por la devaluación que la misma sociedad mexicana ha hecho de las escuelas.
En fin, una tarde muy interesante, llena de emotividad y buenas ideas. Del diálogo comparto muchas de ellas, sin embargo, no hay que desesperar, en el reino del compromiso intermitente, ligero, sin exigencia de sacrificio, como dice Lipovetsky en El imperio de lo efímero, hay aún lugar para dar cauce a los derechos humanos, para preocupaciones humanitarias, para más espontaneidad de las masas y para la formación de otro mundo posible.

lidiceramos@hotmail.com

 

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