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1097 9 Julio 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Esporádicas visitas
Gerson Gómez

Monterrey.- Me invitó a su habitación a pasar la tarde. Eso es todo un suceso en este desierto. Sus esporádicas visitas. Meteóricas y abrazadoras. Incandescentes, profundas.

Tienen razón los desertores, en tierra adentro siempre soñamos con el mar.

También el conocimiento escasea en la geografía.

Después de participar en el homenaje popular a la lucha libre.

Yo sólo lo conozco demasiado. No físicamente, sino en fotografías de los periódicos y sus tantos libros publicados.

Acceder a su persona, es idéntico a internarse en las redes de la mexican mafia. Sentados en una de las mesas de la cantina “La Opera” en el Distrito Federal: el complejo laberinto de la literatura nacionalista.

Llegué a tiempo. Llamé desde la recepción.

Al tercer timbrazo contestó. Supongo tomaba la siesta de la tarde.
Sube, me dijo.

Desde el ascensor el corazón resoplando. Voy a contemplar el río de los conocimientos desde la misma fuente.

Apenas golpee la puerta con los nudillos de la mano derecha, la habitación se abrió y me invitó a entrar.

Vestido con playera interior blanca, pantalón de mezclilla, despeinado, sin calzar los lentes, es la indumentaria de su personalidad.

El murmullo de la voz cansina. La hoguera de la ciudad capital dedica parte del tiempo para conversar.

Nos sentamos cada uno, frente a frente, en la mesilla acondicionada con dos sillas de bejuco.

Está fresca la habitación, comenté. Sólo así se puede tomar la siesta en paz.

Sonrió, como lo hacen los lobos, antes de devorar a su presa. Cuando ha caído en la trampa.

¿Quieres hablar de?

Saque los papeles del cartapacio y los coloqué en la superficie, los originales del libro inédito, la nueva crónica.

¿Podrías leerlos y darme tu punto de vista?

¿Quieres beber algo?, sugirió.

Agua mineral con limón, con eso está bien.

Se levantó llamando al servicio a la habitación.

¿Cerveza, whisky, ron, brandy?; ¿algo más fuerte?

No, gracias, admití. Voy a la reunión de oración. No estaría bien llegar oliendo a licor.

Ser una eminencia es maravilloso, supongo.

Le tengo respeto. Siempre le antepongo el Don a su nombre.

De miles maneras, atentas, otras, un poco más incomodo, me pide le llame sólo con el nombre de cabecera.

Intentamos juguetear a conocernos siempre cerca del borde de las sillas.

Lanzando dardos. Es una pena conocerte tan tarde en la vida.

Soy una planta cercana a lo marchito, dice.

Le observo las cuarteaduras del rostro. Cuando se reanima y lanza su mejor jugada, asomándose al balcón de mi corazón.

Creo es hora de pasar a retirarme. Siempre en pequeñas dosis la alegría resulta suficiente.

Sonríe ligeramente amargado.

Tal vez si hubiera abierto las puertas de la capital. O el remanso de las becas. O las estancias en el extranjero. Caminar entre tantas callejas desconocidas. Sin tomarnos de la mano. Aparentar lo insostenible.

Todos los hombres somos potencialmente homosexuales. Hasta los misóginos y los homofóbicos.

Sólo en la habitación de nuestro alojamiento le haría el acto supremo de penetrarlo. Previa dilatación y bastante gel. De cogerlo. Cogérmelo todos los días. Mantenerlo contento. Con el sabor de mi semen.

Luego tallerear nuestros textos. Un hombre agradecido es genuinamente generoso.

Luego me iría directo a la ducha, para quitarme su aroma.

Saldríamos a cenar y antes de dormir, en pelotas, jugaríamos con sus gatos.

 

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