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1209 12 Diciembre 2012

 

Rolando Guzmán, firme y adelante
Cuauhtémoc Cantú García

“El Espíritu del Señor está sobre mí. 

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres.

Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.
A pregonar libertad a los cautivos.
Y vista a los ciegos.

A poner en libertad a los oprimidos.
A predicar el año agradable del Señor”.
Lucas 4:18-19

Monterrey.- Algún amigo ha dicho de Rolando Guzmán Flores que era un ser de excepción. Esto se puede entender si decimos que Rolando venía de una familia excepcional.

Un historiador apuntaba que la cultura de occidente le debe mucho a los hijos de los ministros religiosos protestantes, que bien se puede citar a un buen número de ellos, figuras en distintos ámbitos de la vida.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que México le debe mucho a este ser excepcional, Rolando Guzmán Flores, hijo de un ministro religioso protestante.

En la Ciudad de México, hay una placa colocada en una pequeña rotonda en la colonia Morelos, que dice: “En este lugar iniciaron la obra del Ejército de Salvación en México, el Capitán Alejandro Guzmán Quintero, y su esposa Isabel Flores de Guzmán, en el año de 1937”.

Estos dos personajes, don Alejandro y doña Isabel, seres excepcionales, fueron el padre y la madre de Rolando Guzmán Flores, los cuales consagraron sus vidas en el ámbito religioso a favor de los desposeídos, específicamente alcohólicos y niños huérfanos.

En una entrevista, el 23 de octubre del presente año, Rolando decía de su padre: “fue un tipo que predicó el evangelio y lo hizo realista”, queriendo decir que su predicación no sólo estaba referida al cielo sino también a la tierra. Y de su madre, dijo: “Era una mujer respetuosa y respetable, llena de orgullo”. Pero Rolando no hablaba de ese orgullo vanidoso, sino de aquel orgullo de una mujer que no se avergonzaba de su origen, manifiesto en un expresión muy de su mamá, que decía: “india y a mucho orgullo”.

De esos dos seres excepcionales vino Rolando Guzmán Flores, un ser excepcional, nacido un 16 de marzo de 1934, en la Ciudad de México. Llegó al mundo con la primavera.

Rolando era apenas un niño de escasos años, cuando ocurrió el acontecimiento político de la nacionalización de la industria petrolera en México. Podemos intuir que la educación formal de Rolando niño, se llevaría a efecto en el gran ambiente de la ideología del nacionalismo mexicano.

Así, sus primeros años de estudios primarios los realizó en la escuela “ Francisco A. Peñuñuri”, en la Ciudad de México. Sin figurar ni destacar como alumno, llegó a suceder que por disposición de su maestro de segundo grado, se sentaba en la última banca con el grupo de los burros, según él lo refería. Dada la circunstancia del caso, por su deficiencia académica, fue reprobado ese año escolar.

En la indagatoria familiar por lo ocurrido, se descubrió que el niño Rolando no tenía ningún problema de inteligencia en el aprovechamiento escolar, sino que más bien el problema se trataba de un trastorno ocular, que no le permitía visualizar lo que se escribía en el pizarrón. Tal era la causa de su bajo rendimiento en la escuela.

A partir de ese episodio, se vinieron cambios significativos en su vida. Primero, lo trasladaron a la escuela Julio Zárate, en que repitió el año escolar en un nuevo ambiente, pero ahora igualado escolarmente con su hermano Nelson, con quien mantendría una relación fraternal muy estrecha.

El segundo cambio significativo ocurrió cuando se le puso solución a su trastorno ocular, gracias a que su hermano Plutarco le compró sus primeros anteojos.

Con sus nuevos anteojos, Rolando no sólo solucionó su situación académica, sino que agregó algo más que sería definitivo por el resto de su vida.

A la pregunta expresa hecha a Rolando: “¿cómo te sentiste con tus nuevos anteojos?” Respondió: “como un ser divino”.

