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1252 12 Febrero 2013

 

EN LAS NUBES
Maestros de vocación
Carlos Ravelo Galindo

Ciudad de México.- No es posible que se confunda a los educadores; a los maestros de vocación; a los que cotidianamente se enfrentan a las criaturas, en las aulas públicas para culturizarlas, con los que lucran con la educación, que son, afortunadamente los menos. Insistimos en que debe haber un parte aguas.

No podemos tratar a todos con el mismo rasero. Quienes lo hacen olvidan su paso, si acaso fueron, por los planteles públicos. Ya no se diga en los privados. A ellos puede aplicárseles una frase, sencilla, fácil de entender: “hay personas que valen la pena. Otras que dan pena”.

Ser maestro, reafirmamos, es aún algo admirable. Una profesión honesta. Un oficio digno, algo que debemos reconocer por la más elemental humanidad. E inhumana es la campaña de desprestigio contra quienes imparten conocimientos a nuestros hijos, en preescolar, primaria, secundaria. También, claro, en preparatoria y profesional. Como en las carreras técnicas, no obstante que allí, amén de alumnado hay delincuentes, a quienes también se les perdonan sus intolerancias. Sus pecados, sus incongruencias políticas. Y lo peor: los toman en cuenta ante su desfachatez que todos contemplamos, impávidos, como el supremo gobierno federal lo hace.

México, por supuesto, está lleno de grandes maestros. De hombres y mujeres que dejan el alma en las aulas. Que trabajan en condiciones de espanto. Que lidian cotidianamente con grupos inmensos y, a pesar de ello, de todo, no se rinden. Son émulos de don José Vasconcelos, a quien también se persiguió luego de que fundara la actual Secretaría de Educación Pública la que hoy, con razón, quiere reasumir con la nueva disposición constitucional, su rectoría. Retomar su quintaesencia, pero no debe lesionar a los maestros que cumplen, casi todos, con su acometido.

Ellos, los mentores, enseñan el abecedario. Sumar, restar, dividir, multiplicar. A leer para conocer nuestra idiosincrasia. Lo hacen con entereza, humildad, benevolencia y disposición. No todos salen a la calle a gritar como petroleros, electricistas, líderes de partidos políticos que piden “más” y que no les quiten lo que ya obtuvieron.

Quienes intentan deturpar a los expertos en cultura se olvidan, acaso porque no lo aprendieron en su casa, que la educación la imparten, sin costo alguno, los padres en el hogar. Y la cultura, eso es, en la escuela pública gratuita y laica, como ordena nuestra Carta Magna en su tercer artículo.

Recibimos una misiva de la maestra Claudia Marina Huerta Ravelo con casi 29 años de labor docente, orgullosamente educadora, de profesión pero sobre todo de vocación. Nos dice: “Miro hacia atrás y puedo decir que cada hora, minuto, segundo que he pasado entre cuatro paredes y con 40 sonrisas a mi alrededor, me siento plena y satisfecha, a pesar de que me duele tanto esta guerra sucia, de la que sólo nos defendemos con el trabajo que hacemos diariamente los miles y miles de maestros que todos los días acudimos a las aulas. Todos piensan que es fácil ser maestra o educadora, lo digo con orgullo, pero es obvio que es más fácil ser detractor e ignorante, como lo evidencian quienes con micrófono rector obedecen la voz del amo y nos lesionan sin faltar día, frente a un grupo de preescolar, niños o adolescentes, que no saben qué sucede, porque no coincide con su vida escolar”.

Y luego, Claudia Marina, que es hija de mi hermana Guadalupe, me exige: “No des tantas explicaciones: tus amigos no las necesitan. Tus enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden”.

carlosravelogalindo@yahoo.com.mx

 

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