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ANDA BORRACHO PANCHO
Guillermo Berrones

III

Rosa y La Prieta son una misma persona. Se le apareció a Pancho una noche de octubre, mes en que la luna se vuelve más hermosa: clara, redonda, como saltando las bardas del taller. Trataba de dormir en su soledad. Sobresaltado por la sombra que tenía enfrente, le disparó el rayo de luz de su lámpara de mano. Unas piernas brillosas y prietas bajaban desde la bastilla de una falda plisada. Más arriba el vientre ceñido y voluminoso apoyaba un bulto de ropas sostenido por unos brazos carnosos y fuertes. En seguidita los pechos apretujados bajo la camiseta del PRI y luego el rostro moreno de una mujer joven. La mirada de Pancho se topó con unos ojos zainos llorosos.

-¡Ah, cabrón! ¿Toy soñando o eres el diablo?

-Me llamo Rosa. Tú eres Pancho ¿no?

-Psss sí, yo soy Pancho y tú eres Rosa ¿y de ai?

-Es que soy la mujer del Buda, tu ayudante. Y vengo a pedirte chance de quedarme contigo porque es que ya no lo aguanto. Siempre me está pegando. Ya me agarró de su perilla. Que si no hay cena porque no hay con qué, unos riatazos; que si me está bajando y no se puede, madrazos por sangrona; que si no me dejo por atrás porque me duele mucho, patadas por culera. Si nos cortan el agua o la luz, allá va Rosa de nalgas al suelo por pendeja. La verdad es que ya no le hallo. Ahora volvió a golpearme y le reclamé: "oye, pues por qué me pegas tanto, si yo te lavo, te atiendo, te plancho, hago todo lo que me dices". Y me contestó el desgraciado: "por puta". Y pues sólo que por eso sea. Pero ya estuvo bueno ¿no? Nomás lo dejé que se quedara dormido y me salí a la calle con mis tiliches. Me pensaba ir con una prima, pero pues qué va uno a dar lata donde hay otra familia. Y entonces me acordé de ti, que estás dejado y solo. Si quieres yo te puedo atender, al fin que no soy desagradecida...

-¿Y el Buda?- preguntó Pancho cortándole el monólogo a Rosa; interesado en la propuesta y pensando en su ayudante. Cómo era posible que aquel pedazo de hombre: chaparro, panzón, feo y pendejo pudiera haberse ganchado a esta vieja que si bonita no era, fea tampoco.

-No, pues con el Buda tú sabes lo que haces, al fin que conmigo esto murió y ya. Si ni güercos tenemos. Que se agarre de su costal a otra pendeja.

El resto de la noche lo pasaron en un insomnio voluntario. Por la mañana Rosa estaba preparando el almuerzo. El olor picosito de la cebolla y el chile inundaba el taller de Pancho. El Buda llegó puntual al trabajo y se encontró a su Prieta recién bañada.

-¿Y ora?

-¡Nada! -gritó Pancho desde el fondo empuñando una hoja de muelle- que se me va a chingar a toda su madre, Budita, porque ya se le acabó el jale... y la vieja también.

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