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1231 14 Enero 2013

 

El drama de la violencia
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Si una cosa está clara para millones de mexicanos es que el drama de la violencia se explica en buena medida por la incapacidad de los políticos para diseñar y ejecutar políticas públicas eficaces,  también por la corrupción endémica que la acompaña, o la conocida indiferencia de muchos de ellos frente al dolor humano y la falta de escrúpulos para utilizar la violencia como medio de promoción política.

Estamos como estamos, entre los estados clasificados con mayores índices de violencia e impunidad, entre otras causas porque la estrategia que Felipe Calderón instrumentó dejó decenas de miles de muertes, desaparecidos y desplazados internos e internacionales. Pero, lo más lamentable, por la falta de gobiernos realmente sensibles ante los daños colaterales que se manifiestan a través de muerte y abandono. En esencia esta estrategia habrá de seguirse en el mediano plazo por dos razones.

Razones
Una, porque el problema de la fragmentación y diversificación del crimen organizado está ahí con todas sus manifestaciones (bandolerismo, trasiego de drogas, secuestros, extorsiones, tráfico de personas, robo de autos, etcétera), y esta enfrentándose con las mismas armas, si no quiere el gobierno de Peña Nieto aparecer como permisivo e incluso como ya lo advierten algunos analistas  que “golpeará a unos cárteles para beneficiar al de Sinaloa”.

Y dos, la aplicación en el mejor de los casos de una política de seguridad que ha estado más destinada a reforzar el sistema policial que al combate de las causas estructurales. Eso sin contar los daños colaterales que está ocasionando que miles de familias  se desplacen de sus lugares de residencia a otros sitios menos inseguros, hombres y mujeres que de la noche a la mañana abandonan sus viviendas y pueblos para buscar un espacio en cabeceras municipales desprovistas de recursos para apoyarlos. Y donde, en el mejor de los casos, se les brinda un apoyo precario cuando no debiera ser así pues es un problema que el gobierno ha provocado por no ser capaz de garantizar la seguridad prevista en la constitución.

Gobiernos pasan, policías quedan
Entonces, el problema de la violencia criminal, ha llegado para quedarse por mucho tiempo entre nosotros, incluso consume ya una tajada cada vez grande de los recursos públicos de la federación, estados y municipios, y eso sabemos, genera intereses en los cuerpos de seguridad de manera que incrementa la demanda permanente de mayores recursos en perjuicio de los servicios públicos como salud, educación, vivienda o asistencia a los más pobres. Simplemente, ¿cómo justificar que haya cada vez más dinero para armas y no lo haya para atender a los desplazados por la violencia? 

El gobernador sinaloense habla ante la presión de los medios de comunicación sobre la conformación de un grupo policiaco especial para atender este problema en la zona rural y esto significa más dinero de los contribuyentes y sacrificio de las partidas sociales. Recordemos aquella frase lapidaria de Joseph Fouché, el jefe de policía napoleónica quien decía con cierto desparpajo y sabiduría: los gobiernos pasan, las policías quedan.

Este aspecto sustantivo de los grupos de presión, frecuentemente olvidado, distorsiona la buena aplicación de los recursos siempre escasos frente a la gran cantidad de carencias sociales y no sólo eso, algunos policías llegan a influir más en las decisiones políticas que quienes han sido electos. Es el mundo al revés,  mandan quienes debieran estar a las órdenes del poder representativo.

Esta distorsión la constatamos hoy en Sinaloa con el poder que han alcanzado los jefes policiacos y hay quienes hasta llegan a afirmar que el combate contra el crimen organizado no se puede hacer con “blancas palomas”, dejando entrever que un clavo saca otro clavo. Lo que significa que los ciudadanos estamos contra la pared entre delincuentes y policías. 

El Platanar y las elecciones
La reciente masacre  en el Platanar de los Ontiveros, municipio de Concordia, mostró una vez más la indefensión y el temor en que viven decenas de miles de habitantes en los cientos de pueblos, ranchos y caseríos que existen en las estribaciones de la Sierra Madre Occidental. Basta un comando de 30 personas para generar una psicosis colectiva de norte a sur. Esa incursión armada mostró el olvido en que se encuentran estas comunidades y sólo tiene comparación con el gran arraigo de la gente al terruño.  Son en alguna forma los olvidados de esta tierra, para utilizar la frase de Franz Fanon, cuando se refería a los pueblos de África, que pedían a gritos les echaran una mano para seguir con su vida, sus cultivos y su propio concepto de comunidad.

