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2058 16 Marzo 2016

 

 

Don Nemesio y el vendedor de muñecas
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Fue un esteta del desastre. Por fatalismo o voluntad propia de perdedor (que no es lo mismo que contendiente derrotado, caído a perpetuidad en desgracia), eligió a menudo el bando de los malos. No supo leer el devenir de la historia. Pero se salvaba por un pelo del escarnio público. Tenía buena estrella.

Además, sabía escribir: fundó el Ateneo de la Juventud y su prosa, con tintes de modernismo y claridad elegante, si no lo reivindica al menos lo distingue por encima de la literatura almidonada y superflua que, salvo honrosas excepciones, dominó su época, la primera mitad del sigo XX.

Nemesio García Naranjo (1883-1962) no escatimó elogios a Porfirio Díaz. Se opuso con armas y letras a Bernardo Reyes. Lanzó puyas venenosas a Francisco I. Madero. En sus “Memorias” en diez gruesos tomos (un ameno recorrido por el México pendular de la construcción a la destrucción continua) justifica las barbaridades del déspota Victoriano Huerta, con quien fue Ministro de Instrucción Pública. Pero admito que estas vivencias fluyen con placer y degustación morbosa. Lo leí de adolescente y un magnetismo inexplicable me ancló por semanas enteras en esos diez volúmenes con olor a herejía revolucionaria. Luego, en una mudanza de ciudad, perdí uno a uno los diez tomos de estas confesiones inconfesables. Me arrepiento, eso sí, de tamaña pérdida que alimentaba mi nostalgia juvenil.

Por fortuna, en la Biblioteca Alfonsina, se guarda una obra de teatro hoy olvidada, que hace ver con nuevos ojos la obra literaria de García Naranjo: “El vendedor de muñecas” (1937). La dramaturgia del general de Lampazos se reduce a este texto. Pero no desmerece en astucia y malicia literaria, a muchos dramaturgos contemporáneos suyos. Tampoco a varios autores actuales de teatro, tan pedantes como pretensiosos.

En registro de comedia, don Nemesio muestra el trasfondo de un negocio de decoración: en realidad es una pantalla para reclutar mujeres de bajo estrato, para convertirlas, tras preparación de maquillaje, buen gusto en el vestir y buenas maneras, en esposas decorativas para millonarios en edad de merecer. El personaje Montaño busca a las prospecto, “las restaura” y las vuelve mujeres ideales para los caballeros de clase alta. La retribución la exige Montaño apenas termina la boda en dinero contante y sonante. Una ilustración sarcástica de la frivolidad y el mundo de las apariencias en las que hasta la fecha vive la gente acaudalada de San Pedro.

Pero a todo puerquito le llega su San Martín. Montaño, el vendedor de ilusiones, se enamora de una de sus muñecas: Catalina. Su víctima se convierte en su verdugo: burlador burlado o cazador cazado. O más bien, en vías de ser casado. Entonces cae la pátina de falsa propiedad, de estafa disfrazada de moralidad. Para Catalina, Montaño no es el verdadero hipócrita, sino la maldita vida, un pozo oscuro a donde suele confinarse a las mujeres en este mundo machista del que sólo pueden huir con el artilugio de la hipocresía y el cinismo más descarnado.

La obra no está bien resuelta: carece de nudo dramático y la trama tiene sus puntos muertos, pero la moraleja de García Naranjo es tan vigente como cuando la escribió. No estaría mal montar en alguna sala de San Pedro esta joya desconocida de la hipocresía regiomontana, sin aclarar que el autor murió hace más de 50 años. Es probable que más de un sampetrino ose denunciar al "joven autor" de esta sátira por difamación y calumnia.

Ya se sabe que bajo el Cerro de la Silla, nada cambia, todo permanece.


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