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1231 14 Enero 2013

 

Casino convertido en cenizas de amargura
Tomás Corona

Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.
Jorge Luis Borges

Monterrey.- Todo arde: la vida, el despilfarro, el honor, la inocencia, la corrupción, el dolor, la desesperanza, la impotencia, y tal parece que todo se lo llevó el viento negro de aquella tarde. No hay culpables. Todos lo somos.

Aquel deleznable suceso abrió un hoyo calcinado, que no sanará nunca, en la perforada y frágil piel de la ciudad que perdió para siempre su lozanía, su ternura, su aire puro, ahora contaminado de plomo, sangre y violencia.

Quedarán, insertos en la conciencia de los ciudadanos que horrorizados nos tocó vivirlos, cincuenta y dos violentos estigmas, cincuenta y dos inicuos e innegables asesinatos de personas comunes, lindas, madres, amigas, maestras, mujeres, hombres, jóvenes, viejos, amigos... Como un claro reflejo de la inmundicia humana que caracteriza a la sociedad del nuevo milenio en la que nada importa, en la que el hedonismo, el dinero fácil y la inconsciencia juvenil, narco-jóvenes para ser exactos, han enterrado sus garras.

Aún hoy, la narco violencia no descansa, aunque los políticos, imberbes o amañados, digan lo contrario. Los enajenados medios masivos de comunicación, desde su falaz estupidez, niegan y afirman simultáneamente, confundiendo al público, las muertes que inexorablemente acontecen en la destartalada ciudad de Monterrey en la que los sonidos de disparos en lontananza todavía nos hacen estremecer. Todos anhelamos que la psicosis provocada por la inseguridad termine de una vez por todas.

¿Error mortal, descuido desquiciante, animales sin alma, quién les ordenó tal barbaridad? ¿Acaso desconocían la terrible y destructiva voracidad incendiaria que provocan los materiales flamables como los que abundaban en el fatídico Casino? ¿Y la insuficiencia de las salidas de emergencia? Ese sí es un delito, tan común en nuestro medio, que alguien debe pagar. ¿Quién o quiénes autorizan la seguridad de un centro de esparcimiento?

Nada, nada devolverá a las familias regias la alegría perdida, la pesada y dolorosa ausencia de sus seres queridos que jamás volverán. Allí, en el ahora tristísimo sitio, un altar eterno a la muerte, como mudos testigos de la tragedia, sólo quedaron cruces, veladoras, fotos, nombres inolvidables, seres humanos sencillos, comunes, que sin querer ofrendaron sus vidas, de la manera más horrenda, al indolente dios de la violencia. ¿Hacia dónde va esta sociedad que mata a sus propios semejantes?

¿Son malos los centros de apuestas como el Casino Royale? No, el problema es la enajenación adictiva que acaban padeciendo sus usufructuarios. El exceso de un vicio que deja sin quincena a muchos profesores, sin sueldo a muchos empleados de confianza y sin dinero a muchas encopetadas de sociedad. ¿Tiene usted idea de cuántas horas se pasa esa gente en esos lugares descuidándolo todo? Hijos, hogar, maridos, esposas, e incluso su propia salud deja de importar ante el demonio del juego que carcome inexorablemente su tiempo, su pensamiento y su entraña. Y regularmente se pasan la vida perdiendo, perdiéndolo todo.

El o los dueños del Casino, en su afán de borrar lo imborrable, retiraron hace días los dolorosos vestigios reavivando el fuego de la quemadura abierta en las almas de los familiares de los muertos por los que nunca se preocuparon. El gobierno acabará dándole carpetazo al asunto, como tantos otros, pasándose la ley por el arco de la corrupción, dejando a la deriva a los dolientes cuyo futuro se volvió miserable y sombrío después de aquella infortunada tarde.

Después no quedará nada… sólo cenizas de impotencia, rabia, dolor, tristeza, llanto, amargura y el acre sabor a injusticia que encubre con una cortina de humo este tipo de hechos sociales violentos, aparentemente inexplicables. Y el atentado, uno más en la inmensurable lista, quedará impune.

Pero el pueblo no olvida, y una y otra vez restregará en el corrupto rostro del gobierno en turno la inequidad cometida como consecuencia de aquella trágica tarde del 25 de agosto de 2011.

 

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