LA VENTANA INVISIBLE
Suspiros quincenales
Jorge Villalobos

Torreón.- Calle de Washington y Galeana, centro de la ciudad de Monterrey. Inicio del 2003. Bullicio de mediodía. El destino: Luis Lauro y autor –peatones excepcionales y viejos conocidos– se encuentran en minúscula acera esquinera del corazón regiomontano. Qué pasó. Hay proyecto. Cómo te va. Tengo un texto, ya sabes… Qué onda. Veremos. La Quincena en ciernes, supe entonces, hace diez años.

El colectivo inicial estaba bien dotado. Despachaba en donde ahora está el edificio del museo del noreste; Juan Ignacio Ramón y Diego de Montemayor. El convictorio ahí reunido garantizaba publicación de largo aliento, y llevar por buen camino los motivos que La Quincena signó como un proyecto editorial abierto, plural, inclusivo e independiente.

Se reivindicaba lo político como lo fundamental, la participación en los asuntos ciudadanos, de raigambre democrática, así como la de elevar la interlocución y corresponsabilidad entre gobernantes y gobernados, según decía el primer editorial de La Quincena y que añadía el humor y cultura gastronómica para hacer una revista atractiva, veraz y amena.

Luis Lauro, Leticia, los Jorges, las doñas Irgla y Patricia, los maestros Erick, Espejo, el Foco, Luis Frías, Chava, Machuca y Luis Morales. Todo estaba en trámite. Se daba, sin embargo, la tercera llamada; se corría el telón y los personajes, paulatinamente, han ido apareciendo en este escenario de ideas y sueños, a través de su acto escritural y con variados propósitos, como la vida misma.

El elenco de pasajeros y estables acumulado es legión después de diez años; el telón se ha abierto y cerrado 132 veces. Muchos habrán asistido al espacio gráfico y silencioso de alguna función producida por La Quincena. Quizá han estado en todas. Otros lectores vendrán y otros autores también. Otros más se irán a donde otros partieron antes, y así seguirá todo, como la vida. Hasta la próxima década.