Diario de un ruco
Eligio Coronado
Monterrey.- La poesía narrativa de Guillermo Meléndez deambula por los sórdidos territorios de la existencia mientras afila su sentido crítico y repasa el santoral de la cultura popular.
Su discurso es sólido y arraigado en lo cotidiano, por lo cual es considerado uno de nuestros poetas mayores. Pocos como él para señalar, describir, enumerar y enfatizar lo abyecto y lo antiestético como norma y destino.
Hiel: diario de un ruco* recoge estas preocupaciones existenciales que han inquietado a Guillermo (Galeana, N.L., 1947) durante años: “Vuelvo con la frente marchita / y aunque los surcos ya estaban en mi cara / antes de partir, al palparlos, / de acuerdo con Gardel admito / que la vida es un soplo y los años son nada” (p. 111).
¿Tienen sus palabras sabor a desencanto? A cierta edad, el desencanto deja de ser pasajero y se vuelve forma de vida: “Así es la vida, cada quien dentro de su burbuja, / con su tristeza esquiva, con su zozobra en ostras” (p. 48), “Me moriré en Monterruín con chipichipi / un día del cual ya tengo el olvido” (p. 40), nos dice esto último, con los ecos de César Vallejo palpitando en su pluma.
Como es evidente, su estilo no recurre a florituras, maquillajes o circunloquios, pero suele ser lúcido: “Se esfuma de repente la mancha que quedaba / del paisaje de mi andanza libertina / (…) para saber si no soy un espectro / jugando al solitario con naipes de niebla” (p.29), “Debo confesar que en estas excavaciones del ayer / hubo fragmentos que el olvido no se dejó arrebatar” (p. 83).
La percepción de Guillermo es profunda y su lenguaje sabe captar el recóndito rostro de la realidad: “Así es la muerte, hecha de ausencia cruda, / de cresas y crisálidas, de cogollo y carcoma, concluyo, / envuelto en un remolino de transfiguraciones” (p. 48), “Y como ya las parcas despliegan su telón de brumas / y el moribundo yace mudo sin relatar su desvarío / no se sabe si en el fondo del precipicio esperan las pirañas / o Santa Teresa con su capa extendida (…) / salva a los niños de la brutal caída” (p. 46).
Éste es el universo de Guillermo, el mismo que todos habitamos, pero que no queremos ver, acaso por ceguera intelectual o tal vez por comodidad: “los atormentados se levantan y olvidan su piel de pergamino / cuando saben que no hay peor cosa que la inmovilidad, / y los atolondrados dignifican el arte de soportar el rigor / (…) para alcanzar el fruto ofrecido por el dios de la misericordia” (p. 37).
Guillermo Meléndez. Hiel: diario de un ruco. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Posdata Ediciones, 2011. 116 pp. (Colec. Versus.)