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1293 10 Abril 2013

 

Mi querido Macuache, III
Eloy Sandoval

In memoriam
de Andrés Arteaga Castañeda (q.e.p.d.)

Monterrey.- A los meses de haber entrado a Fundidora, un día por la tarde tocaron a la puerta y fui a ver quién llamaba. Era un joven maduro, quizá de 35 años, güero, de estatura mediana, cuerpo robusto, rostro cuadrado, ojos azules, pelo rubio y con toda la pinta de norteamericano.

–Hola, buenas tardes. ¿Está Andrés Arteaga?

–De momento no se encuentra, si gustas dejarle algún recado o darme algún número telefónico para que se reporte contigo cuando regrese mañana, con todo gusto se lo hago llegar, porque ya no va a regresar el día de hoy.

–Bueno, Ok. Dígale por favor que vino a buscarlo Walker Simon, que mañana vengo temprano antes de mediodía.

Al día siguiente, al llegar Andrés de inmediato le pasé el recado. Contemplé su rostro para ver alguna señal de sorpresa por el mensaje. Pero su rostro se mantuvo impasible.

–Ah, ok, bueno al rato llegará.

Yo no quedé contento, intrigado, lo seguí hasta el laboratorio y le pregunté sobre quién era el aludido.

–¡Ah! Es un cuate gringo. Es el corresponsal de la AP de Estados Unidos para el Norte de México. Le doy servicio de fotografía a la Agencia de Prensa Asociada, y cada que necesitan fotos me buscan –dijo, sin darle mayor importancia al asunto.

Así era Andrés, de simple y llano. No era de esos fotógrafos faramallosos que se dan importancia y engolaban la voz para parecer grandes o importantes, o por hacer una buena foto o por tener una buena relación. Tampoco era vengativo cuando le hacían alguna maldad o se aprovechaban de él. Dejaba que operara la Ley de Newton: todo lo que sube tiene que bajar, Macuache, decía sin darle mayor valor a los hechos.

Sin decirlo, o explicarlo, entendía a qué había venido él a este mundo y lo aplicaba en sus acciones y palabras. Andrés, de la noche a la mañana me empezó a llamar macuache. Intrigado le pregunté un día por qué me decía así y cuál era el significado de la palabra. Soltando una carcajada, me dijo:

–Macuache significa indio, y de eso tú tienes toda la pinta, porque estás verde y eres bravo, pero te vas a componer, no te preocupes, ya verás.

–Bueno, pues entonces tú para mí serás mi Cuache –le dije, y a partir de ahí eso fuimos el uno para el otro, así nos llamábamos el uno al otro, sin ofensas, rencores, o menosprecio, era nuestro código de identificación. Me identificaba mucho con su manera de ser y de hacer las cosas.

Cuando no había órdenes de trabajo pendientes, cargaba su mochila y sin más llegaba a mi escritorio:

–¡Qué onda Macuache, liviano ese! ¡Voy de cacería a la planta! ¿Quieres ir?

–Sobres Cuache, ¡fuga! –y sin mayor preámbulo, agarraba mi maletín y nos lanzábamos a los talleres.

Las vueltas de cacería me gustaban. Nosotros como medio interno, podíamos entrar y salir por cualquier puerta a cualquier hora, y por cualquier departamento u oficina interna o externa. Las externas operaban en diferentes pisos del Condominio Acero. Pero la cacería en la planta consistía en deambular por todos lados en plan de observación, de investigación y tomar fotografías novedosas o interesantes y Andrés, era todo un mastín de presa. Cada rincón, pasillo o área que visitábamos, él no dejaba de informarme, quién era el jefe, quién el delegado sindical, qué se hacía ahí, cuales eran las cosas interesantes de cada parte. Era un guía incansable, que recomendaba, me presentaba, me abría las puertas para cuando anduviera solo no tuviera dificultades. Él ya conocía todos y cada uno de los rincones de la planta, sabía donde había problemas, riesgos, intuía lo interesante. No había quien no lo conociera en toda la planta, lo estimaban, lo respetaban y desde luego le tenían miedo porque la cámara siempre la traía lista para disparar. Después de la cacería, nunca llegábamos con la cámara vacía ni la libreta en blanco, siempre encontrábamos algo nuevo.