Quizá, es por eso, irritan políticos irresponsables cuando hacen uso de esta desgracia para fines electorales. La usan para sugerir alternativas a un problema que como hemos visto, más allá de si está o no en la constitución y las leyes secundarias o reglamentos, son rechazadas por el gobernador, fuerzas castrenses, los medios de comunicación, los colegios de profesionistas y cualquier ciudadano que con sentido común intuyen que no se puede combatir violencia con más violencia.

Estrategia infame
Es la otra psicosis que se estimula desde la política. Atizar el fuego con la palabra que sugiere presuntas alternativas. Crear la sensación de que estamos perdidos y se necesitan acciones audaces como armar a la gente para la autodefensa.

La inmoralidad de este tipo de planteamiento se explica porque de antemano se sabe que no tiene futuro. Aunque más de alguno de estos pobladores lo deseara e incluso ya haya tomado sus propia decisión de armarse para defender sus bienes y familia, pues si una cosa parece no faltar en las sierra, son las armas y las balas.

El alcalde de Mazatlán es experto en este tipo de estrategias preelectorales pues hemos visto cómo inmediatamente se sumó a la propuesta angustiada del edil concordense, Eligio Medina. Hace un año, en víspera del Carnaval, se fue en contra de la distribución institucional de condones y luego contra quienes tenían el atrevimiento de abrir un bote de cerveza y beberla mirando el atardecer o mitigando el calor de la noche. Se habló mucho de él, quería ser senador. La gente protestó y las medidas fueron amortizándose hasta extinguirse. Ahora que estamos en la antesala de otro proceso electoral, vuelve con una de sus brillantes ideas, para alcanzar visibilidad entre la gente. 

Mucha gente sabe que hay cosas con las que no se puede frivolizar, como es la desgracia ajena y  podría tener un costo político. Ahí están los resultados electorales de pasados procesos electorales y el paulatino retiro de apoyo a este político, quien ahora busca ir por una diputación estatal. Quizá por eso maneja un abanico de opciones: mayoría relativa, plurinominal o por ambas vías. El caso es no se bajarse de los cargos públicos. El de los buenos salarios y compensaciones a discreción. El poder.

Frivolidad
Quizá, por eso, se frivoliza con el tema de la violencia, pues lo que se busca no es desaparecerla o disminuirla, como no ha sucedido en Mazatlán, que está incluida en las 20 ciudades más violentas del país, sino utilizarla como recurso mediático, como propaganda política, y generar votos entre ciudadanos incautos, susceptibles de ser engañados con pretendidas preocupaciones por la desgracia de los pobladores de la sierra.

La desmesura de estos políticos no tiene límite y debiera ser combatida especialmente por los medios de comunicación y los líderes de opinión. Una sociedad que permite este tipo de excesos está condenada a ser gobernada por este tipo de políticos.

La violencia es un problema estructural que está en el tejido social y exige políticas públicas de largo plazo. Pero, también, en el día a día. Compromete a los gobiernos pero también a los ciudadanos.

El gobierno implementa sus medidas incluso con el rechazo de los beneficiarios por los excesos que se cometen contra la población civil y sus bienes.

Los pobladores de los altos igual toman sus decisiones y eso explica la fuga de miles de ellos hacia centros urbanos; otros más seguramente se arman para proteger a sus familias y bienes; otros incluso pudieran estar pagando protección, o de plano, ante la incertidumbre, quedan bajo la tutela de uno de los grupos delictivos y hasta prestando servicios.

De ese tamaño es la complejidad del problema de la violencia y la pequeñez de las alternativas que sugieren políticos ambiciosos, quienes como los primeros españoles, quieren cambiar cuentas de vidrio por votos.

Sólo por eso, hablemos en serio del tema de la violencia.

 

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