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2074 7 Abril 2016

 

 

Pablo Iglesias: el caudillo digital
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Pablo Iglesias, mandamás del partido español Podemos, que vive en Vallecas y tripula una motocicleta, es aficionado a la serie de TV, Juego de Tronos. Incluso escribió con otros compañeros  de su agrupación un libro de análisis político sobre la saga de los Siete Reinos.

Dice que le atrae en especial el personaje Khaleesi, por su destreza para someter dragones, defender a los desposeídos y quizá porque, como ella, se siente merecedor del Trono de Hierro. Daenerys Targaryen se instituye como opción legítima de poder real. Para Iglesias la legitimidad política no se hereda: se conquista, rompiendo el orden establecido. El suyo es un proyecto emancipador rupturista que lo legitima como protagonista del ahora legendario 15-M.

En el año 2011, más de 15 mil jóvenes marcharon de la Plaza de Cibeles a la Puerta del Sol. El 15-M se plantó por un par de semana en su punto de llegada, pero contra el deseo de Iglesias, en realidad fue un movimiento sin liderazgos personales. En México muchos jóvenes, especialmente de la Ibero, intentaron organizar un movimiento similar: la mayoría de sus dirigentes (aquí sí los hubo), los compraron los poderes mediáticos.

Allá, en Madrid, las asambleas se formaban espontáneamente entre quienes acampaban en la Puerta del Sol. Un joven se levantaba a soltar consigas y lo demás lo secundaban o lo rebatían. Un plebiscito callejero, sin cabezas visibles. No hubo ningún Stark que encabezará la rebelión. El PSOE quiso capitalizar esta indignación generalizada pero fracasó cuando pretendió negociar con ellos. A falta de claridad de representantes formales, es decir, de personalismos, predominó la masa sin cantera. Iglesias fue simplemente uno más.

La mitología del 15-M como precursora de Podemos la imaginó Pablo Iglesias a posteriori. No quiso capitalizar el movimiento. Más bien se lo pretendió piratear. No es lo mismo. Los jóvenes que se sumaron a esta insurgencia pacífica no formaron un partido; integraron asambleas vecinales de barrio. La prueba más clara fueron las inmediatas elecciones generales: el Partido Popular, en las antípodas del 15-M, se quedó con la Presidencia del gobierno. Los indignados no votaron: se plantaron. Su lucha no era electoral. Uno de sus lemas era “Lo llaman democracia y no lo es”. Otro, era más explícito: “Que no, que no, que no nos representan.”

Para efectos románticos de formación de su partido, Pablo Iglesias invirtió el orden de los factores: para él, los indignados formaron Podemos. Fue su Canción de Hielo y Fuego. Una conversión que no se ajusta a la realidad, pero que sirve para justificar cualquier declaración de principios electorales. La peculiaridad del 15-M fue su fugacidad: llegaron y se fueron. Fue un estado de ánimo colectivo, no un diseño de programa de acción cívica, articulado y luego institucionalizado. No existió el Robb Stark indignado, que se erigiese como Rey del Norte.

En realidad, siguiendo esta lógica de acción política personalizada, más que a Khaleesi, la Madre de Dragones de Juego de Tronos, Pablo Iglesias tiene más semejanzas con el taimado personaje apodado Meñique, Lord Petyr Baelish, un ambicioso intrigante palaciego, cuya política personal la resume él mismo así: “algunos hombres tienen la suerte de nacer en la familia apropiada; otros deben buscarse su propio camino”.

Por muy arropado que esté ahora de militantes de Podemos, Pablo Iglesias busca su propio camino en solitario. Y su objetivo es evidente: el Trono de Hierro. Fantasías que nos dan algunas series juveniles de televisión.


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