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1468 11 Diciembre 2013

 

ENTRELIBROS
Palabras de emergencia
Eligio Coronado

Monterrey.- La poesía joven tiene muchos nombres. En Monterrey se dio este fenómeno a partir de los años 50, con la aparición del grupo Kathtarsis que se autopromovía con su revista homónima. Antes de esa década, los poetas jóvenes, salvo excepciones, eran poco conocidos y sólo destacaban aquellos que tenían mucha vocación, algún talento y/o persistían. Desde la citada década, periódicamente, surgen nuevos y más promisorios nombres. Pero no todos encuentran un promotor o editor que los proyecte.

Sin ese apoyo, los jóvenes de todos modos escriben, pero no tienen esa conciencia de pertenecer a una nueva generación, camada u oleada de nuestra historia poética y permanecen aislados, limitándose a ejercer su vocación sin mayor estímulo que el propio impulso creativo.

En cambio, ser incluidos en una antología como Palabras de emergencia (Poesía desde el asfalto (antología joven de Monterrey). Monterrey, NL: Regia Cartonera, 2013. 90 pp.) compilada por Nérvinson Machado (Caracas, Ven., 1976), los sitúa en una posición histórica que los hace sentirse valorados y a la vez, los responsabiliza del derrotero que tomará nuestra poesía en el futuro inmediato.

Una antología privilegia a quien figura en ella y lo separa de los no incluidos, independientemente si sigue escribiendo o no, porque su obra ha superado todos los filtros a que fue sometida (críticos, estilísticos, temáticos, estéticos, ideológicos, temporales, personales, etc.).

Los autores antologados se convierten, por consecuencia lógica, en el modelo a seguir por algún tiempo, hasta que otra nueva generación surja o que un atisbo de madurez nos diga que debemos seguir siendo fieles a nuestro propio estilo y dejar las imitaciones de  lado.

Lo que sí hay que hacer con nuestros jóvenes colegas es leerlos y evaluarlos con honestidad. Sería absurdo que en un país sin lectores, como el nuestro, los escritores no se leyeran unos a otros.

Palabras de emergencia nos trae la voz de diecisiete autores (cinco de ellos mujeres) nacidos entre 1984 (Denise Márquez) y 1996 (Pedro Rojas). Justo es, en este punto, cederles la palabra y esperar que su obra les depare lectores: “la muerte seduce al pueblo, / lo acaricia, le da la mano, le da la libertad / de caer sobre cualquier tierra / y el pueblo libre cree, espera” (Julio César Cisneros, p. 19), “todo empezó en nuestra noche de bodas: / le dio un infarto apenas se quitó el vestido / mientras yo reposaba en la cama / viudo y virgen / y no me quedó de otra / que jugar solito / junto al cadáver más hermoso del mundo” (Julio Mejía III, p. 23), “Ni cerrando las ventanas ni besándonos bajo sábanas opacas se / callarán los gallos automóviles de la ciudad impaciente” (Sofía Gabriel, p. 29), “La realidad es peligrosa. / ¿Qué más da? Mejor morirse de a de veras / Que morir apenas sin vivir jamás” (Denise Longoria, p. 37), “te di antónimos de verso ocultos a la vista / me unté sus esdrújulas porno eróticas / rimé y rimé para agotar saliva / da da da / quería / arrancarte una magnolia / pero mentí / a la medida de un soneto” (Juan Manuel Zermeño Posadas, p. 41),

“abrir la boca del Uni-verso para constelarme en peces que nadan / sobre su lengua / el aire que se materializa como un árbol empalabrado hecho / jardín” (Ignacio González Cabello, p. 48), “¿Por qué mierda existen las aves? / se pregunta la que no se mira por temor de verse plumas” (Denise Márquez, p. 51), “Abro las ventanas para sentir el presagio de los noticieros, las / ambulancias y el desenfreno.  / Las aves enjauladas en los patios también aúllan” (Francisco Zamora, p. 54), “Sonrójate mujer porque yo pienso en ti / mientras el smog me baña la cara, como la / ola ardiente de este asfalto y me derriten las / botas los claxon de los corazones excitados” (Ingrid Bringas Martínez, p. 57), “Cuota de sangre diaria              ¿Cuántos muertos? / cobro de piso a negocio / tres choques / (…) Última hora: otro muerto” (Jesús de la Garza, p. 65),

“Hombres sin carne golpean su puerta / oxidada, gritan y gritan hasta / desfallecer en la noche. / “¡Queremos trabajo!” (Pedro Reyes p. 68), “Cuando la gente del desierto / se atreve a amarse entre sí / terminan por quemarlo todo. / El sol los ha azotado tanto / que los brazos abrasan, / que las lágrimas incendian, / que el corazón les late en llamas / y tocarlo o darlo siempre arde” (Alejandra Retana Betancourt, p. 73), “Los niños cantan desde su tumba / No hay cuerpos / Respiramos las cenizas del redentor romántico / (…) se esparcen / las madres llorosas” (Bruno Javier Ruelas, p. 77), “Todas mis novias están muertas. / Murieron antes de que naciera yo. / (…) No sé si ellas lloran por haberse muerto / sin conocerme. Quizá no. / Todas mis novias están muertas. / Hasta las vivas” (Caracol Colunga, p. 83-84), “Me gustas cuando llega la noche / cuando el cisne matutino se asoma / cuando las nubes pintan el denuedo / con la sonrisa de nuevos cielos” (Quetzal Noah, p. 85), “eres una curiosidad              como flor de invierno / un dormir en silencio                con el rumor de tus sueños / mi voz que apenas te alcanza                   en tu mar de risas / a ratos te pienso              entre silencios” (Edgar Eduardo Aguilar, p. 87), “Cerrar, por tanto, los ojos; / imaginarse solo / sentirse perdido / creerse acabado… / llorar tremendamente. / Nebulosidad incesante, / delirio aparente, / en el abismo del miedo / estrechar la mano / del alifafe” (Míkel F. Deltoya, p. 89).

 

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