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1243 30 Enero 2013

 

Una experiencia de vida
José Antonio Villalobos

Martes, 22 de enero de 2013, a las 23:17

Monterrey.- Hoy quiero variar un poco el tema del que comúnmente escribo. Necesito compartir una experiencia impactante acerca de mi anterior recaída en el hospital sección 50 SNTE en el pasado mes de octubre.

El episodio comienza con una situación que para mí ya se había convertido en algo rutinario, algo así como ir al cine o a comprar ropa: ir al hospital, o mejor dicho, al quirófano, a una intervención "ambulatoria" para retiro de catéter doble "J".

Martes por la tarde, a mediados de octubre, llego al hospital a las 4:00; para las 6:00 ya estaba en quirófano. La anestesia no hizo casi ningún efecto. Recuerdo minuto a minuto las maniobras del médico y su equipo. Incluso recuerdo que canturreaban y bailoteaban "Tribal Monterrey". Termina la intervención. Como a eso de las 10:30 de la noche me dan de alta y me voy a casa.

Jueves, como a las 3 de la tarde, comienzo a sentir malestar otra vez. Paso la tarde un tanto inquieto y me voy a dormir. En la madrugada los síntomas son claros: alta temperatura, fibrilación, escalofrío, lo cual evidencia una fuerte infección.

Al llegar al hospital, casi inconsciente, me turnan a urgencias, me "estabilizan". Voy deshidratado por tanta temperatura, casi a punto de un cuadro de meningitis bacteriana. El diagnóstico es una fuerte infección renal, que ha sacudido incluso el torrente sanguíneo. ¡Alerta de los médicos!, al retirar el catéter e intentar reemplazarlo por uno nuevo el riñón fue sacudido fuertemente, lo que alborotó un cultivo bacteriológico que ha mantenido prolongadamente una infección en el riñón por ya cerca de 4 meses. Al alterarse su estado, sube la infección al torrente sanguíneo y caigo en "septisemia". Ya entonces anochecía aquel fatídico viernes.

De inmediato fui trasladado al área de cuidados intensivos, no recuerdo mucho a partir de ahí. Fueron 5 días y sus noches en que la batalla de los médicos y de la asistencia divina hicieron todo lo posible por evitar que el cuadro infeccioso, que había sido determinado como de origen micótico, continuara infectando más órganos. Ya comenzaba a dificultarse la respiración. Cada inhalación era más corta. Mis pulmones ya tenían presencia de agua, me dolía respirar, no había ya control de esfínter, sólo recuerdo sentir la luz por encima de mí que despedía espasmos de calor; luz que sentía en mi frente y mejillas; mejillas que se refrescaban un poco al rodar una lágrima ante la imposibilidad de dimensionar en ese entonces qué ocurría.

Me sentía cansado, recuerdo haber pedido a dios: "Señor que ya termine esto, estoy cansado". No ingería alimentos, me suministraban entre 4 y 6 litros de suero por día; en los pequeños ratos que estaba consciente, intentaban que comiera gelatina o atole de avena. No tenía conciencia del tiempo, no había día ni noche, sólo frío y soledad, a veces murmullos de las voces de las enfermeras o los parientes de enfermos vecinos; confusión total, incertidumbre, temor y desesperación, sin saber aún qué ocurría en mi interior.

No me percibía, pero estaba hecho un pez globo, la septisemia me provocaba retención de líquidos, dolor de cabeza, mareo, náuseas, tal vez por la saturación de antibiótico en mi organismo. Mientras afuera de mí otra batalla se libraba y esperaban lo peor, llamaron a mis padres, que viajaron de otra ciudad, esperando el fatal desenlace. Mi mujer desconsolada: "¿Qué esperanza hay doctor?" –cuestiona sollozando– “¡Hacemos lo que podemos!” –respondió sin vacilar–, y lo hicieron oportunamente.

Médico y enfermeras entraban constantemente al cubículo de terapia intensiva, unos leían el expediente, otros veían los monitores de signos vitales, ordenaban uno y otro estudio, así día tras día.

Una noche mi mujer vuelve a casa. Había estado siempre ahí sin que yo la percibiera, junto a mí, como un ángel, en la sala de espera, pues en terapia la visita es restringida a sólo unos minutos. Pero ella estuvo ahí; esa noche vuelve a casa fatigada, resuelta a la resignación, dice que ya no quiere volver, que le deprime verme en una condición tan deplorable, totalmente desgastado, los labios resecos, o más bien reventados por la deshidratación, los ojos hundidos y delirando al hablar. Por momentos no reconocía a mi interlocutor y el sueño le vence pensando en aquella pesadilla convertida en realidad.

Al día siguiente todo cambia y comienza otra historia. Uno de los médicos dice que seré dializado de emergencia porque mi riñón ha colapsado. Mi mujer estalla en llanto, espera impaciente que sea trasladado a la diálisis, la tardanza es infinita.

Inesperadamente, minutos más tarde, otro médico le informa: “No se preocupe señora, ya lo vamos a pasar a cuarto normal, a piso, ya se estabilizó, sólo estará ahí para observación un par de días más". Incredulidad, sorpresa, llanto, pero ahora de alegría.

El milagro ha ocurrido, llega mi afligida madre, una robusta mujer de 70 años, algarabía, desconcierto y júbilo familiar. Parece que el peligro desapareció y lo peor ha pasado. Dos visitas reconfortantes, únicas, mi maestro Tomás Corona con su peculiar personalidad, años de no verlo, y se aparece en mi cuarto diciéndome: “Cabrón, no se rinda, usted es muy chingón”, otra amiga “del face”, Vicky Espina, hasta entonces sólo amiga virtual, me fortalece con su presencia y ánimo. Dos días después soy dado de alta.

Vuelvo a casa con 16 kilos menos en diez días, pero con una enriquecedora experiencia de vida. No soy partidario de las falsedades ni mediocridades, y me digo a mi mismo que la vida es una y hay que vivirla al máximo. En una sola toma y, de nuevo, me comprometo a aportar al mundo, a mi país, lo mejor que tengo.

Mi maravillosa profesión de educador que sirve, aporta, construye, sin esperar demasiado. Aunque eso a veces duele más que una enfermedad cuando no hay respuesta, cuando la gente se niega a cambiar para su propio beneficio. Y así seguiré, sin simular ni andar por el mundo pidiendo disculpas, continuaré siendo auténtico y espontáneo hasta donde sea posible, ser quien quiero ser porque puedo. Recibí esta segunda oportunidad por algo y estoy dispuesto a volar; volar alto hasta llegar a la cima.

PD: Gracias a todos los médicos, enfermeros, terapistas, recepcionistas, que me atendieron durante mi estancia en el Hospital sección 50 SNTE, por el excelente servicio. El resultado fue excelente. Aquí estoy. Gracias a todos.

 

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