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1209 12 Diciembre 2012

 

En defensa de Juan Manuel Márquez
Jaime Martínez Veloz

Tijuana.- Crecí en varios de los barrios más bravos de Torreón: La Guadalupana, la 17 y 6 de Octubre, el Maratón, la 12 y la 18 y Álvarez. Como hijo mayor y tres hermanas después de mí, no me quedó de otra que entrarle al box y a la ciencia de los trompos y las orejas de coliflor. Lo primero que aprendí fue a cabecear y hacer el rolling, para quitarte el mayor número de golpes posibles.

De esta manera me pude quitar de encima a los gandallas del barrio, proteger a mis hermanas y ganarme el respeto de los valedores. Tuve varias peleas en amateur y otras tantas en profesional.

Empecé a ganar buen dinero, pero preferí ingresar a estudiar que a seguir en el deporte de las trompadas. Al terminar el bachillerato, gracias a los consejos de mi tío Rodolfo, reflexione y llegué a la conclusión de que si seguía en el box, en cinco años mi carrera iba a empezar a declinar y por el contrario, que si estudiaba, en cinco años, estaría terminando la carrera que escogí y empezando a buscar nuevos horizontes.

Mis amigos pueden documentar el tipo de peleas y el fragor de cada una de ellas. Combatí por azares del destino con el nombre de Chuy Rivas, ya que era un amigo mío que suplí en mi primera pelea profesional, contra Sergio “El Zurdo” Castañeda, un gran boxeador de San Pedro de las Colonias, al que le gané por nocaut en tres asaltos, después de que me fracturó la nariz y me desvió el tabique nasal.

La vida no me permitió andar de zacatón, aunque no me gustaba pelear, tenía que defenderme de algunos ojéis, que pululaban por el barrio. Así que desde chavo anduve de gimnasio en gimnasio y hasta ahora lo sigo haciendo, ahí tengo grandes camaradas.

Sin embargo, en el box aprendí una actitud ante la vida y conocí muchos de mis amigos ahora, desde grandes campeones hasta humildes boxeadores, que aunque no hayan obtenido un campeonato, no dejo de reconocerlos como auténticos jabatos y fraternales camaradas.

También aprendí que el box es brutal y descarnado y no quisiera que ninguno de mis hijos se dedicara profesionalmente a ese deporte, aunque creo que es necesario, que lo practiquen, para preparase por si se hace necesario defenderse ante un agresor o tener que intervenir ante una injusticia.

Aprendí que las contiendas tienen sus reglas, que cuando estás arriba del ring, sólo estas tú y tu alma para combatir al adversario y que es tu nombre, el contexto donde naciste y los anhelos de ser alguien en la vida, lo que te lleva a arriesgar el físico, en cada contienda y en cada entrenamiento. La psicología tiene un campo enorme de estudio en el boxeo, la mayoría por no decir casi todos, los mejores boxeadores, tienen su origen en las comunidades más humildes.

Pero sobre todo aprendí, a saber, que el boxeador por lo general no es una persona bravera ni buscapleitos; quizá porque sabe lo que duelen los trancazos, es más bien tranquila, serena y fraterna; eso sí, tampoco se trata de ser dejados y en cuanto haya alguien que se quiera pasar de listo, le aplicas lo que mejor te acomode para salvar las situaciones insostenibles.

Con un boxeador sabes a lo que vas, o le ganas o te gana, pero no hay de otra; eso sí, siempre con un reglamento y un código no escrito. No puedes golpear antes ni después de la campana, tampoco por la espalda o a los bajos, porque no está permitido.

Lo digo esto porque ahora con esto de las redes sociales, las cuales han servido para enfrentar el monopolio de la información a los grandes medios electrónicos, también ha servido para que un montón de hijos de la fregada, principalmente escudados en el anonimato o nombres falsos, escupan sus insultos y vomiten sus frustraciones, o derramen el tepache cada vez que les pega la gana.

Pongo como ejemplo, la pelea donde Márquez, con el corazón por delante, le gana a Pacquiao y al final le dedica la pelea a Peña Nieto.