Sucede que a partir de aquel momento, todo cambió. Destacó como estudiante y se hizo muy popular durante toda su primaria. Los compañeros lo rodeaban, en los actos cívicos escolares cantaba, entre otros cantos, “Al Dios Padre Celestial”, y uno de sus momentos más felices, según lo refirió, fue cuando se ganó una medalla como campeón goleador.

¿Cómo interpretar el cambio positivo en la vida del niño Rolando Guzmán Flores, a partir de la experiencia de sus nuevos anteojos?

Según los especialistas, hay dos fantasmas que asedian a los niños que usan por primera vez anteojos: uno se refiere a la potencia que falla, esto es, la falta de visión que se convierte en desventaja personal; el otro, se refiere a la humillación, particularmente por la burla de los demás.

En cuanto al fantasma de la humillación, Rolando no lo padeció, pues sus compañeros no se burlaban, al contrario, lo admiraban; tal parece porque en esa época no era usual que los niños usaran anteojos.

La cuestión radica en que los anteojos singularizaron a Rolando, ante sí mismo y ante los demás.

El otro fantasma, el de la potencia que falla y se convierte en desventaja personal, sí lo padeció Rolando, pero psicológicamente lo resolvió.

Para algunos especialistas, los niños que no ven bien, desarrollan la voluntad de encontrar motivos de consuelo. En esa ruta intentan elevar su autoestima, atrayendo para sí fuerza o poder, o una imagen de reconocimiento. Es el camino de la compensación. Hay psicólogos que piensan que los miopes hacen transferencias. La falta de visión la compensan haciendo surgir un elemento positivo, como la dulzura, la fuerza, el encanto.

Rolando no era propiamente un ser dulce, pero era encantador: cantaba, actuaba; su sentido del humor era inteligente y muy fino. Su encanto compensaba su falta de visión. Además, a su personalidad agregó poder. Algún amigo ha dicho de Rolando que era un imán. Y, en efecto, Rolando tenía magnetismo. Por eso, su liderazgo era natural.

Los ojos son sede de un doble poder: la acción autónoma y el dominio sobre el mundo exterior.

La miopía de Rolando como niño, le disminuyó poder, pero logró compensarse. Sus primeros anteojos le permitieron singularizarse, le iluminaron el mundo y por la vía psicológica, le agregaron poder. Por eso, se sentía como un ser divino con sus primeros anteojos, con los que felizmente concluyó su primaria.

Trasladada la familia Guzmán Flores a la ciudad de Monterrey, en busca de un mejor porvenir, Rolando fue llevado por su padre ante el profesor Humberto Ramos Lozano, director de la Escuela Secundaria Uno. Realizado el trámite correspondiente, fue aceptado en ese plantel junto con su hermano Nelson. Es destacable que en su paso por la escuela secundaria Rolando publicó el periódico estudiantil “El Espejo”, actividad que prefiguraba en él, al Rolando adulto como articulista en el periódico El Nacional.

Terminada su secundaria, Rolando Guzmán Flores ingresó a la Universidad de Nuevo León para cursar la preparatorio en el Colegio Civil, en donde habría de coincidir con varios de aquellos que más tarde se constituirían en sus más entrañables amigos.

De su experiencia de ingreso a la Preparatoria, el propio Rolando Guzmán Flores, llegó a escribir:
“Ingresé a la Universidad de Nuevo León en 1953, en el mes de septiembre. Al iniciarse los cursos, las puertas del Aula Magna se abrieron de par en par a fin de recibir a profesores y alumnos invitados para asistir a la ceremonia de iniciación de cursos que se organizaba cada año, para empezar el ciclo escolar. Por ese tiempo era rector de la Universidad el maestro Raúl Rangel Frías, quien tuvo a cargo la cátedra magistral que simbolizaba el comienzo del trabajo. Fue impresionante escuchar al maestro Rangel en aquella exquisita  oratoria que expresaba con toda propiedad las ideas del ser y quehacer de la universidad y su función científica, humanística y social; nos hacía sentir la responsabilidad que adquiríamos ante la sociedad por contar con el privilegio de recibir una educación costeada con dineros del pueblo.”

