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2058 16 Marzo 2016

 

 

Suicidio por acoso en San Nicolás
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Anyelid Betsabeth López Saldaña no soportó más el acoso o “bullying” del que fue víctima por parte de compañeros de su misma Primaria y conocidos de una Secundaria cercana. La niña de doce años usó una cuerda para ahorcarse en su humilde vivienda en la colonia Azteca de San Nicolás de los Garza, NL. La noticia ha conmocionado al país.

A tres cuadras de donde Anyelid cometió suicidio crecimos Sanjuana Martínez, la renombrada periodista, y quien esto suscribe. Allí siguen viviendo nuestras familias. A veces coincidimos Sanjuanita y yo en el mercado que se pone cada lunes en la calle Cuitláhuac. Nos abrazamos frente a montones de ropa usada y tomates mosquientos, chismorreamos a gritos sobre las noticias locales o de la grilla nacional, como si no hubiera pasado tanto tiempo y tantas experiencias vividas en tantas partes del globo. Siempre fuimos buenos vecinos y nuestras hermanas y madres aún se apoyan mutuamente en ese contexto tan inseguro.

No han hecho mella en Sanjuana ni en mí los casi treinta años transcurridos desde que dejamos el nido materno para buscar otros horizontes. No ha cambiado nuestro amor por el terruño, no se nos ha subido la sangronería a la cabeza por relacionarnos con distinguidos personajes del poder, la cultura, la política, la literatura, el periodismo. Nos encontramos en eventos literarios y culturales y la pasamos bastante bien haciendo lo que tanto nos gusta: combatir a los políticos abusivos y burlarnos de los mamones que apenas se suben a un ladrillo y se creen la Divina Garza. 

La Sanjuana y yo, como tanta gente de México, vivimos una infancia marginada, con todos los vientos en contra. De cierta manera somos lo que somos por ese barrio bravo y olvidado que nos dio conciencia de clase y nos impulsó a la lucha contra el abuso del poder en cualquiera de sus mil rostros. Ni duda cabe, infancia es destino.

Ignoro cuáles fueron las estrategias de mi querida Sanjuana Martínez para sobrevivir a la maldición de la pobreza y violencia que nos aquejaba en aquellos años. Lo que sí puedo compartir es que en mi caso no recuerdo cuántas veces quise realizar el mismo acto que llevó a Anyelid a matarse.
Un evento que no se me olvida sucedió en los terregales habilitados como cancha deportiva, donde hoy se encuentra la escuela Secundaria. Como era muy flaco y frágil mis compañeros me pusieron en la portería a parar los balonazos de unos gigantes. Si me metieron veinte goles fueron pocos. Tenía yo siete u ocho años. Desde ese día y hasta la fecha sigo siendo una especie de apestado frente a un puñado de vecinos de mi generación que aún sobreviven.

Me gritaban ¡puto!, que se sigue usando para humillar a los deportistas del balompié. La mayoría de esos salvajitos creció y emigró  a Estados Unidos. Otros murieron de sobredosis o refundidos en cárceles por delitos graves.
Llovieron sobre mí calificativos y sobrenombres hirientes que los acosadores me gritaban delante de mis hermanos menores, tíos, abuelos.

La violencia psicológica se transformó bien pronto en corretizas y violencia física que no se detuvo ni cuando me casé. Incluso a mi mujer le gritaban ofensas porque es morena y gusta de oír rock y usar ropa hippie. Por esa razón aborrecí para siempre el futbol y su fanatismo imbécil que fortalece a la manada pero deja inerme al individuo. Jamás he puesto un pie en ningún estadio, sólo lo hice cuando marché con un puñado de gays y personas con sida en unas justas olímpicas de la Diversidad en Amsterdam.

Varios vecinos de la calle Mexica intentaron violarme, me torturaban, se burlaban de mi padre enfermo, de mis abuelos campesinos, de mis modos de caminar, hablar, jugar y pensar. El estigma se envilecía con mi mamá que trabajaba lavando ajeno y de mis hermanos que también la pasaban muy mal apenas se asomaban a la calle. No había ni una sola tabla de salvación, nadie que nos defendiera. Un maestro de Primaria me dijo: “No sea joto, Hurtado, aguántese, que no es de hombres andar quejándose como putita.” El maestro quizás tenía razón, denunciar y castigar el acoso en aquel contexto de barbarie lo hubiera vuelto más virulento.

Lo único que me salvó temporalmente fue encerrarme en casa. Hasta que terminé la escuela Normal viví deprimido, recluido como monje dentro del tejabán de dos cuartitos. Quizás por eso me hice escritor, por pura necesidad me puse a devorar los escasos libros que tenía en casa. “¿Por qué no sales, hijo?”, me preguntaba mamá. “Porque no tengo ganas, me hace daño el sol, me da alergia el polvo, etcétera.” Salía sólo a la escuela y a mandados urgentes a hurtadillas, escabullido, temiendo la siguiente golpiza, la próxima pedrada, el siguiente escarnio que me roía hasta la médula de los huesos.

Aquello que no mata fortalece, dice el refrán, que hoy puedo entender en su más profunda sabiduría. Yo no me morí ante la violencia metódica, pertinaz, impune. Ya mayor tuve que atenderme con psicólogos y en terapias de grupo. Pero el sufrimiento continúa en ese barrio que reventó un delgado hilo en la calle Cacama, donde vivía Anyelid. Que sufrió sin respaldo de ninguna autoridad ni programas escolares que combatan a tiempo un delito tan destructivo.

Si alguien va por la Azteca se dará cuenta que no existe ningún parque para que los niños actuales jueguen o practiquen ningún deporte. El barrio, mi barrio, es tan horrible y peligroso que muchos taxistas se rehúsan a manejar entre sus calles. Lo mismo pasa en muchas partes de Monterrey.  

“Bully”, como el verbo “empinar”, tienen hoy significados muy distintos a su uso original. Paradojas dolorosas de la historia. “Empinar” remitía a estar de pie, derecho, fuerte, incólume como un pino. Ahora significa doblar, sojuzgar, rajar, lastimar, violar. “Bully”, corrió con la misma suerte, parece provenir de una voz con raíz indoeuropea: “brather”,  que pasó al griego como “phrater”, luego a “frater” en latín, “brother” en inglés moderno, “brat” en ruso, “Brouder”-“Boele” en holandés.  Palabras que significan “querido”, “amante”, “amoroso”, “hermano”, “caballero”.

Es un misterio cómo se transformó el dulce hermano de ayer al ser repulsivo, cobarde, fanfarrón, enemigo, violento, verdugo, acosador, criminal de hoy.

Mientras lo averiguamos pongamos manos a la obra para detener esta plaga infame que cada día crece con la complicidad activa o silenciosa de cada uno de nosotros.


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