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POR MI PAÍS, MI VOTO
Lorena Sanmillán

Es el domingo de elecciones. Abro los ojos y enciendo la televisión.  Son pasadas las nueve de la mañana.  En la pantalla, gente se queja porque no han abierto las casillas en San Bernabé, porque no llegan los funcionarios. En mi memoria resuena la canción del Viejo Paulino: Vamos a votar, vamos a votar. También parodio la canción de Menudo “A volar”. Comienzo a cantar mientras tomo el baño. Ven a votar, vamos a votar, la elección ha comenzado, no se sabe qué va a pasar. Eso dice la canción pero acá ya sabemos o suponemos qué pasará.
Rodrigo Medina sale de su casa sobre las 8:30 de la mañana, como buen padre lleva a sus hijos, pañalera y juguetes a casa de sus suegros. Por Nuevo León, mi vida. Su eslogan es la síntesis, diátesis, génesis, del cinismo. Entrevistan a Fernando Elizondo, que fue a votar acompañado de su esposa. En su arenga, implica no votar por el PAN. No dejes a Nuevo León en manos de la inseguridad. Se boicotean solos. Zamarripa no podrá votar por ella misma.
Iré a votar a casa de mi madre. No he cambiado el domicilio mi credencial de elector. Frente a la casa donde será la elección recuerdo que hay una barda que apoya a Abel. ¿La quitarán? Mi barrio es príista, mi familia ha sido siempre la disidencia.
Calderón sale en la televisión.  Me llama la atención la forma en la que trata a su esposa. La señora no encuentra su lugar al caminar junto a él. Se nota que no sabe qué hacer. ¿Por qué no le toma la mano y caminan juntos? Calderón toma a su hijo y caminan como si fueran solos. La ignora. Ella intenta alcanzarlo. Él sigue su camino. Qué manera de exhibirla y exhibirse. Cierto, odiamos a Fox porque nos metía por los ojos a Martha, pero esto que hace Calderón no sólo se ve mal; esto habla mal de él y de ella. No sólo como Presidente, sino como ser humano. La Primera Dama, en un lugar de oscuridad, en segundo plano. Triste caso. Lástima, Margarita.
A las 11:48 a.m. salgo rumbo a casa. La calle está sola. En el crucero no alcanzo a encontrar las monedas para comprar el periódico. Llego a mi barrio, que parece seguir dormido.
¿Por qué andas tan madrugadora? Así me saluda mi madre. Porque vine a votar y a almorzar. Ya van dos veces que vienen a preguntar si no vamos a ir a votar. ¿Quién? Una mujer. ¿La conocemos? No. Caliento la barbacoa y preparo dos tacos con salsa verde y la indispensable cebolla. El teléfono suena. Una llamada de alguien anónimo invita a votar.
Después de almorzar y leer el periódico como mi Dios manda, me voy a votar. Hay unas quince personas en la casilla. No conozco a nadie y se supone que son mis vecinos. Ya van llegando los Sanmillán, murmuran los observadores. Mi familia tiene fama de panista. Casa pintada de azul y blanco; pero ahora todo es evolución. La barda que estaba pintada, la borraron. Por lo menos tuvieron esa decencia. Les doy mi credencial de elector. Me entregan tres boletas de colores diferentes. Leo los nombres de los candidatos. Entro en la mampara rosa mexicano para emitir mi voto. El sol quema las ansias. Hay que hacerlo rápido, el mediodía cae sobre mí y las gotas de sudor en mi espalda no son una sensación grata. La claridad de la luz me permite ver la certeza del voto que voy a emitir. Por mi país, mi voto.
Tomo la decisión manejada, expuesta y madurada desde meses atrás. Deposito mi voto en las urnas. Colocan tinta indeleble sobre mi pulgar izquierdo. Ya puedo ir por mi café al Oxxo o al Super Siete.
En otra mesa me dan la boleta para las elecciones federales. Se repite el proceso y repito mi decisión. En esta boleta sí existe la opción de un candidato ciudadano. Escribo el nombre de quien considero mi mejor opción. Mi única opción. Colocan tinta indeleble sobre mi pulgar derecho. Me despido. 
Son las 13:38 cuando salgo de la casilla. Mis vecinos ahí sentados, emperifollados de domingo y olorosos a Avón. Ahí está aquélla, quien apenas el martes pasado fue a dar a la Cruz Roja porque la golpeó su marido. Ahí está, abrazada de él. Los saludo. Qué bueno que viniste a votar. Son un matrimonio feliz que abandona sus dificultades para apoyar a su candidato. Ese que prometió dar la cara por las mujeres. Ándale, Rodrigo, empieza por ésta.
Varios taxis pasan y monitorean la casilla. No hay filas, la gente llega a cuentagotas. Baja una mujer que no deja de hablar por radio. Una patrulla pasa cada media hora. Llega a votar  el pianista de la iglesia protestante. Un taxi se estaciona, trae en su vidrio calcomanías de RodriGo. ¿Qué esto no es delito? Yo pensé que era pollo, dice la mujer que recibe una bandeja de comida, decepcionada. Al del piano lo pescan los de las encuestas de salida. Voy y le pregunto, ¿qué te dijeron? Nada, sólo querían saber a qué me dedico y por quién voté.
Hace mucho calor. Los funcionaros siguen aburridos. De cuando en cuando regreso a la casilla. Durante la tarde, la votación se aletarga. Bajo una lona, aguantan el calor. Platican un poco entre ellos. Apenas ríen. Las urnas se van llenando, poco a poco. Regreso a casa, a monitorear las noticias en la televisión.
A las 18:02, en conferencia de prensa, Larrazabal dice que va ganando. Lo mismo Abel. Medina es el virtual gobernador del estado de Nuevo León. Ojalá entienda que dar la vida no es sólo abrir la boca y decir palabras sin significado más allá de la mercadotecnia electoral. Hay palabras que deben decirse poco por lo mucho que representan. Esa gran mujer, la señora Democracia, ha sido golpeada una vez más. Ojalá sepamos sanarla entre todos. Por las cosas que valen la pena hay que jugarse no sólo la vida, sino la eternidad.

lorenasanmillan@gmail.com
http://lorenasanmillan.wordpress.com

 

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