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1778 18 Febrero 2015

 

 

ANÁLISIS A FONDO
Mezquina partidocracia mexicana
Francisco Gómez Maza

 

Ciudad de México.- Aceptando sin conceder que el camino para construir una sociedad realmente democrática sean los partidos políticos, de ninguna manera sería viable en México el bipartidismo de centro (PRI) versus derecha (PAN), que al final de cuentas, como el centro político es igual a la nada, sería de un solo frente, en defensa de los intereses de las clases dominantes, de los llamados dueños.

Si únicamente existieran y simularan competencia electoral el PRI y el PAN en el espectro político, no habría contrapeso. El PRI socialdemócrata ha desaparecido de la palestra y ha sido sustituido por un PRI informe y sin conciencia de clase. Lo revolucionario sólo lo tiene en su nombre, pero en los hechos es tan conservador como el PAN.

Ambos partidos –PRI y PAN– han ido, con el transcurso de la particular historia política mexicana, derivando en mecanismos de representación de las clases dominantes, marcando su raya con las legiones de “proles”, o “nacos”, como califican distinguidos miembros de la aristocracia priísta y panista a los hombres y mujeres que caminan, que se transportan en los destartalados microbuses, y se dan el lujo de treparse al metro, y que sudan y apestan, y que tienen la dentadura careada o sufren permanente gastritis y colitis.

Desde esa perspectiva, se entiende, se comprende que personajes de la realeza mexicanensis, descendientes directos de la sangre porfiriana, aboguen, estén seguros, de que al final del día sólo permanecerán inscritos en el Instituto Nacional Electoral (INE) el PAN y el PRI. Que los partidos de las izquierdas tendrán que irse al basurero de la historia, o sea al carajo.

Los proles no tienen derechos más que en la Constitución, porque las leyes secundarias fueron decretadas solamente para beneficio, defensa y protección de los miembros de las clases dominantes, igual que en la época en que vinieron a esta tierras aquellos españoles fugados de las cárceles de la península europea.

Sueña desde su cúspide de privilegiado el coordinador de la bancada panista en la Cámara de Diputados, el queretano Ricardo Anaya Cortés, cuando asegura que las elecciones de julio venidero serán disputadas únicamente por los candidatos del PRI y del PAN. Que los demás de las izquierdas y los independientes no tendrán parte en el convite agandallador.

Para empezar, habrá que ver si los ciudadanos van a las urnas. Hay que recordar que las de este año son elecciones intermedias y que no provocan mayormente el apetito cívico electoral de la ciudadanía.

Este escribidor espera un buen porcentaje de abstencionismo en la jornada electoral de julio, pues a muy pocos, por ejemplo, les interesa votar por los diputados, personajes que ni conocen, y que inclusive desprecian por considerarlos rémoras, parásitos de la política,  que sólo saben levantar el dedo por orden de su pastor, especialmente cuando se trata de darle la mayoría de dedazos a determinadas iniciativas de reformas constitucionales y legales iniciadas por el poder ejecutivo.

Las mayorías, más bien, quisieran que la Cámara de Diputados desapareciera porque no le creen ya a los legisladores, que sin oficio ni beneficio, sólo buscan satisfacer las ansias de mataor del jefe del Ejecutivo.

En esa tesitura, es imposible que sólo queden dos contendientes y menos cuando los dos partidos coinciden en su visión de la realidad y en sus estrategias políticas. Ni PAN ni PRI son capaces de responder a las expectativas de las mayorías. El PAN, por naturaleza, es mantenedor del estado de cosas, del llamado establecimiento económico. Que nada se mueva porque se afectan los intereses de los detentadores del capital.

Con el PRI actual ocurre más o menos lo mismo, o peor, que con el PAN, a pesar de que el partido actualmente en el gobierno navegue con el mote oficial de “Revolucionario”. Lo revolucionario es sólo un calificativo que muy pronto será borrado del escudo tricolor. En los hechos, el tricolor es tan conservador y reaccionario como el albiceleste.

Millones de personas ahora simpatizantes de partidos de una izquierda desdibujada, deshilachada, infectada por la corrupción y el crimen, y tan mezquina como las derechas, requieren de una religión política que llene sus expectativas de, por ejemplo, comer bien cuando menos tres veces al día, gozar de un seguro de vida y de salud, de un salario remunerador y de un seguro por desempleo, entre otros derechos.

Y estas mínimas satisfacciones, las mayorías no las van a encontrar ni en el PRI ni en el PAN, porque a las nomenclaturas de estos lo único que les interesa es cuidar sus parcela de poder. Y otro tanto ocurre en la partidocracia izquierdista. Los políticos se meten de políticos no porque les interese el inexistente pueblo, sino para vivir bien y a sus anchas, como ha quedado demostrado con políticos de despreciable ralea tanto del PRI, del PAN, como del PRD.

Voy a serles franco. La partidocracia no funciona. No ha servido a los mexicanos más que para crear comaladas de corruptos y nuevos ricos. Pero mientras nos deshacemos de los partidos, nadie, menos don Ricardo Anaya Cortés, puede asumir el bipartidismo como vía democrática para los mexicanos.

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