En aquel momento de 1953, en que el jovencito Rolando escuchaba al maestro Rangel Frías, nadie se imaginaba lo que más tarde haría el Rolando adulto ya como profesionista a favor de la Universidad de Nuevo León y de su trabajadores. Ni siquiera el propio Rolando lo imaginaba. Por lo pronto, en aquella memorable ocasión su corazón universitario estaba encendido por la flama de la responsabilidad social, incluso antes de ese año de 1953.

Durante el período de estudiante en la Preparatoria, se puso en crisis la vocación de Rolando. Se jugaba su misión personal y el destino de su vida. De niño, su sueño era llegar a ser un gran cantante. Tenía los atributos. Su voz tenor era privilegiada. No tenía impedimentos de capacidad personal para seguir esa ruta con que soñaba, una vez concluidos sus estudios de Preparatoria.

La cuestión de fondo, seguía siendo la responsabilidad social. Así, un día su padre sentenció: “Tienes que ser un abogado y hacer defensa de los pobres”. En realidad, hacer causa solidaria por los pobres, era algo que Rolando ya había interiorizado en su conciencia desde niño, precisamente por el ambiente familiar y religioso en que fue criado. La cuestión era si debía estudiar Derecho. Su debate interior tenía carga ética.

Hay una anécdota que Martha Irene de los Santos narra, que muy bien describe la dualidad de los polos que luchaban en la interioridad de Rolando. Nos dice: “Un día en la plaza del Colegio Civil se montó un templete y Rolando era el orador principal en defensa de los estudiantes. Al bajar del tablado, lo esperaba al pie de la escalera Héctor Monfort, quien lo encaró directo: “Nomás vine a preguntarle: ¿se va a dedicar a la política o al canto?”

La ruta de su vida la decidió Rolando Guzmán Flores, cuando en el año de 1955 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Nuevo León. Su paso por las aulas universitarias fue muy dinámico, con gran derroche de energía y creatividad, graduándose de abogado hacia 1960.

En algún momento, ya como profesionista acarició el sueño de irse a Francia y posgraduarse, pero renunció a esa pretensión. A esa altura de su vida, Rolando había aprendido a sublimar sus deseos por la obligación. Su conciencia ética se orientaba al deber.

A la pregunta: “¿cómo no te fuiste a Francia, si tenías la inteligencia y las relaciones para hacerlo?” Rolando llegó a responder: “Vi a mi madre con la carga de todos mis hermanos, y me dije: no puedes dejarla sola”.

Por ese acto y otros muchos y por lo que implicaron en la vida familiar, Rolando ha sido muy amado y respetado por cada uno de sus hermanos y hermanas.  Desde luego, el hijo predilecto, Rolando, siempre fue el orgullo de su adorable madre, doña Isabel.

La vida profesional de Rolando Guzmán Flores y su trayectoria como servidor público, es cosa pública. Supo forjarse una carrera de éxito, basada en el trabajo, la responsabilidad y la honestidad y ante todo destacó como luchador social.

En esa carrera le acompañó Blanca Larralde Guadiana, con quien contrajo nupcias un 20 de octubre de 1962, procreando a su queridos hijos: Blanca Mónica, Adriana, José Alejandro, Carla, Rolando y Marco Antonio, quienes les dieron nietas y nietos, en total doce.

En su desempeño profesional, Rolando Guzmán Flores enseñó, administró, coordinó, escribió, litigó, asesoró. Ocupó un gran número de cargos, desde los más modestos hasta los más altos, pero en cada uno de ellos, supo conducirse con la misma pasión y sencillez, sin faltar a su deber, haciendo amigos en cada pasillo, en cada oficina, en cada conversación.

Seguramente el puesto más alto alcanzado por Rolando fue como rector de la Universidad Autónoma Metropolitana. Y, sin duda, la labor más importante de su vida fue la organización y fundación del Sindicato de Trabajadores de la Universidad de Nuevo León, primer movimiento sindical universitario en la vida de la nación, que pasaría a ser paradigma de lucha para el resto de las universidades del país. Nada más y nada menos.

