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2058 16 Marzo 2016

 

 

Cómo leer y por qué
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Leemos poco, al azar y de prisa, como si fuera una obligación (más que una necesidad) de la cual no obtenemos ningún placer. Por eso el eminente crítico Harold Bloom (Nueva York, 1930) comparte con nosotros sus hallazgos literarios de toda una vida (“yo era niño y lector feroz”, p. 201) para motivarnos o espolearnos.

Para ello divide (en Cómo leer y por qué *) sus preferencias en cuatro géneros: cuento, poesía, novela y teatro. Del cuento elige figuras emblemáticas como Iván Turguéniev (“Los cuentos de Turguéniev son de una belleza inquietante”, p. 30-31), Antón Chéjov (“el más sutil psicólogo dramático que ha existido desde Shakespeare”, p. 39), Guy de Maupassant, Ernest Hemingway (“sobresaliente estilista (…) en sus cuentos”, p. 46-47), Flannery O’Connor (“la cuentista más original de Estados Unidos después de Hemingway”, p. 52), Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges (“reemplazó a Chéjov como influencia mayor en la cuentística de la segunda mitad del siglo XX”, p. 58), Italo Calvino, et al.

En poesía escoge a William Blake, Alfred Tennyson, Walt Whitman (“poeta de una dificultad sorprendente. Puede que su obra parezca fácil, pero es delicada y evasiva”, p. 94), Emily Dickinson (“nos educa para pensar con más sutileza”, p. 98), William Shakespeare (“De todos los fenómenos inquietantes de la literatura, no hay para mí ninguno más inquietante que el equilibrio de Shakespeare”, p. 115), John Milton, William Wordsworth (“a Wordsworth deberían leerlo todos (…) porque ha (…) influido en casi todos los poetas de lengua inglesa que han escrito después de él”, p. 125), Percy B. Shelley (“El más altamente romántico de los poetas”, p. 135) y John Keats.

En novela, Bloom selecciona a Miguel de Cervantes Saavedra (“Cervantes es el único rival posible de Shakespeare en la literatura de invención de los últimos cuatro siglos”, p. 152), Marie-Henri Beyle, más conocido como Stendhal, Jane Austen (“en lengua inglesa no hay (…) una novelista que sobrepase a Jane Austen”, p.165), Charles Dickens, Fiódor Dostoievski (“soberbio en los comienzos y asombroso en el desarrollo de la trama interna de sus obras”, p. 178), Henry James, Marcel Proust (“No hay que leer (…) En busca del tiempo perdido por el argumento, sino por el progresivo desarrollo de los personajes”, p. 212), Thomas Mann, Herman Melville (“Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime (..): un logro fuera de lo común”, p. 256) y William Faulkner (“Mientras agonizo, una obra de originalidad demoledora”, p. 298), por citar sólo algunos.

Finalmente, en teatro privilegia a tres dramaturgos: Shakespeare (“La inmensa influencia de Shakespeare en la mayoría de las novelas consideradas en este libro atestigua con qué extraordinario éxito amplió Hamlet los horizontes del arte literario”, p. 253), Henrik Ibsen (“Ibsen, no obstante su originalidad, es postshakespeariano en todas las manifestaciones de su arte”, p. 237) y Óscar Wilde (“Wilde manifiesta su hermoso genio de forma definitiva”, p. 250).

Su lista no es exhaustiva, sólo incluye: “una muestra de las obras que mejor ilustran las razones para leer” (p. 13). Un buen ejercicio intelectual sería que cada mexicano hiciera una lista igual de amplia, precisa y analítica. Lástima que no leamos.

 

* Harold Bloom. Cómo leer y por qué. 5ª. ed. Barcelona: Edit. Anagrama, 2015. 307 pp. (Colec. Argumentos, 248.)


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