Suscribete

 
2071 4 Abril 2016

 

 

DEL ARCÓN DE MIS RECUERDOS
Tiempo de violencia
Ricardo Morales Pinal

 

Monterrey.- El signo distintivo de los tiempos que corren en el país tiene un nombre: violencia. De esta afirmación no tengo duda alguna. El país se debate en una gran crisis de convivencia social que se expresa en hechos y circunstancias que se despliegan de día y de noche en un proceso continuo que parece inagotable.

Donde me surge la duda es en el apellido de esta violencia que como mala sombra nos amenaza de manera permanente y que pareciera no tener límites pues como monstruo de mil cabezas se multiplica en todos los órdenes, desde las esferas del poder hasta el último rincón de la vida familiar.

Harto de este ambiente que llega a convertirse asfixiante decido fugarme y me pongo a hurgar en el arcón de los recuerdos, una de mis aventuras favoritas, pues el hacerlo es algo así como ir al encuentro de lo desconocido; posee además el encanto de las aventuras inocentes que se experimentan en la infancia, tan emocionantes y arriesgadas porque intuyes que al final del día no solamente saldrás a salvo de ellas, sino que además te retirarás a descansar, una vez que llega la hora de hacerlo, con el mejor sabor de boca.

Por eso con cierta regularidad me aventuro al encuentro de aquellas cosas que se han quedado sepultadas en los laberintos de la mala memoria, huyendo de esta percepción de inseguridad que te genera el despertar por la mañana y enterarte de hechos violentos tan lamentables como aquel que involucra a un ciudadano común que enloquecido por la duda de los celos asesina a su esposa; o de la existencia de los porkys, grupo de juniors con mentalidad criminal que han violado a una jovencita de manera impune solapados por los encargados de la impartición de justicia; o del tipo aquel que filma las partes íntimas de una señorita que indignada reclama ante las autoridades que en lugar de procurarle justicia la criminalizan; o de aquellos “porkys” con placa que desaparecen a un par de jóvenes en el estado de Veracruz; o de aquella mala mujer que estando comisionada para atender a niños pequeños en una brigada de scouts maltrata a una pequeña de manera brutal aplicándole una sesión de bullying equivalente a una sesión de tortura. Y así, día tras día, como un gusano sinfín que indefectiblemente nos lleva hacia un final que se antoja cada vez más ominoso.

Como ya he dicho decido entonces zambullirme en el arcón de mis recuerdos para huir de esta percepción pero, ¡oh, sorpresa!, ¿qué encuentro? Un artículo que escribí allá por el año de 2002 y que se refiere a la violencia como fenómeno social y descubro tiene que ver –no sé si mucho o poco, eso usted lo juzgará– con situaciones y hechos que a pesar del tiempo transcurrido revisten un cierto grado de actualidad con lazos causales a la existencia del poder del Estado, a la cultura y a la condición misma del género humano como especie.

Bueno, ni modo como dice el viejo dicho “nada nuevo bajo el sol” el artículo se titula, por cierto, “¿Cómo enfrentar la violencia?” y un descuido al archivarlo no me permite recuperar la fuente en donde fue publicado. Ahora se lo comparto tal cual, esperando le sirva de motivo, como a mí, para retomar las reflexiones acerca de este fenómeno que se ha recrudecido en el país como –le repito– esa mala sombra que nos amenaza de manera permanente y que parece no tener fin.

¿Cómo enfrentar la violencia?
¿Y si el nuevo milenario fuera un nuevo comienzo, la ocasión de transformar –juntos– la cultura de guerra y violencia en una cultura de paz y no violencia?

Manifiesto 2000 UNESCO
Hablar sobre la violencia reclama contextualizar el concepto en sus dimensiones histórica, social, cultural, económica, política, natural, etc. Tarea ingrata, por cierto, para un artículo de dos cuartillas. Vayamos entonces al grano.

Refiriéndonos a las sociedades humanas podemos entender la violencia como la ruptura del orden social y, refiriéndonos a la sociedad actual, como la trasgresión a las normas de convivencia pacífica asentadas en el Derecho entendido este como norma jurídica y como conjunto de leyes y reglamentos cuyo objetivo es regular la convivencia social. Sin embargo cabe preguntarse ¿en qué punto es transgredida la norma   si la propia ley hace excepciones para que, quien detenta el poder, la viole impunemente? En este punto aparece otro elemento involucrado en el conflicto: el poder.

La violencia social tiene su origen, justamente, en las esferas del poder (en quien posee la fuerza para ejercerla) y se multiplica (la violencia) en la medida en que los grupos sometidos recurren a ella como forma de defensa, sobre todo ante los excesos del poder mismo.

La cuestión que ahora nos toca dilucidar es acerca de si la violencia social es una fatalidad histórica o, desde otro ángulo más pesimista aún, si acaso es consustancial a la condición humana y por lo mismo inagotable mientras nuestra especie no tenga un final ya sea por evolución hacia formas superiores; por destrucción debido a alguna catástrofe natural o, en el último de los casos, por una autodestrucción. Veamos dos casos de actualidad.

Los mexicanos no dejamos de sentir inquietud ante los lamentables acontecimientos del 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York  en donde se perdieron miles de vidas humanas  y en que la sociedad americana fue herida en lo más profundo de su orgullo nacional por la acción del terrorismo. 

