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2022 26 Enero 2016

 

 

Un sefardita en Sarajevo
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- En los Balcanes los inviernos son muy crudos. Pero la primavera, corta, y el verano, un poco más largo, ofrecen días de sol. A sus 85 años de edad, Moris Albahara saca una mecedora a la puerta de su casa en Sarajevo y, como niño goloso –ya se sabe que los hombres buenos son niños–, busca el calor del Astro Rey.

Es un anciano que gusta de la plática y, ciertamente, tiene muchas cosas que contar. Habla varios idiomas, como corresponde a los habitantes de la antigua Yugoslavia, quienes durante milenios tuvieron que combatir a invasores procedentes tanto de Europa como de Asia.

Pero el señor Moris prefiere expresarse en el antiguo español que hablaron sus antepasados sefarditas. Ivo Andric nos recuerda que, durante siglos, judíos, musulmanes y cristianos vivieron en paz en las hoy fragmentadas Repúblicas que el mariscal Tito y sólo él logró mantener unidas durante el tiempo histórico que dura un suspiro.

Sarajevo no es una ciudad maldita: los disparos de Ivo Andric no desencadenaron la Guerra del Catorce: la preparaban por lo menos desde 1897. Expulsados de España por sus muy católicas majestades Isabel y Fernando, los sefaradíes buscaron primero crear un hogar en Turquía, de donde se desprendió un grupo de miles, quienes llegaron a lo que hoy es Bosnia a mediados del siglo XVI. Uno de cada cinco sarajevitas era judío ladino, como también se les conoce. Se vivía bien. Casi todos los médicos eran de origen y religión hebrea.

Pero en la noche llegaron las hienas de cruz gamada. Doce mil sefarditas vecinos de Sarajevo fueron llevados a los campos de exterminio. Otros miles de unieron a los partisanos. Uno de ellos fue nuestro personaje. En patrulla solitaria de reconocimiento se extravió y fue a dar al vivac de un pelotón italiano. Los italos entendieron perfectamente el español de milenios atrás y protegieron a Albahara. ¿Por qué no habrían de hacerlo? No era su guerra.

Muchos de ellos ingresaron a la guerrilla de Tito para combatir contra los alemanes y los colaboracionistas croatas. Mi sefardita siguió en combate. Días, semanas, meses, años después, al frente de media docena de héroes harapientos, corrió a rescatar a unos aviadores aliados cuyo avión había sido derribado por los nacis. Uno de los pilotos era texano de origen mexicano.
Como los sefarditas bosnios, seguía fiel a su lengua y su cultura. Fue emotivo el encuentro entre el partisano y el soldado del Aire. Albahara sobrevivió a la guerra, a las matanzas que se dieron entre 1992 y 1995 al desintegrarse Yugoslavia y a tantas y tantas pruebas a las que lo sometió el destino. Recuerda todavía las épocas de gloria del Teatro Nacional de Sarajevo, donde la dramaturga Laura Papo Bohoreta estrenaba sus obras escritas en la milenaria habla de Sefarad.

Hoy, sólo viven en Bosnia mil judíos ladinos fieles y leales a su pasado, a su Historia, sus tradiciones y el lenguaje de sus antepasados. ¿La Inquisición? Bah: perversiones de los tiempos. España vive en los corazones de este pueblo ajeno a la amargura. El hombre muere y se vuelve polvo. La palabra prevalece.

“Tuya es toda la luz”, escribe mi amiga Carmen Alardín.    

hugo1857@outlook.com

 

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