En las juntas mensuales de evaluación del periódico, cuando le tocaba hablar para hacer una crítica a la redacción de alguna nota, procuraba no herir la susceptibilidad del aludido, ya fuera su comentario hacia la redacción, el diseño, la captura, la corrección o la edición de alguna foto o de alguna nota.

La indicación era que cada uno de los miembros del departamento, después de la salida del periódico y de haberse distribuido, debíamos evaluar la publicación, señalar con un plumón cada error encontrado y hacer el señalamiento respectivo con miras de corregir la acción y evitarla en el futuro, ese era un compromiso y una necesidad de la política del periodismo de estado que había diseñado Buendía y a esas juntas de continuo asistía Miguel Ángel, quien nos apremiaba vehemente:

–Señores, deben evitar errores en lo sucesivo, ustedes le están costando mucho al gobierno federal, y deben desquitar con su calidad de trabajo. Aquí los hemos preparado para hacer de unas mierdas unos héroes, y de unos héroes unas mierdas si es necesario. Entiéndanlo de una vez por todas. Hagan bien su trabajo.

En Fundidora no fuimos duros con el trabajo periodístico, antes bien, se usó la cautela y la mesura, pero en Altos Hornos de México, ahí sí se aplicó el filo de la espada en la tecla dura y mediante el trabajo a través del periódico Ahmsa-Avante, se denunciaron en los reportajes, errores y fallas graves, los cuales se tomaron como argumento válido para cerrar departamentos completos y se reajustó personal, para sanear las cosas, el “Güero” Cantú fue efectivo, pero cuando le pidieron bajarle de tono a la publicación para nivelar y armonizar con el aparato sindical, renunció, pero ya no lo siguió nadie.

Con el tiempo, en el departamento de difusión, tomamos la costumbre de que cada quincena, al caer la tarde, con el permiso previo del jefe del departamento, nos comprábamos unas bebidas, botana y brindábamos por el trabajo, por la vida, por los triunfos y por las casualidades, mientras le dábamos vuelta a las fichas de dominó o jugábamos unas mesas de ping pong, al ajedrez o a la baraja.

Andrés era bueno para el dominó, había aprendido de Mauro, hermano de Mundo su tío. Y en nuestro ratos de esparcimiento, Andrés se divertía jugando. No hacía por ganar, casi se dejaba ganar. Yo nunca fui bueno para ese juego, pero al calor de los brindis, el juego subía de tono y sobrevenían las apuestas, a las cuales procuraba no entrar, nunca me ha gustado jugar de dinero.

Cierta noche de bohemia, cuando ya andábamos cargados de copas, Andrés empezó a burlarse de mí, yo era la comidilla de la noche, perdía juego tras juego y Andrés casi se orinaba de la risa. Se reía con toda la boca abierta, retumbaba en mis tímpanos y su humanidad se estremecía como una montaña en terremoto. Llegó un momento que ya no aguanté burlas y carcajadas y envalentonado por el alcohol le reclamé, y él, quien casi nunca lo vi perder los estribos desde que lo conocí, esa noche, también se le fue la lengua y llegamos a las ofensas, y ante una mentada de madre de su parte, sin medir consecuencia ni tamaño alguno, me le fui encima y le planté un derechazo entre quijada y oreja con todas mis fuerzas, pero debo reconocer que no logré moverlo ni un centímetro.

Desesperado, le tiré un izquierdazo para cruzarlo, pero se lo quitó con suma facilidad y como yo intentaba seguir conectándolo, se me vino encima para detenerme y ambos caímos sobre la silla acojinada donde había estado sentado jugando. La silla crujió, el brazo izquierdo se partió en dos y una de las puntas pasó por mi costado izquierdo rasgando mi piel, a un lado del riñón. Por poco y termino ensartado.

Todo fue rápido. El resto de los compañeros intervinieron para detener la pelea, que a decir verdad, el único furioso era yo, Andrés no paraba de sonreír nervioso, incrédulo, sin entender cómo era posible que un alfeñique como yo intentara querer derrotar a tamaño gigante de casi dos metros y con más de cien kilos de peso.

Apenado tuve que reconocer mi error, le pedí disculpas y seguimos brindando. Esa pelea en vez de distanciarnos, nos unió más todavía, y desde ahí empezó a llamarme también “muchachote”. Yo renuncié a ese trabajo en 1984, él se quedó hasta el cierre de la empresa en el 86.

Continuará…

 

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