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1097 9 Julio 2012

 

La melancolía post Huracán Alex
Cordelia Rizzo

Monterrey.- A la naturaleza no le importa nuestro dolor, pero la miniatura de la psique humana sí se sirve de las imágenes, a la medición de las fuerzas y la vestidura que le damos al fenómeno para explicarse lo que siente frente a lo inconmensurable.

Mi sensación de ver la destrucción de Constitución y Morones Prieto fue de una profunda melancolía; son las avenidas que me llevan de mi departamento a la casa de mis padres, una de las fracturas está justo en ese tramo de Morones que me conduce ahí.

Cuando vine a vivir a Monterrey en el 88, curiosamente, el huracán Gilberto me hizo más entrañable el espacio al que no quería venir, porque me habían sacado violentamente del DF mis papás. Tal vez fue porque la ciudad y yo compartíamos el semblante de agredidos.

Otra cuestión es la familia. El Gilberto consolidó a mi papá como una figura pública, pues recién llegado al estado había reaccionado como un señor alcalde y recibió la palmadita del presidente Salinas por su trabajo. Cuestionables o no los hechos en sí, la importancia de la memoria de estos sucesos en la popularidad de Sócrates Rizzo es incontrovertible. El post-Gilberto pronosticaba una carrera política de logros infinitos, de una danza constante con la ciudad y un enamoramiento pleno con la gente. Yo era la hija pegada al papá y mi papá era de la ciudad. La vida era a la intemperie para ambos. Visitábamos San Bernabé al igual que el Palacio Municipal; una gala de intelectuales, lo mismo que una verbena popular en la Macroplaza. Éramos de la ciudad. Ésta era un lugar para los grandes.

En 1996 mi familia y yo nos fuimos, derrotado nuestro optimismo. A papá ya no lo quería “Monterrey”, y renunció a capitanearlo con su semblante triste y con un brazo fracturado. La retirada tuvo consecuencias fuertes. A pesar de yo no tener vela en el entierro, el suceso me afectaba a mí, porque ya me había yo entretejido con ese fluir. El enamoramiento que inició con el desastre del Gilberto había estructurado mi psique, que se derrumbó tal cual, cuando abandoné la ciudad con mi familia.

La cosa peculiar de los traumas es que justo la exploración de un golpe es el modo de superar su recurrencia post traumática.

Los golpes desnudan a las realidades.

Monterrey es una tierra de reaccionarios que se disfrazan de progresistas, liberales desenraizados, familias que subsisten de la imagen y no de las relaciones humanas, privilegios de clase vacíos, monumentos y construcciones que no son modernos sino colosales y grotescos, con una inteligentzia que no piensa por una estima absurda a un verdadero artífice de tradición, instituciones culturales pagadas de sí mismas, burócratas indolentes, la hegemonía del criterio de pertenencia a una clase social, y en resumen una sociedad desmovilizada e incapaz de una verdadera autocrítica, personas incapaces de sentir por el otro, un lugar de cadáveres urbanos que ahora se muestran para todos...

Nota de la redacción: Este material fue escrito originalmente hace dos años, pero la autora decidió volverlo a publicar en el contexto del segundo aniversario del huracán Álex.

 

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