Asimismo nos inquieta la secuela de destrucción y muerte en el lejano Afganistán y, más cercanos, los acontecimientos de violencia social derivados de la crisis en Argentina producto del despotismo y la irresponsabilidad en el ejercicio del gobierno por  la familia De la Rúa.

Indiscutiblemente que la cuestión de la violencia social está relacionada con dos aspectos que aparecen irreconciliables desde una postura política radical: conflicto y derecho. Es decir, para las posiciones radicales de cualquier signo político, ante el conflicto no existe más argumento que el empleo de la fuerza y el sometimiento del contrario por la vía de la violencia, la cual puede adoptar las más diversas formas que van desde la  verbal hasta la violencia física represiva, alejándose de esta forma de la observancia de los más elementales derechos que todo individuo posee por el sólo hecho de vivir en sociedad.

Después de los acontecimientos del 11 de septiembre, por ejemplo, parecía vislumbrarse una salida no militar al conflicto desatado por el ataque terrorista  en Nueva York al que hacíamos referencia, hubo un momento de esperanza de superación del conflicto desde una posición política firme pero no violenta por parte del país agredido por el ataque terrorista, Estados Unidos, basada en los principios del Derecho Internacional. Sin embargo, las posiciones más beligerantes en las grandes potencias tomaron hegemonía y finalmente la situación en el Medio Oriente que parecía alcanzar un fin a la secular guerra entre palestinos e israelíes como una resultante al conflicto central entre los grupos del Talibán y los Estados Unidos, dio un giro de 180 grados para caer en la exacerbación del conflicto. Las normas más elementales del Derecho Internacional vigentes desde el año de 1949 se han visto transgredidas por el ejercicio de la violencia que parece extenderse más allá de la zona de conflicto original (Afganistán) y empieza a dejarse sentir en la frontera India- Pakistán.

Por otro lado, no puede dejar de pensarse que en la crisis Argentina, en donde además de los efectos recesivos de una economía dependiente ligada a los modelos de desarrollo neoliberal, está presente el hecho de que en aquel país han tenido su asiento el corporativismo más acabado en América Latina en donde el Partido Justicialista ha jugado un papel predominante desde la época de Perón y también la sede –por decirlo de alguna manera- de una de las dictaduras más cruentas que ha padecido Latinoamérica; así como la existencia de una clase política sorda a los reclamos sociales de libertad política y democracia, de tal suerte que las condiciones históricas, sociales y políticas están dadas para que el conflicto pueda recrudecerse, sobre todo si las ambiciones de poder de los grupos políticos no anteponen el interés social a sus propios intereses.

Dadas las limitaciones de espacio para un tema tan amplio, apuntaría a manera de conclusiones las siguientes aproximaciones con respecto a este tema de la violencia:

Primera: La violencia social es un hecho incontrovertible en la historia de la humanidad

Segunda: La violencia tiene apellidos, es decir, existe la violencia de Estado y existe la violencia de los grupos subordinados cuando sienten que el Estado no representa más sus intereses y, más allá, se ha alejado de las normas del derecho y la justicia en perjuicio de la sociedad misma.

Tercera: La violencia social no se manifiesta solamente en el terreno de la política, sino que se extiende a la vida cotidiana de la sociedad misma en diversos niveles: intrafamiliar, interfamiliar, ideológica, cultural. Lo cual sería motivo de un análisis aparte.

Cuarta: Conceptualizar la paz como el fin de la violencia equivale a reducirla a una estática impotente y negarle toda posibilidad de acción consciente. Es decir, la violencia y su expresión más cruenta: la guerra y la paz con su elemento definitorio: la no violencia, coexisten contradictoriamente en una lucha constante.

Quinta: Es posible terminar con la violencia por medio de la lucha pacífica en la medida en que las diversas organizaciones sociales tanto locales como regionales e internacionales y, fundamentalmente, cada individuo, asuman las enseñanzas que los siglos anteriores nos han dejado en la búsqueda de caminos para acabar con la violencia.

Desde esta posición es posible afirmar que la violencia, a pesar de ser un hecho incontrovertible en la actualidad, no es una fatalidad que nos tenga que acompañar por siempre jamás. Para ello, debemos educar a las generaciones emergentes en una nueva cultura que contraponga la solidaridad social al egoísmo individualista propio de las ideologías deshumanizantes como el neoliberalismo y los fundamentalismos de todo tipo; que anteponga a la cerrazón la tolerancia y el respeto hacia los otros; que anteponga el pensamiento científico a la ideologización del mundo real.

El Manifiesto 2000 Para una Cultura de Paz y No Violencia de la UNESCO hecho público el 4 de marzo de 1999 en París, contiene los siguientes seis puntos clave:

* RESPETAR TODAS LAS VIDAS
* RECHAZAR LA VIOLENCIA
* LIBERAR LA GENEROSIDAD
* ESCUCHAR PARA COMPRENDERSE
* PRESERVAR EL PLANETA
* REINVENTAR LA SOLIDARIDAD

Invito al lector a que consulte la siguiente dirección en la Internet para que obtenga una lectura completa del Manifiesto 2000.
http://www3.unesco.org/manifesto2000/sp/sp_manifeste.htm


Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com