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1257 19 Febrero 2013

 

COTIDIANAS
Vidas y muertes de un club de lectura
Margarita Hernández Contreras

Dallas, Texas.- Mi único estándar para leer un libro es que me guste. No tiene que ser un clásico de la literatura o algo que me haga sentir muy uy-uy-uy, inteligente y educada. Una vez, por ejemplo leí una serie de varios libros ligeros que usualmente yo calificaría de buenos, como un programa de detectives o una película de televisión; en otras palabras, lo suficientemente entretenidos, pero no tan idiotas que me hagan cuestionarme a mí misma.

Después de esos libros empecé a leer Las horas, recién que su autor había recibido el Pulitzer. No había terminado de leer la primera página, cuando se me vino este pensamiento: “Esto es literatura”. La belleza de la palabra escrita era evidente y me agarró de inmediato.

Siempre he querido conocer a gente familiarizada con la literatura clásica universal de quien pueda yo aprender, pero no es el caso. Nunca he leído El Quijote, La Divina Comedia, Los miserables, La guerra y la paz, En busca del tiempo perdido, etcétera. Esto siempre ha sido motivo de vergüenza.

Así que hace ya mucho tiempo invité a algunas amigas a que formáramos un club de lectura con el propósito de subsanar esa falta, en especial con la literatura de Estados Unidos. Era una excelente idea, lo que no fue fácil fue encontrar las amigas que sintieran la misma necesidad. Pero empezó.

Su primera versión fue con una mujer de Chiapas de nombre Roxana, muy enamorada con todo lo relacionado con la literatura, probablemente más inteligente que yo, lo cual hizo que me sintiera un poquito intimidada. Nuestro primer libro fue El sonido y la furia de Faulkner.

Roxana y yo nos reuníamos en mi casa mientras jugaban su Sarah y mi Valentina, pequeñitas en aquel entonces. No estábamos muy organizadas ni aparentemente muy dadas a discusiones serias, o tal vez muy tímidas como para intentar discutir nuestra lectura. Así que nuestra discusión del pequeño club de lectura de dos acababa en decir si nos gustó o no. No entendimos absolutamente nada de la obra maestra de Faulkner. Después de eso, nos poníamos a hojear mis catálogos de Pottery Barn. El Club de Lectura murió de inanición.

Luego lo volví a empezar con otras mujeres. En una ocasión sólo leímos La cabaña del tío Tom. El ciclo se repetía: la gente se salía del club, las participantes no éramos muy constantes en mantener nuestra meta de leer un libro por mes. Así que el club moría una y otra y otra vez.

Han sido muchos años que me di por vencida en mi intento de darle nueva vida.

Hace poco compré Portnoy’s Complaint, de Philip Roth, un clásico de la literatura estadounidense, ¿cierto? Bueno, déjame decirte que me gustó.

Seguro no es bueno pero yo todo lo investigo en Google. Aprendí que el libro fue un escándalo cuando lo publicaron por primera vez en 1969. Puedo ver por qué. El libro es explícito. Consiste en el monólogo de un tipo, A. Portnoy, que está en psicoanálisis con su loquero en plena “asociación libre”, hablando de sus muchas broncas e inseguridades. Le dice al psicoanalista todo lo que hay que contar de sí mismo y de su vida, es desde el primer recuerdo de su infancia, hasta los difíciles años de su adolescencia y de sus excesos con la masturbación. Ah, sí, también son dignos de mencionarse sus conflictos con su identidad judía.

La novela es sarcástica, mordaz y no da cuartel, chistosa y patética a la vez. Se mete hondo en el sentido de quiénes somos y de la percepción de nuestra valía, nuestras necesidades sexuales y nuestros deseos de reafirmarnos como quiénes creemos que somos.

Una gran lectura. Un libro de excesos tal vez, pero sin duda una estupenda lectura.

margarita.hernandez@tx.rr.com

 

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