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¡IMAGINACIÓN, POR FAVOR!
Leonardo Curzio

A la memoria de Carlos Rico
Decía Levi Strauss que la historia cumple en las sociedades contemporáneas una función similar a la que los mitos cumplen en las sociedades primitivas. Son, en ambos casos, relatos más o menos arbitrarios que reagrupan personajes con propósitos convergentes y se les atribuyen capacidades sobrehumanas. Los mitos y las distintas lecturas de la historia ordenan de tal manera la sucesión de acontecimientos que consiguen tener un efecto explicativo de por qué las cosas transcurrieron como transcurrieron y no de otra manera, minimizando u omitiendo todo aquello que no conviene. Una lectura determinada de la historia puede llevarnos a ciertas conclusiones sobre nuestra propia historicidad, es decir, la capacidad de producirnos como sociedad y alejarnos radicalmente de otras.
La lectura de la historia de los 200 años de vida independiente esbozada por el Presidente en su alocución del 6 de enero deja ver algo inquietante. Y es que o por mera superficialidad o porque la clase dirigente del PAN ha renunciado a tener su propia lectura del pasado, el jefe del Estado prefirió cobijarse en los más mullidos de los lugares comunes de la retórica priísta. El Presidente es un panista formado en la tradición de una historia que se leía desde una crítica profunda de la historia oficial (como en los libros de Abascal o una buena parte del catálogo de la editorial Jus) y de ser un hombre cercano a Castillo Peraza cuyos dardos más afilados se centraron en una crítica a lo que en algún texto memorable llamó “la cultura del mural”, que resume plásticamente la imagen de un México bueno de toda bondad, sojuzgado por una legión de malvados que siempre han conseguido engañarlo. Yo esperaba francamente que en ocasión del Bicentenario se aprovechara la coyuntura para repensar críticamente la visión del “pobre México” en favor de una lectura autocrítica de lo que han sido estos dos siglos y a pensar nuestra circunstancia lejos de los latiguillos y mitologías de un pasado heroico, sino con la voluntad de enmienda que nace de una lectura sensata y sistemática de un pasado que no podemos ni conservar ni repetir.
El discurso de Calderón no tiene ni una pizca de problematización sobre los 200 años. Antes al contrario, el Presidente eligió la comodidad de repetir un par de lugares comunes sobre la Independencia y la Revolución. “Gracias a la lucha de grandes héroes, como Hidalgo, Morelos, Allende, Josefa Ortiz de Domínguez, Guerrero y muchos otros, hoy somos un pueblo libre e independiente. Somos una nación soberana, con orgullo de su herencia histórica y capaz de forjar su propio destino”.
Y remata con un sorprendente apunte —digno de Miguel Alemán o de López Mateos— sobre el origen de la democracia y los valores de la Revolución: “Desde el campo de batalla o en la construcción de instituciones, la generosa entrega y el sacrificio de mexicanos como Madero, Zapata, Villa, Carranza y muchos otros, y toda una generación, hizo de México una nación democrática, guiada por valores de justicia y de libertad”.
No es un prurito de rigor el que me mueve a señalar críticamente la afirmación presidencial. La democracia, y él lo sabe mejor que nadie, se instaló en este país cuando el partido de la revolución empezó a perder poder. Tampoco es que sospeche que Calderón haya olvidado la triste historia de los gobiernos del siglo XX. Me sorprende que desde la primera magistratura se opte por repetir las estrofas de la historia oficial y nuevamente se nos invite a pensarnos como el pueblo sufrido con una historia admirable de la cual solamente podemos extraer lecciones gloriosas para hacer acopio de no sé cuántas disposiciones del alma para pasar otro trago amargo. Y me sorprende porque no veo la amplitud de miras ni tampoco la autoridad moral para decir que en muchos sentidos la historia de este país ha sido un desastre: Breves periodos democráticos, una desigualdad ofensiva y una corrupción que tiene visos de maldición bíblica. Un país dependiente del exterior, refractario a la innovación y con un terrible complejo de víctima. No creo que sea preciso negar esto en esta conmemoración, antes bien me parece que toda la imaginación y el patriotismo deberían concentrarse para imaginar fórmulas que superen esos atavismos.
El Presidente agregó: “La Independencia y la Revolución son referentes históricos sobre los que se sustenta el gran país que hoy somos y la idea del México que queremos ser”.
No es que la historia patria me parezca inútil como fuente de inspiración, pero no me parece un buen presagio que el año del Bicentenario empiece con un retorno a lugares comunes que en nada alientan una reflexión sobre el país y su circunstancia. Este país requiere un debate serio sobre lo que han sido estos dos siglos y mucha imaginación para pensar su futuro.
 
El Universal

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