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2071 4 Abril 2016

 

 

Fracaso rotundo
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- “Los muchachos de Inteligencia dicen que los árabes están preparando un levantamiento. ¿Inteligencia? Eso es lo que les falta a estas pobres almas”: “Beau Geste”, de P. C. Wren. El gobierno mexicano no manifiesta señales de actividad neuronal –a menos que...– al insistir, durante nueve años, en seguir, en la guerra contra el narco, la misma estrategia que sólo produce un fracaso tras otro.

Se supone que los servicios armados, así como las corporaciones de policía, amén de la PGR y muchas otras dependencias, cuentan con personal y equipo adecuado para monitorear con efectividad, por lo menos a los capos de quinta línea –al nivel, digamos, del chapo–; pero, además de nuestros folclóricos 007 de petatiux, contamos con los "invaluables" apoyos y asistencia de unas 16, quizá más agencias gringas de Inteligencia. Será como ellos dicen, pero por ninguna parte se ven buenos resultados.

¿Cuántos mexicanos ha muerto en esta estúpida confrontación? ¿Conoce alguien el número de desaparecidos? ¿Tenemos idea de la cantidad de cadáveres semiocultos en las narcofosas? En las altas y sabias decisiones del Estado mexicano no se toman en cuenta ni el sufrimiento humano ni la sangre derramada. Eso forma parte del entorno natural de México y los mexicanos. Es cosa de percepción, según la inmortal frase de Peña Nieto.

Desde que Felipe Calderón sacó a la calle a los fusileros de Tierra y Mar se dispararon dramáticamente los episodios de violaciones a los derechos humanos, ya de por sí muy vulnerados por las gendarmerías al servicio de los cárteles. En los enfrentamientos o simples matanzas de civiles o sicarios prisioneros, el personal castrense introdujo ciertas modalidades: satanizar a sus víctimas al sembrarles droga y armas en un ensayo por hacerlas pasar como sayones.

Han pasado muchos años desde que una patrulla militar asesinó a los dos estudiantes del Tecnológico y es fecha que la Secretaría de la Defensa se aferra a su acusación original: no eran alumnos de Instituto, sino narcopistoleros. No digo que todos los militares son asesinos: muy por el contrario, sostengo que los pervertidos que traicionan el uniforme integran una reducida minoría. Pero los altos mandos complican la crisis y desprestigian a las instituciones armadas al proteger a los asesinos bajo bandera.

Para no ir lejos tenemos el caso de Tlatlaya. Todos los involucrados gozan de sana y buena libertad. La policía no se queda atrás: Iguala, Tierra Blanca, Xalapa, para sólo citar algunos casos. Y la siniestra matanza de Tlahuato: cuarenta delincuentes muertos. Ni un herido: todos, muertos. No hace mucho tiempo, Epigmenio Ibarra, quien cubrió algunas de las guerras centroamericanas, llamaba la atención sobre este dato: en todas las batallas o escaramuzas que vi, recordaba, algunos de los combatientes fueron muertos pero siempre había heridos. En México, no. Supongo que la fuerza pública remata a los enemigos lesionados.

El tráfico de estupefacientes es un gran negocio. Sobra dinero para repartir. Imagino que ésa es la razón por la que dos Presidentes –uno del PAN y otro del PRI, como si hubiera diferencias ideológicas entre ellos– coinciden en colocar el peso de la guerra o como usted la quiera llamar, sobre los hombros del Ejército y la Armada. Los gringos, felices.

Reynosa puede estar en llamas pero cruzas el puente y en Hidalgo todo es paz y armonía. Nosotros ponemos los muertos; ellos nos compran las drogas y los menudistas nos venden armas. Business are business.

hugo1857@outlook.com


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