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1778 18 Febrero 2015

 

 

El piojo y la pulga
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Matrimonio es una palabra grave en todos los sentidos. En su vibrátil textura coexisten dos esencias discordantes: la apertura y lo indivisible. Su figura encierra una contradicción radical, ilógica, insuperable.

El matrimonio es el espacio de la madre como monolito, donde acontece la concepción o adopción de un nuevo ser, y eventualmente esto se logra con la gestación, el nacimiento, la crianza o el aborto de al menos un hijo. El matrimonio es marca registrada de las matriarcas sometidas.

La subdivisión de su bloque uniforme es importante para que la mujer sea mamá, de otro modo la dama sería solamente una fulana con capacidad reproductiva vacante: niña, doncella, señorita, damisela, núbil, casadera, madrina, solterona, prometida, monja o bacante de la peor calaña.

El sujeto-madre tiene que compartirse con otro sujeto-vástago, que la devora para poder subsistir. Ser madre puede ocurrir por voluntad libre o en contra de ella, que es lo de menos en la sociedad patrimonialista y patriarcal que mira al sujeto-mujer en tanto receptáculo de la simiente machina.

La unidad, lo cerrado del cuerpo femenino está siempre abierto, dispuesto para que el sexo masculino le endilgue otros sujetos. Y así perpetuar la pesadilla de la paridera humana. La mujer ya rajada se vuelve a cerrar en el hogar heterosexual como en la rola de doña Blanca, cuando ésta se queda en su casa de oro y plata para el solaz del salaz Quijotillo, quien se siente propietario de la pobre doñita por gracia de su agudo aguijoncillo.

Por alguna razón oculta en la historia de nuestro mundo raro, se extravió el sentido originario de la pétrea castidad de la mujer-madre enclaustrada en el matrimonio. Ahora hasta las locas reivindican su porción del pesebre matriarcal. Sólo así se entiende el celo riguroso, la reacción furiosa de algunos políticos asqueados ante la posibilidad de repensar el tema del matrimonio bajo el reclamo de los miembros de la diversidad sexual.

Se les atraganta el hueso sólo de imaginar la blasfemia ante el misterio mariano, aunque éste sea solo una maravillosa historia, un cuento cenizo para catequizar a niños bobos. El caso es que ni en la historia de la virgen María se respetó la radicalidad exclusivista del matrimonio. José compartió a su mujer para fundar la Santa Iglesia Apostólica y Ramera, protectora de monstruos pederastas.

El brete matrimonial hoy es defendido por los levantadedos como la apertura excluyente (?) de dos personas con el fin de fundir sus cargas genéticas y multiplicarse, papelito mediante por si las moscas. El matrimonio es para coger y tener chipotes, punto. Ah, y dejarle a alguien la Cheyenne, porque el infausto Patotas anda siempre bien sobres, ¿verdá apá?

El amparo matrimonial civil como acuerdo institucional y legítimo entre dos –jamás y nuncamente entre tres o cuatro– esponsales sólo puede ocurrir, según el Congreso local, entre cuerpos con capacidad reproductora garantizada, diferentes en estructura sexual genital, con tal de engendrar y albergar nueva vida.

¿No tienes con qué alimentar a la prole maldita?, inscríbelos en la cruzada contra el hambre y a seguir poniéndole jorge al niño.

Así es que, jódanse jotos: el matrimonio sólo es para el macho y la hembra, bien ponedores ambos, aunque sean primos hermanos. No perro con perra, no toro con vaca, no rato con rata, ellos no van a contraer matrimonio jamás, como tampoco lo harán ustedes, porque los derechos humanos son para los cristianos, no para las loras maloras. Ustedes no son seres humanos, dignas marchantes del orgullo gay. No es para vosotros, mancebos del amor nefando, el macarrónico ceremonial de la boda regia. El casamiento es más accesible para el piojo y la pulga, en aquel estribillo de la edad del abuelo.

Muchas rostros tiene la homofobia en nuestra cultura. El más actual y que ha motivado mis reflexiones es el perlario que las y los diputados esgrimen contra el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo. En su argumentación esgrimen que el matrimonio es solamente para dar cobijo al producto de esa unión. 

¿Y cuál es ese producto según su lógica obtusa? Los hijos. Si el piojo se quiere casar con una pulga, vale, les componemos una cancioncita y les damos su maiz y como dote un pie de casa en Fomerrey. Y que sigan llegando los críos que dios les dé. Pero si son dos maricas nomás no hay manera, si al cabo no tienen vagina y pene, concha y pito, chocha y verga.

Entiéndalo, putos, ustedes no son lo cóncavo y convexo, no son complementarios como el tornillo y la tuerca, el botón y el ojal, la aguja y el hilo, el roto y el descosido. Para esta mentalidad troglodita somos cuando mucho especímenes suplementarios, complementos, objetos intercambiables, desechables, platos de segunda mesa en la fiesta de la natalidad hipervalorada.

Mejor, señores y señoras del arcoiris, sigan en unión libre, en concubinato, en amasiato, en la indecencia moral, en las tinieblas del pecado carnal. Que sus relaciones afectivas no valen lo mismo que la del güey que madrea a su ruca, bien heteronormales ambos. El reyno libre y soberano de Nuevo León no puede admitirlos porque sus leyes… blabla.

Según la nota de Milenio (febrero 17, 2015) nuestros diputados esgrimen razones –de algún modo hay que llamarlas– de alto octanaje como el que sigue: (el matrimonio es para ver “cristalizado ese sentimiento de amor, de fraternidad, de vida en común, de ayuda mutua, que a veces resulta tan difícil de explicar”).

Amor, fraternidad, vida en común y demás entuertos del corazón nomás no se dejan explicar, mucho menos legislar. En eso estamos de acuerdo. Son asuntos privados, sagrados, elecciones soberanas de lo más íntimo del alma de los seres humanos que no se pueden uniformar con fuerzas estadísticas. Entonces por qué andan legislando en negativo, por qué andan perorando como mercachifles sobre asuntos tan ajenos a su ámbito.

Diputados, diputadas, diputeibols: no destruyan ustedes mismos lo que con tanto coraje resguardan como canes rottweiler. Dejen que la raza se case como le dé su regalada gana. El amor gay no lo van a exterminar por querer tapar el sol con un manotazo, es una realidad en el seno de nuestras familias, amistades, centros educativos, instituciones, gobiernos, fábricas, policías, cuarteles militares, iglesias, lechos conyugales. En la sociedad toda.

Si la diversidad sexual quiere partir el pastel de novios con todo y muñequitos cursis y aventar el ramo para que lo atrape la tía cotorrona, adelante. Que los invitados les gritemos ¡beso beso beso! De pasada ayudaremos a fortalecer esa institución tan venida a menos. Capaz que hasta las arcas estatales recaudan más ingresos, ya que las cuentas públicas andan tan jodidas. No se hagan.

 

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