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1257 19 Febrero 2013

 

Los fusileros de Medina
Hugo L. del Río

Monterrey.- Don Alejandro Garza Delgado me dijo una vez: “Yo no mato ni robo ni secuestro. Entre otras cosas, ¿sabes por qué? Porque soy de aquí, de Monterrey, y cuando deje la Policía Judicial, aquí me voy a quedar, y aquí voy a educar a mis hijos”. Palabras más, palabras menos, lo mismo me dijo el abogado Guillermo Urquijo. Fueron garbanzos de cien kilos.

Los jefes de policía los nombraban y los siguen nombrando en la ciudad de México. ¿Los gringos, Defensa Nacional, Marina-Armada, Gobernación, el Estado Mayor Presidencial, la PGR o, directamente, Presidencia? No lo sé. La designación era el premio gordo de la lotería: seis años aquí –¿renuncia, destitución en aquellos tiempos? Ni madres– y adiós Cerro de la Silla, y gracias por la millonada.

Hubo excepciones, como el coronel Raúl Fernández de Hoyos, quien se fue como vino, pero la regla eran tíos como el también coronel Carpinteyro, quien decidió “proteger” y adornar a sus agentes con cascos… de cartón y, en sus últimos días, con este o aquel pretexto, se llevó casi todas las bicicletas que había hasta en el más alejado paraje de Nuevo León.

Rodrigo lleva en poco más de tres años cinco secretarios de (in) seguridad, pero hoy quien nos interesa es el jefe de los azules regiomontanos, el almirante Augusto Cruz Morales, quien llegó a estas tierras en plan de conquistador, con poderes y autoridad de vicealcalde. El marino se irá, tarde o temprano. No es de aquí ni tiene en Monterrey nada que lo retenga. Entonces, ¿qué carajos le importan la violencia y los robos que forman ya parte de nuestra rutina?

Nuestra otrora orgullosa ciudad va que vuela para ganarse el campeonato mundial en cristalazos, asaltos en camiones de pasajeros y toda esa variada gama de actos ilícitos. Tenemos, aparte, los asesinatos, levantones, secuestros, la extorsión et al. Y qué hace el almirante: misterio impenetrable. Ignoro si Margarita Arellanes lo invitó a “trabajar” o se lo impuso el mando naval. Es lo de menos: el general de la mar sabe tanto de problemas de orden público como este servidor de química inorgánica. Y qué va a hacer en tránsito, si ni él ni sus “fusileros marinos” conocen el ranchote éste.

Se supone que el almirante debería también controlar a los puesteros, pero de eso nada: no diré que son dueños de las calles ni de la alameda, pero poco les falta. Y para ponerle la crema Chantilly al pastel, recordemos que los subordinados del señor tal vez sueñan con emular a los marines gringos, pero estos subalternos ni son infantes de Marina ni son marineros y, para acabar pronto, tampoco tienen licencia para portar armas.

A don Augusto todo esto le importará tanto como una marejada que afecte a la Isla de la Reunión, pero, niña Margarita, qué papelón está haciendo su merced. El almirante se va pero Arellanes se queda porque quiere ser gobernadora. La neta, con esos colaboradores se me hace difícil que llegue al palacio de cantera. Los señores de verde olivo, me chismorrean por ahí, se mueren de risa.

 

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