En lo particular no me gusta mezclar el deporte con la política, pero si a Márquez se le hinchó la gana de dedicársela a Peña Nieto, es su problema; igual que cuando el Ratón Macías, le dedicó una de sus peleas “a mi manager y a la Virgencita de Guadalupe”.

Si lo hacen, están en su gusto de hacerlo y si no lo hacen, mejor; pero es una decisión que cada quien asume en el marco de las libertades políticas, que afortunadamente nuestro país tiene. Sé que Márquez no necesita que nadie lo defienda, pero yo sólo expongo una parte de lo que creo le cargan de más a alguien que arriesgó todo, porque los mexicanos disfrutáramos una victoria, como hace mucho tiempo no veíamos.

La forma de responder de aquellos contrarios a este tipo de dedicatorias, por las expresiones que he leído, en realidad denotan muy poca propensión a la tolerancia; y en muchos casos, al igual que los sicarios, se esconden en el anonimato para lanzar sus diatribas e insultos.

Incluso en su delirio, llegan a decir que “los boxeadores son brutos y pendejos”, cuando los acusadores estoy seguro nunca se han subido a un ring, para que sepan cómo se mezcla el olor de los guantes y el sudor con los golpes que te pone tu contrincante.

Más bien, creo que quienes desembuchan su ignorancia, son aquellos que suponiendo lo conocen todo, llegan al extremo de afirmar que la pelea estuvo arreglada para que ganara Márquez. Cierto es que en el box hay mafia y si la pelea hubiera llegado a los 12 rounds, aunque Márquez hubiera medio matado a Pacquiao, el triunfo se lo hubieran dado a este último, ya que las apuestas estaban 4 contra 1 en contra de Márquez.

El cruzado de derecha que Márquez le plantó a Pacquiao en la mandíbula, es el golpe por excelencia con el que un peleador de guardia derecha combate a uno de guardia izquierda, con el agravante en este caso que el envío del derechazo de Márquez, coincidió con la trayectoria de la cabeza de Pacquiao, que se ensartó con el derechazo, lo que hizo que cayera; sin siquiera meter las manos, cayó noqueado; incluso creo que no sólo no vio el golpe, ni siquiera lo sintió, porque al contacto con el guante, todas las fibras nerviosas se le desconectaron.
Se los digo por experiencia propia: un día así me conectaron, no sentí el golpe y sólo tuve conciencia cuando el réferi estaba cantando la cuenta de protección.

Si los detractores no están de acuerdo con Peña Nieto, hay formas y mecanismos para confrontarlo; pero llegar a insultar a alguien como Márquez, que tuvo las agallas y la inteligencia para vencer a Pacquiao y tratar de desacreditarlo por dedicarle esta pelea al presidente de la república, me parece que raya en el fanatismo. Eso es similar a aquel que le echa la culpa de todo a López Obrador, simplemente por no concordar con las directrices presidenciales.

El radicalismo verbal es insustancial y sólo contribuye a generar tensiones sociales adicionales, la mayoría de ellas innecesarias; sobre todo cuando mucho de estas críticas provienen de cuentas falsas o anónimas.

Si le hubiera dedicado la pelea a AMLO, o a quien fuera, también habría que respetarlo, es una decisión personal, que tiene que ver cómo entiende la vida y el mundo.

Creo que a cada cosa hay que darle su justo lugar, ser tolerante con aquellos que no piensan como nosotros y reconocer en este caso que la hombrada que hizo Márquez de vencer por nocaut a Pacquiao, se inscribirá en los anales del boxeo mundial.

Esto se los comento, porque también a muchos de los que presumen actitudes de un puritanismo que raya en lo ridículo, les conozco sus historias, como las historias que todos tenemos, algunas ligadas a sus errores políticos, pero otros ligados a actividades ilegales, corruptas, negocios ilícitos y varias de ellas vinculadas al crimen organizado.

Quiero terminar parafraseando a aquel filosofo, cuyo nombre no me acuerdo, que decía: “qué me cuentan a mí que sé su historia”.

 

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