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BORGES E INNOMBRABLE
J. R. M. Ávila

Caro entra a la casa y salen a su encuentro Borges e Innombrable deshaciéndose en maullidos quejumbrosos.

—Tenemos hambre… miaaaaau.

—Nos sentimos tristes… brrrrrrrrr.

—Y estamos chiquitos… miarraaaaau.

—¿Por qué te vas, no ves que nos quedamos solitos?

—¿Por qué nos dejas sin comida?

Ella se inclina sobre Innombrable, lo toma entre las manos y lo acaricia entre suave y bruscamente.

—¿Cómo está mi pendejito? ¿Cómo se portó mi pendejito chiquito?

El gato se deja acariciar y maúlla, presumiéndole a Borges:

—Me dijo pendejito y a ti no-o.

Borges se acaricia en las piernas de Caro, mientras ronronea meloso, buscando caricias para él.

—¿Y mi otro pendejito, cómo está? —dice ella acariciándolo.

—¿Ya ves?, a mí también me dijo pendejito, no nomás a ti-i.

Ella se dirige a la grabadora que dejó apagada y se encuentra encendida.

—A ver, ¿quién fue el pendejito que encendió la grabadora?

Después de apagarla, va hacia la caja de arena que está llena de excremento. Arruga la nariz mientras cuela la arena y vacía las inmundicias en una bolsa plástica.

—No hay dónde hacer caca porque éste no tapa la suya… miarramiaaaaaau.

—No es cierto, yo sí la tapo. El sucio eres tú… ¡miau!

Y se persiguen jugueteando, a sabiendas de que Caro los sigue con la mirada divertida. Observa que casi no tienen alimento, vacía un poco de la bolsa y los llama.

—¿Dónde están los pendejitos?

Los dos corretean, se atropellan para llegar hasta ella.

—Quítate, me habló a mí.

—No: pendejito soy yo.

—No, tú eres Borges.

—No, yo soy pendejito. Tú eres Innombrable.

—¡Pendejito soy yo! Tú eres Borges. ¡Qué feo nombre!

Y así seguirían la tarde entera, pero el olor a comida les hace olvidarse de todo y dejan de discutir por un rato. Caro sonríe mientras sube las escaleras y después se recuesta en la cama.

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