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TECLA SUELTA
LA HONDUREÑA SILVIA AYALA
Asael Sepúlveda


asa1Silvia Ayala es una abogada hondureña comprometida con las causas sociales. La conocí en 2002, en San Pedro Sula, cuando daba yo un curso de mercadotecnia para candidatos a puestos de elección popular. Silvia era candidata en ese entonces, por el Partido de Unificación Democrática. No ganó en ese entonces, pero persistió en el intento y actualmente es Diputada en Honduras. De modales tranquilos, no imaginé reecontrarla en una serie de fotos que la muestran ayudando a trasladar un herido en algún lugar de Tegucigalpa, en el contexto del golpe militar que ha unificado al mundo en contra de los golpistas.


asa2Ella representa a esa estirpe de mujeres que nacieron para luchar, en un medio adverso. Cuando yo visité Honduras, llamaba la atención la pobreza y la abundancia de casitas de madera con techo de lámina en extensas barriadas de San Pedro Sula.

  • Es que el huracán se llevó todo- me explicaban los hondureños.

San Pedro Sula era el resumen del país. El mismo día que llegué, los periódicos daban cuenta de las declaraciones de un Subsecretario de Estado norteamericano, de nombre perfectamente olvidable, que opinaba sobre cómo debían manejar los hondureños sus asuntos internos, en una declaración que en cualquier otro lugar del mundo hubiera sido calificada como intromisión intolerable en la vida de una nación independiente.

Mi participación en el primer día del curso iba de las 9 a las 11 de la mañana. La siguiente sería hacia las 3 de la tarde. Con cuatro horas libres, me fui caminando al hotel Holiday Inn, distante unas 8 cuadras. Mientras revisaba mis notas para el curso, tocaron discretamente a la puerta. Se trataba de la recamarera, quien pidió permiso para entrar a ejecutar sus labores. A los pocos minutos, otra empleada del hotel apareció e hizo salir a la recamarera al pasillo. Vagamente, alcancé a percibir que discutían por alguna razón.

asa3La recamarera volvió a entrar, pero en su actitud se advertía la molestia. Como un torrente, empezó a hablar. Su turno había iniciado a las 7 de la mañana. El día anterior, había doblado turno ante la ausencia de una compañera de trabajo y como había una cena, debió quedarse hasta que el evento terminó, para limpiar el salón. Se había acostado a las 4 de la mañana, sobre la alfombra del salón de banquetes. Dos horas después, la despertaron para que tuviera tiempo de iniciar su turno de las 7 de la mañana. La mujer con la que acababa de discutir, era la supervisora, quien le exigía que doblara turno de nueva cuenta, pues les faltaba personal. La recamarera se había negado, pues ya llevaba dos días sin ver a su hijo, de apenas 4 años, quien se había quedado a cargo de la abuela. La supervisora, a su vez, le había informado que si no doblaba turno, sería despedida. Le había dado 15 minutos para que lo pensara.

La recamarera, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas, me dijo que muchas de sus compañeras doblaban turno por esa razón. Lo peor del caso, me dijo, es que no pagan tiempo extra. Tu pago por doblar turno es que no te corran. Si acaso, alguna pequeña gratificación adicional al terminar la semana, a criterio de la Gerencia del hotel Holiday Inn. Su problema principal, me confesó, era que su sueldo era el único ingreso, pues el padre de la criatura se negaba a hacerse responsable.

Tocaron de nuevo a la puerta. No alcancé a oír la conversación, pero fue breve. La recamarera volvió a entrar, con gesto resuelto.

  • Voy a terminar de limpiar su habitación y me voy. Acabo de renunciar.

En un segundo, me imaginé a su hijo de 4 años, a la abuela cuidándolo en alguna remota casita de barriada.

  • ¿No se ofende si le doy una propina por la limpieza de la habitación?
  • De ninguna manera, las propinas son bienvenidas.

Ella terminó de limpiar en silencio. Cuando estaba terminando, tocaron de nuevo a la puerta. Esta vez, no abrió.

  • ¿Será su supervisora?
  • No, es el guardia. De aquí me va a acompañar a recoger mis cosas y luego a la calle. De aquí en adelante, tengo prohibido entrar al hotel.
  • ¿Cómo se llama usted?
  • Karla.

Por la noche, al terminar mi segunda intervención en el curso, salimos a cenar, invitados por nuestros anfitriones hondureños.

 -¿Qué se les antoja?
-Algo sencillo y tradicional. Como decimos en México, vamos a la taquería de la esquina.

 Y fuimos. En San Pedro Sula, conocí la comida garífuna. Entre los comentarios acerca del desarrollo del curso, comenté el caso de Karla, la recamarera.

- Por eso queremos que el país cambie, que haya un nuevo gobierno, me dijeron los anfitriones, encabezados por Silvia Ayala. Yo los escuché, pensando que el cambio tardaría. Por eso ahora, viendo a Silvia hablando en una reunión en la calle, o en el parque, en el movimiento de resistencia contra el golpe militar, puedo apreciar con cuánta seriedad hablaba en aquella cena y cuánto se comprometió con la defensa de su idea de país. Honduras merece un futuro superior y lo tiene asegurado.

Por todas las Silvias y todas las Karlas que embellecen su territorio.

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