Rolando fue una persona recta. Todos sus amigos coinciden en que Rolando Guzmán Flores era una persona íntegra, congruente en el decir y el hacer. La integridad lo caracterizó en la vida personal, la vida familiar y en la función pública.

Se puede sostener que en Rolando Guzmán Flores, su moral y su sistema ético, hundía su raíz en el cristianismo que aprendió de su padre y de su madre. Y, precisamente, de ellos recogió un evangelio de compromiso social con los desposeídos.

Además de esa influencia decisiva, Rolando Guzmán Flores recogió la herencia evangélica de la iglesia metodista, en la que participó desde niño hasta su juventud.

Recordemos que el metodismo fue un movimiento religioso disidente en Inglaterra, cuyos fundadores enfatizaron la atención espiritual y material entre los más pobres de la sociedad inglesa; trasladado el movimiento a los Estados Unidos, habría de destacarse con la misma orientación, con cierta radicalidad, si consideramos que entre los mártires de Chicago, algunos de ellos eran de confesión metodista. Y para el caso mexicano, por citar tan sólo un ejemplo del metodismo, resalta la figura de Rubén Jaramillo, pastor metodista y líder agrario, que fue asesinado junto con su familia, por hacer causa de justicia a favor de los desamparados.

Con toda esta tradición encima, no es de extrañarse que en algún momento de su vida, Rolando Guzmán Flores militara en el Partido Comunista Mexicano. Eso lo hizo a principios de los años sesentas, cuando en América Latina todavía no aparecía la Teología de la Liberación. Mucho antes de Rubem Alves y de Gustavo Gutiérrez, Rolando ya daba la batalla como luchador social, llegando a concebirse más tarde como un marxista con fundamentos cristianos.

En la entrevista que le hiciere el 23 de octubre, le preguntaba a Rolando: “¿cómo te defines?” Contestó: “como una persona inteligente, seguidor del evangelio”. Y luego, agregó: “todo lo que aprendí en la iglesia lo traté de aplicar en mi vida; por ejemplo, ese himno: 'Firmes y Adelante', lo hice mío cada día”.

Y, en efecto, así fue Rolando: ¡firme y adelante!

Este pasado domingo 9 de diciembre, la luz de sus pupilas dejó de brillar. Sin embargo, su vida brilla para nosotros, para sus hijos e hijas, sus nietas y nietos, para todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia.

Aun y cuando su cuerpo inerte yace ante nosotros, Rolando Guzmán Flores fue un victorioso. Su cuerpo no nació vencido, ni vencido ni gris murió. Triunfó ante sí mismo y ante los demás. Y aquellas palabras que Rolando escribió sobre aquel que consideró uno de los más grandes maestros de la universidad: Vicente Reyes Aurrecoechea, se le aplican a él: “digno… murió sin ser vencido por sus detractores”.

Concluyo con el poema “Oración de un ateo”, de Miguel de Unamuno, que bien se acomoda a la vida de Rolando Guzmán Flores, ser de excepción, firme y adelante siempre.

“Oye mi ruego tú, Dios que no existes, y en tu nada recoge éstas mis quejas.
Tú que a los pobres hombres nunca dejas, sin consuelo de engaño.
No resistes a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzome noches tristes.

¡Qué grande eres mi dios!
Eres tan grande que no eres sino idea;
es muy angosta la realidad
por mucho que se expande para abarcarte.

Sufro yo a tu costa, Dios no existente,
pues si tú existieras existiría yo de veras”.

Descanse en paz, Rolando Guzmán Flores.

Texto leído en el funeral de Rolando Guzmán Flores, 10 de diciembre de 2012.

 

Bibliografía:
Vigil , Arnulfo . Rolando Guzmán Flores. Luchador Incansable. Monterrey N.L.: Oficio Ediciones, 2011.
Guzmán, Rolando. Altas y bajas. Monterrey N.L.: El Nacional, 1991.

 

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