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1252 12 Febrero 2013

 

ANÁLISIS A FONDO
El rostro de la desigualdad
Francisco Gómez Maza

Para Peña Nieto, una misión imposible
Dos Méxicos, tan lejanos uno del otro

Ciudad de México.- Ayer, Jorge Carlos Ramírez Marín se reveló como poeta. Su ópera prima: “El rostro de la desigualdad”. Frase hirientemente dramática. El escenario: El Salón Adolfo López Mateos de la residencia presidencial de Los Pinos, otrora gimnasio del “último presidente de la Revolución”, aquel defensor del peso.

Ahí, Ramírez Marín pronunció tal frase y lo hizo ante el presidente Enrique Peña Nieto. La ocasión: la presentación del Plan de Vivienda de la administración priista, cuyo propósito es “dar lugar al desarrollo que merecen los habitantes de las ciudades y los habitantes del campo en México […]. Dar lugar, efectivamente, a un México justo, un México incluyente, un México próspero”.

Independientemente de la viabilidad o inviabilidad del programa peñanietista (eso se dilucidará en el 2018), hay que reconocerle a Ramírez Marín su análisis cuasi dialéctico, de aquella dialéctica que nos enseñaron hace ya mucho tiempo los maestros de filosofía.

Fíjense si no: “México es un país que presenta, hasta hoy dos dimensiones diferentes: por un lado, tenemos al México agrario que, en extensión territorial, ocupa más de la mitad de todo el territorio nacional. Un México conformado por poco más de 31 mil núcleos agrarios, donde viven alrededor de 30 millones de personas. Un México en el que se encuentra el 80 por ciento de las selvas, de los bosques; el 74 por ciento de la biodiversidad y dos terceras partes de los litorales de todo el país”.

“Pero, por otro lado, tenemos un México en el que viven, nada más y nada menos, 70 millones de personas, divididas tan sólo en aproximadamente 383 ciudades, de las cuales 59 son llamadas zonas metropolitanas. Un México que ya abarca mucho más ciudades de más de 15 mil habitantes. Un México de rascacielos con mayor acceso a servicios, infraestructura y comunicaciones, pero también, en ambos Méxicos, en ambas dimensiones, podemos ver claramente el rostro de la desigualdad”.

¡Chin! Qué frase tan poéticamente dramática. El rostro de… Duele, ¿no?

Pero, como el político yucateco mismo lo señaló, ni todos los habitantes del campo tienen derecho a las mismas oportunidades, ni todos los ciudadanos y ciudadanas de las ciudades tienen, tan siquiera, la misma oportunidad en acceso a los servicios.

Por tanto, el reto de Peña Nieto es transformar estas dos dimensiones con un sólo propósito: lograr, efectivamente, “el México incluyente y un México próspero”. ¿Será? El discurso está lindo. Pero del plato a la boca, se cae la sopa, como se está cayendo la Cruzada Nacional contra el Hambre, que está ya siendo denunciada por la izquierda como un instrumento electorero. ¿Idiai, pués? Como dicen los chiapenses.

En el discurso, todo es tan bonito. Tan dialéctico: “Igualar a los hombres (y mujeres) que habitan cualquier parte de nuestro país y que tienen exactamente los mismos derechos”.

Y por ahí anda Raúl Plascencia Villanueva, el “defensor” de los derechos humanos. Ayer mandó un boletín diciendo que para él es “fundamental que las autoridades de los tres órdenes de gobierno y la sociedad en general refuercen las acciones destinadas a combatir y sancionar la trata de niñas y mujeres indígenas, uno de los grupos sociales en mayor situación de vulnerabilidad. Poner especial atención a las denuncias de mujeres y niñas desaparecidas, y diseñar estrategias que mejoren la calidad de vida de unos 16 millones de personas que se reconocen como indígenas en México”.

Plascencia Villanueva tiene en la Comisión Nacional de Derechos Humanos un Programa contra la trata de personas, mediante el cual capacita a “servidores públicos” y representantes de la sociedad civil, para que “creen conciencia sobre sus derechos (los de sus comunidades)”.

Pero el análisis del ombudsman no es tan contundente como el de los estrategas del “nuevo” PRI de Peña Nieto. No dice, ni podrá decirlo, que la violación de los derechos humanos es un asunto ideológico, estructural y sistémico, que no acabará ni porque haya cientos de miles de ombudsman para defenderlos mientras no cambie el sistema.

No dice que la trata de personas es un negocio como el de las drogas ilícitas o como en de la construcción de viviendas, o como el del alcohol, o el de la venta de autos nuevos y usados. La diferencia es que en el de la trata las transacciones se hacen con seres humanos.

analisisafondo@cablevision.net.mx

 

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